lunes, 2 de enero de 2012

Lo políticamente correcto, es tan, pero tan aburrido.


El vecino de a lado no deja de coger,
seguramente es con aquella chica de cabellos rubios y rizados que llega todas
las noches a su departamento. Es necio el tipo. Es el mismo hombre que deja su
perro amarrado en la clavija de su puerta; un dóberman, un perro enorme, más
enorme de lo que son, apenas deja espacio para pasar de ladito. Al tipo parece
no importarle la hora, entre más tarde se hace, más fuerte golpea la cama contra
la pared, la pared que decidí pintar de marrón, mi pared. Antes me importaba dormir
un poco para aguantar el horario de oficina; ya no sé si esta noche dormiré o
si habrá un poco de tiempo para leer uno que otro TUMBLR por la noche.
Imagino cómo le monta su sexo
como si fuera un caballito de feria, cómo humedece la noche en el departamento.
Ella muge como oso, esperando la siguiente embestida. Pregunto si soy el único
en este edificio que escucha lo mismo, un duelo de fulgor, de brillo. Acá de
este lado sólo hay un té a medias, unas galletas que mandó mi madre por el
nuevo año y un sinfín de hojas blancas en pila, polvo y la misma de luz de
siempre. Hay muchos cables en el suelo, serpientes sin enroscar que esperan la
suela de mi zapato para enternecer la noche, para ponerle un poco de bravura. Botellas
que presagiaron una borrachera y una despensa suficientemente estéril para vivir
seis meses más
Está bien si elijo tocar la puerta y simular
haberme equivocado de departamento, resulta que no tengo ni siquiera el ánimo
de salir de este cuarto; Ahí sigue la máquina en la que escribía, aquel teclado
que carece de “F”, “C” y los acentos que se ponen con lapiceros finos. Quizá
mañana o pasado, el año que viene o en un mes, decida desempolvarla.