domingo, 25 de octubre de 2009

Del regreso y otras formas de volver...

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La literatura rusa es lo bastante irritante para odiarla en el segundo párrafo, dijo mi abuelo cuando le notifiqué la idea de ser escritor. Leyóla de cabo a rabo, convencido de la necesidad de asegurar su independencia contra la mía. Dos años de gloria en la periferia norte de la ciudad; uno como lector y el segundo como un adonis acaro por el trabajo y la universidad, con una trama histórica de baraúndas.
Es más simple la literatura clásica, la mexicana, la que no tiene interés otro que la pura carcajada, volvió a decir el abuelo cuando le comuniqué la idea de ser filósofo. Dos años más, llena de ardor y de pasión, como una gaviota de estepa, me dijo que la ventura forma a un hombre, no las pasiones. Todo el cariño, todos los sentimientos, toda la ternura y la rigidez que es capaz de sentir un hombre se transforman en un alivio maternal. En la primera batalla me cortaba la cabeza con ideas simplonas.
A la edad de once años ingresaron en el monasterio dos abogados de la capital, pues como todos los notables distinguidos de aquella época eran abogados no necesitábamos más; ahora ya no vale la pena, dijo el abuelo mientras tomaba un poco de su ron antiguo: ¿Ya sabes qué quieres tú?
-Lo mismo que tú.
-¿Abogado?, lo mismo da si te clavas la lezna por la nuca.
El abuelo enronqueció la voz y me invitó un cigarro, fuerte y calado como sus rodillas crujiendo en el asfalto. No dijo más hasta que llegó la tercera fumada y mientras aclaraba el humo en sus labios, sostuvo una postura que desconocía totalmente.
- Si lo quieres así, que sea así.

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Es menos costoso por este lado, ¿ves? Y el paisaje es más nutrido, acá no hay señalamientos ni retenes de ésos que te joden hasta los huesos. Casi llegamos, ¡mira! de aquél lado, donde se ve la pradera verdusca y luminosa, ¿la notas?, ahí nació tu madre, comentaba el abuelo mientras yo conducía. En cuarenta minutos estamos allá. No dejarás de visitarme aunque sea muerto, es mi voluntado contigo. Ya conocerás el lugar donde nació tu abuelo, y entonces sí, verás que la vida por acá es fiel, no te pide nada a cambio.
Íbamos los dos solos, como dos jóvenes que escapan de casa para irse lejos de sus padres. Me pidió que comprara flores y varias cervezas. Era lo bastante viejo para que sus piernas se entorpecieran al bajar del auto. Su tierra le daba la vida que la ciudad le restaba, no tardó en ponerse su sombrero cuando ya veíamos el letrero verde: “Bienvenidos a Michoacán”. Qué linda es mi tierra, me envolvió de un grito cuando pasamos la franja divisoria. Miró las flores y me dio una cerveza destapada.
-Así, pues, ya ves que se puede emprender la guerra; el honor es de caballeros, y nuestro honor de caballeros nos lo impide. Ya estoy viejo, y mira si pudiera caminar como antes, hubiera seguido ese juicio yo mismo. Pero bueno, ya está ahí, el fallo se dictará en muy poco y tenemos todas las de ganar. Lástima que apenas estás estudiando, sino te lo encargaba a ti. Y ya que se trata de decir la verdad, a ti te encargo otra cosa: yo quiero que me entierres acá, en el lugar dónde nací; la capital es cosa que no me gusta. Prefiero que seas tú y no los cazasuertes que tienes por tíos.
Dimos dos tragos más de cerveza por el juicio y por el servicio del momento tan accionista. El abuelo no dejaba de mirar la pradera. Aún no había pasado una hora de esa charla cuando llegamos a un panteón gigantesco al que entramos con el auto hasta la orilla de unas tumbas tristemente preciosas. ¡Aquí es!, aquí enterraron a mi madre y tú me enterrarás aquí también. Al principio las demás tumbas me parecieron discretas, incluso que mi abuelo bajó las flores del auto y las dejó sobre la pileta de una tumba blanca. ¿Qué clase de hijo puede ser el que aún no ha combatido ni una sola vez contra tu ausencia?, con la voz baja mi abuelo saludaba a la tumba y con el bastón le quitaba hojarasca amarilla de la placa. Por mi parte, bajé una cerveza y la bebía sentado en la sepultura vecina cuando mi abuelo me pedía otra cerveza.
-¿Cómo hemos permitido que envejezca? Me siento igual, pero hay muchas cosas que ya no me responden, sino fuera por estas piernas júralo que volvería atrás por última vez.
Poco a poco el abuelo se perdía sobre el nombre grabado en la tumba y sólo quedaban flores, todo el viaje tenía el aspecto de haberse arruinado con la llegada al panteón.
-¿Dónde estarás tú? Aliviaba el abuelo su voz con un ligero exhalar que llegaba hasta el sarcófago.
Pasada la tarde, conduje a donde el abuelo me había pedido. Llegamos a una Inmaculada casa de una iglesia cercana; ahí vendían comida barata y muy bien preparada, él me contó que todo lo que vendían era para la iglesia. Nunca lo creyó y el desarrollo de su expedición a esos terrenos me hizo desvirtuar un poco esa gracia.
Me preguntó si me sentía con ganas de manejar de regreso esa misma noche. Ya no quise seguir, nos hospedamos en un hotel del centro y pidió una habitación para mí, no sé que tan solo necesitaba estar él o yo. Pero antes, nos bebimos toda la cerveza en la sala de juegos.

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Bajando del taxi miré la casa del abuelo por fuera. La puerta estaba abierta; y en la entrada permanecía mi madre y sus hermanas esperando algo. Pagué el taxi y me senté en la banqueta mientras observaba la casa. Cinco minutos después llegó una ambulancia y se estacionó con la puerta trasera abierta, bajaron y se metieron a la casa; encendí un tabaco y esperé. Los paramédicos sacaban al hombre de opinión rutinaria y de defensas largas y gratificantes, débil en su andar que, ante los tribunales, sostenía una justicia en la que ni él se sabía merecedor, pero que a pesar de sus esfuerzos las rodillas maltrechas le eran un insignificante; al abuelo. Y ahí, sentí un escalofrío cruel de horca implacable en todo el curpo.

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Llegó el momento de llevarlo a su tierra, pensé mientras sacaban al abuelo en una camilla cubierto por dos sábanas blancas. Comencé a recordar con pecho cortado todo lo que había pasado en Michoacán. Cómo le iba a explicar a la abuela que su nieto conoció a la familia que tendría el abuelo oculta hasta el momento de su muerte.
Esa noche en el hotel, después de beber con el abuelo, me dijo que tenía una familia muy pequeña a la que quería por encima de la abuela. Todo el sudeste del cráneo se me enfrió, y hasta la borrachera se me había bajado. Yo le dije que un hombre borracho no debe hablar.
-Dile a María de mi parte y de parte de Silvia que no tema nada y que nada pasará después de mi muerte. Silvia no le pedirá nada. Es más, si en el dado caso se conocieren, tú serás quien explique esto y por ninguna razón lo dirás mientras yo viva.
Esa noche por supuesto no pude dormir, llevé al abuelo a su habitación dejándolo de lado, y no teniendo más que oídos me acosté a su lado para escuchar lo que regurgitaba mientras dormía.
-Ya la conocerás, ya la conocerás. Apuesto que no te pido nada que no haga ningún hombre capaz de hacer por su abuelo.
Salí del cuarto cuando su voz comenzó a debilitarse y al mismo tiempo se callaba. En aquél instante necesitaba un consejo, quizá más que eso, un alivio o que alguien tomara mi cabeza para dejarla en su pecho mientras yo salpicaba de lágrimas toda su ropa. Sin embargo, el abuelo y yo estábamos a suficientes kilómetros para emborracharnos y decirnos verdades que no catalizaban en la mente de uno ni del otro, pero aún así me atrevía a escucharlas. Por largo rato me quedé sentado afuera de una tienda gigante pensando en el abuelo y en la abuela, pensando en el momento en el que el abuelo muriera. Y a mí no me sería tan dulce conocer a su familia.
Al otro día el abuelo me despertó con tremendos palos en la puerta de la habitación. En el almuerzo nadie dijo palabra alguna, el abuelo se veía contento.
- ¿Cuándo entras a la universidad?
Preguntaba mientras me dirigía por calles muy extrañas y me estacionaba frente a una casa grandísima de muy poca obra, y de pronto los ojos del abuelo se llenaron de felicidad, cogió rápidamente su pañuelo y se cubrió con él el rostro. Tras haberse limpiado el sudor, tocó el timbre de la puerta gigante, y en seguida salió una mujer de aproximadamente los mismos años que mi abuelo, ochentayalgo.
-Silvia, éste es mi nieto.
Agaché la cabeza, la señora no mostraba nada de incredulidad o de asombro cuando me extendió la mano para estrecharla con varios anillos de oro.
-Ya lo creía así. La primera vez que te trajo tu abuelo eras un crío.
Entonces eso me hizo caer en la desdichada cuenta que ya la conocía bajo mi involuntad.
-Era muy pequeño, no lo recuerda.
Ellos platicaban mientras yo me quedaba encantado por el jardín inmenso y lleno de plantas que se escondía por dentro de la casa. Silvia Inclinó hacía adelante su arrugado y hermoso rostro para besar al abuelo, echó atrás los importunos cabellos, abrió los labios y durante largo rato permaneció en el pómulo de aquel viejo. Me hubiera sentido más incomodo si en aquel momento se olvidaran que estaba ahí.
Silvia no se parecía en nada a mi abuela. También a él se le desconocía la forma de hablar y de mirar cuando estaba con ella, aunque pestañaba más que en ningún otro momento. Pese a todo mis esfuerzos por conocer mejor el pasado del abuelo y mantenme en un juicio discreto que no afectara a nadie; ya era sabido, yo solo era mediador y no juzgador de tal vida. Ciertos periodos de su vida me son completamente desconocidos y no creo que tengan más noticias reservadas para mí. El abuelo era hombre de experiencias, ni bueno ni malo, pero calculador.
Esa misma tarde regresamos a la capital, y con la misma altanería de siempre nos recibió con suspiros.

***
Todos –incluyendo a mi abuela- velaban al abuelo en su ataúd de madera blanca, el olor del café irritaba las gargantas. Llegaron muchísimas personas a la velada, todas extrañando el rostro del abuelo. Saqué un cigarro y se acercó la abuela.
-Aquí no, recuerda que al abuelo no le gustaba que fumaran.
Cómo decirle a mi abuela que incluso fumamos juntos. Varios primos se acercaron llorando a mi lado y me preguntaron si lo que había pasado no me había afectado en lo más mínimo. Insensible, me dijeron varios después de ver que en mí no existía remordimiento alguno de esa muerte.
No quise permanecer más tiempo ahí dentro, así que salí del velatorio y caminé por la derecha, quizá una vuelta a la gran colonia me daría tiempo de pensar cómo llevar el cuerpo a su tierra y cómo explicar lo de Silvia si es que llegase en el momento.
La mano llena de anillos me tocó el hombro justo cuando daba la segunda vuelta. Era Silvia con una mujer de aspecto parecido pero atinadamente más joven.
-¿Nos llevamos el cuerpo?
Preguntó.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Mis vecinos


He vivido toda mi existencia en la misma casa, al menos la que puedo recordar. Dicen que al momento de mi nacimiento vivíamos en otro lado donde abundaban las escaleras, lo cual no era lo ideal para una bebé que disfrutaba de su limitada libertad atada a una andadera. Fue en una de esas aventuras de movimiento cuando dicen que me encontraron metros atrás y con la espalda al piso, el diagnóstico fue "bebé de un año con brazo izquierdo roto", la verdad es que no lo recuerdo y nadie quiere recordar quien dejó la puerta abierta, entonces no tiene caso preguntarlo. Al poco tiempo empacaron y llegamos a esta, tu casa, mi casa.

No es gran cosa pero creo es más que suficiente, la zona se ha ido urbanizando de manera ilimitada; recuerdo los campos baldíos, el pasto llegaba a mi rodilla, que en ese entonces no ha de haber estado tan alejada del suelo. Ahora esos campos baldíos son edificios de ocho pisos o condominios horizontales protegidos por una muralla. Me parece recordar lo que dicen mis padres al respecto de la zona norte de la ciudad: "todo era campo", me place pensar que recuerdo la versión beta de ese campo.

Debido a que comencé a usar mi memoria ya estando aquí instalada, te puedo contar de vecinos que se han ido, los que han llegado y los que he visto crecer pero,ninguno que haya crecido conmigo; no disfruté del infantil placer de tener amigos en mi colonia, todos eran mayores o los he visto nacer. Mi habitación se ha vuelto con el tiempo mi pequeño santuario, se idolatra todo tipo de expresión, las artísticas y las no tan artísticas. Las reglas se doblan estando dentro pero siempre bajo estricta supervisión de la eterna soberana, mi punto de vista reina y aunque no siempre sea el correcto, me permito considerar mis errores como más muestras del bello fenómeno denominado "el error humano".

A falta de una vista hacia la calle, fui dotada con una ventana que mira hacia el otro lado, de alguna manera la palabra -atrás- no me parece correcta; es por eso que no puedo platicarte de los vecinos de mi calle tan personalmente como lo puedo hacer de los vecinos que viven a espaldas de mi casa. Recuerdo de niña escuchar canciones de cuna bastante tétricas como para transcribirlas y también las batallas encendidas acerca de la madre de alguien, pláticas que se iban dando a pedazos. Apenas estoy comenzando a conocerlos mejor, la única interacción que hemos tenido ha sido bastante desalentadora pero interesante: Me encontraba sin llaves en la calle e Irene, la amable vecina de al lado me prestó su escalera y la parte trasera de su casa. Cruzar su hogar me recuerda bastante a la vieja Inglaterra del siglo XIX, la que estaba enterrada en una densa neblina, aunque este caso particular se debe al humo del cigarro. Al poner la escalera contra mi casa y treparla, salió por la ventana de la casa anterior a la mía una señora, cuando me vio en un lugar inusual y tan cerca de su ventana comenzó a gritarme improperios que Irene respondió con otros peores, yo terminé de trepar tan pronto como pude y observé a las dos señoras de bastante edad peleando como adolescentes sin razón alguna. Este incidente ya tiene años de haber ocurrido y debido a eso, jamás salgo de casa sin llaves.

Ahora que la necesidad o el placer me permite estar despierta hasta altas horas de la madrugada he ido descubriendo más detalles sobre la sra. de atrás y el que puedo asumir es su hermano. Durante el día no dan señal de vida, sólo aparece de vez en cuando colgado en la ventana un tapete de baño amarillo con forma de huella. Las actividades comienzan en la noche, lo cual más allá que ser un detalle vampírico, es una rareza más de su forma de vida.

La luz se enciende a las 10:30 pm y debido a que en mi casa todo se calla a hora temprana, el sonido viaja libremente por mi ventana abierta; el ruido de la maquinaria comienza poco después de que se encienden las luces, todo comienza con la lavadora que comienza a soltar agua, después la licuadora prepara la comida. El sr. se mete a bañar mientras la sra. hace llamadas telefónicas. Es importante mencionar que sin exageración alguna me apego a la limitada visibilidad que me permite mi ventana y a mi completa sinceridad. A la media noche el sr. ve la tele mientras su hermana limpia la casa. Pocos minutos después comienzan su interacción, gritos inigualables y crueles, parecen llenos de odio, se recriminan errores pasados y amenazan desplantes paranoicos. Se tranquilizan por un momento sólo para iniciar otra vez, los insultos y los remedos se completan con risas burlonas. Unas veces gana él, otras ella. Puedo decir que temía por su bienestar, la de cualquiera de ellos, presentía que en cualquier momento iba a escuchar golpes o un disparo seguido de el inigualable sonido de la caída en seco de un cuerpo.. pero ya no, desde que algunos sábados en la mañana se llena el aire de mi habitación con un penetrante aroma a mariguana viniendo de su jardín trasero, me siento más tranquila. Creo que tristemente alguno de ellos padece de alguna enfermedad que afecta su comportamiento o, quien sabe, utilizan la droga de manera recreativa para limar asperezas.

Realmente no queda nada claro, el fragmento que yo veo de su hogar es mínimo pero lleno de detalles interesantes. Tal vez sean fotosensibles y por eso viven de noche, tal vez el sr. se encuentra detrás de su ventana escribiendo acerca de la extraña chica que vive del otro lado de su ventana, no sé. Si ahora te asomaras a su jardín trasero, verías dos plantas de cannabis preciosas, como si fueran casi por error. Son mis vecinos y son interesantes.