domingo, 27 de septiembre de 2009


Seremos borrados. Todo será olvidado.
Nos considerarán indignos.
Revisarán cuidadosamente nuestros pasos,
lentamente leerán nuestras palabras.
En consejo decidirán que nuestra historia se repetiría un sin fin de veces.
¡Basta!

Flotando en el aire, aunque a nuestro mismo nivel,
frente a frente, nos señalarán y no regresarán.
Nuestra historia se relegará a estantes de museos abandonados,
estos se convertirán en cuevas recuperadas por la naturaleza.
La hierba anidará sus raíces en los recovecos que romperán nuestras paredes.
Los animales retomarán el control de todo lo que les quitamos.

Quien se atreva a retomarnos sufrirá del escarnio, desdén y risa.
Nuestra raza no brillará jamás, nunca más.
Las miles de religiones que vio la tierra,
todas las construcciones de grandeza inmensurable,
las palabras no pueden describir toda la hermosura que se hizo,
todo se quedará acartonado bajo la tierra.

Tal vez eso deba de suceder. Tal vez ese será nuestro fin último,
si no ¿para qué tanto poder?
¿De qué otra manera serviría tanta diferencia entre todas las otras razas?
Pareciera como si nuestro fin último fuera encontrar la manera de hacer las cosas contra la naturaleza.
Ese sera el fin del hombre, el inventor de la lengua, la matemática y las coincidencias,
todas esas frivolidades vanas que mañana se pretendenderán dejar atrás.

jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Parte o excepción?

A veces creo, con miedo a destrozar la caja de recuerdos, que compartíamos gustos; tremebundos viajes y lo original de ambos: obviedad, elocuencia y meditación. Quizá sea que, con cada persona que te encuentras por vez primera, tratas de resguardar lo afín para sentirte en plenitud. Aunque pueda decirlo parece ser lo más habitual de todos y rehíla lo difícil siempre, como cualquier cosa que termina por temerle el hombre. Tras haber dominado esta dificultad, y empleado muchísimo tiempo en ello, nos dedicamos a ver la posibilidad de conseguir más. Por mí parte, yo no sabía decir qué parte del mundo podía parecerme plena y convencida hasta conocer los cuatro metros de tierra de los que estoy rodeado. Además, tras meditar un poco el asunto, llegué a la conclusión de que, si aquella tierra era la costa de más costas que se engarzan, nada parece infinito y aún hundido en dudas, el horizonte se hacía pequeño.


Con esto apacigüé mi mente y dejé de afligirme con infructuosos deseos de estar aquí o allá. Para aquél, que en el primer párrafo no entienda, la cosa es simple: cada ser, para mí, es un pedazo de suelo al que no estoy invitado, y si por alguna extraña razón, me instigan: echo un salto para allá. Ya veré yo cómo me hago entender: que para decir las cosas no se necesita mucha literatura.


Las cosas cambiaban de vez en vez cuando me quedaba atorado en los suelos. No tenía ningún motivo para estar allí, agua, licores, cristales, barriles, excepto varias cadenas que no compactaban mis tobillos ni mis manos, era una cadena esteparia fundida por poco en el pecho. Que de alguna manera ordenaban todo el sistema inmune. Una joven dama, para mí en ese tiempo, me contó que en el pecho es donde el ser humano guardaba cajas, y cada una recibía un nombre, por ejemplo: la caja de los recuerdos, la caja de las lágrimas, la caja de la alegría; en sí, una de cada sentimiento o sensación al que el hombre se acostumbra. No sé que fue de ella después de eso, tenía un olor muy arcaico, parecido a la banana fresca. Cubrí cada propósito que ella me tenía reservado, cantidad de cosas que me contaba como marmitas de un barco grande sin ser usado. Me dijo luego, que cada caja que guardábamos en el pecho, se abrían y cerraban al sentir algo. Me preguntó qué caja creía en ese momento que estaba abierta al estar con ella. No supe contestarle, sentía abiertas demasiadas. Durante ese período hallé muchas más formas de emplear mi tiempo con ella (y todas muy adecuadas), porque hallé grandes ocasiones de realizar muchas cosas que no tenía forma de proporcionarme excepto a través de ella. En particular, intenté otras formas de comunicarme, de reírme y hasta de darle un carácter mágico y místico a la vida, tal y como ella me lo había enseñado. Al descubrir que mis primeras huídas con ella fueron en la primaria, imaginé fácilmente que se debía a su belleza, un terreno muy húmedo para hacer otro intento de sequía. Y sí, si a alguien le debo las letras, es a ella; fantasmal historiadora de burlas realidades. Fue una gran ventaja para mí, pues ya comenzaba con libros de Emilio Pacheco y cuentos de Paco Ignacio, mismos que ella me había obsequiado con una leyenda en la pasta trasera: “A veces mentimos más de la cuenta por falta de fantasía, la verdad también se inventa”; de ahí, no pude detenerme en memorandas e inolvidables lecturas. Comenzaba inventándome historias de obviedades ópticas: una de ellas, según su cuento, fue el nacimiento de los colores. Hasta ese entonces para mí, no existían más razones y orígenes de las cosas que no fuesen hechas por Dios mismo. Un puñetazo en el cráneo, muy sutil de su lenguaje adujó, que había un viejo extático, en los principios del mundo, cuando aún no había colores, guardaba en su casa cinco colores en un baúl viejo, separados en recipientes. Mientras él paseaba por el bosque, los colores salieron de sus frascos y comenzaron a mezclarse unos con otros hasta dejar de existir. Para cuando él regresaba, vio un tremendo alboroto en el baúl y lo abrió, pero en ese momento los colores, que ya eran muchos, saltaron del baúl para expandirse en cada rincón de su casa hasta salir al bosque e iluminar el mundo. Quisiera poder narrar de la misma forma, y si ella estuviera aquí, se reiría inmensamente de mí y de mi escaso lenguaje, pero siempre con una sonrisa; aún así, en general, ésa era su sucesión. Prometí guardar hasta el final, el cuento de los sonidos, el nacimiento del hombre y por qué hay hombres con ojos azules. Una ocasión, mientras caminábamos a su tienda de artesanías, me dijo que el hombre pasa por el mundo sin sentir la vida en cada momento, que todo lo que el hombre científico trata de explicar está dentro de él, que las etiquetas de cada cosa son ilusiones de algo que nadie aprecia sin saber su nombre, me habló además de que estamos hecho de polvo cósmico. Pero nunca olvidaré lo que al final me preguntó: “¿En el universo, somos parte o excepción?”.


Eso me causó tanta impresión que, una vez pasada mi sorpresa, dejé a un lado todos mis demás hoves, la bicicleta y los patines, y me apliqué en los libros y textos que ella misma fabricaba. Me costó mucho trabajo, y muchos días, antes de llevar a cabo el riesgoso y navegador viaje, sin merecer otra cosa a cambio que unos lentes graduados. En ningún momento pensé en mi propio peligro, en el hecho de que, si la caja de amor estallaba en mi pecho, yo nunca iba a saber qué me había pasado. Sentía que el corazón me daba un vuelco cuando pensaba en ella y la sentía llegar; al mismo tiempo ocurrió que, después de haber trazado mis planes para cuando la caja reventara, le pediría otra historia donde ya no hubiese cajas de madera, sino algo perenne, pues mi humildad no permitía imaginar otra cosa más fuerte. Y ahora ya no dormiría con los brazos al pecho esperando el momento del estallido, sino lleno de aproximadamente una milésima de seguridad.


Esto me decidió a poner estacas en mi caja de alegrías, con una bandera muy asaz de apego y cariño por ella. Siendo mayor, descubrimos la vida misma juntos, démonos cuenta que ya había instantes y semillas germinando por dentro de cada uno, al menos eso pensé; y que algún día darían una hermosa sombra, suficiente para albergar en la estación de sequía un pedazo de suelo fresco. Los días de Mayo eran nuestros más provisionales, y era así que me convencía que pasaría mi vida junto a ella para siempre, que a pesar de no conocer muchas cosas a mi corta edad, ya sabía al menos lo que quería de la vida, y puedo presumir que eso, cualquiera lo anhela. Sin embargo, como lo impredecible baja de un sentón a las hipótesis, yo recibí uno que hasta ahora, después de doce años, guardo su fotografía en mi caja de recuerdos, sin tablas y vigas apoyadas como aquel tiempo.


Mientras crecía la amistad, hice un pequeño descubrimiento que más tarde me resultaría inútil: tan pronto como cesaron las lluvias y el tiempo empezó a asentarse en las avenidas, lo cual ocurrió hacía el mes de noviembre, hice una visita a su casa. Cuando llegué, la casa estaba completamente vacía, vivía con sus padres, hija única de un matrimonio ejemplar. Después me enteré que se había marchado con su familia a Chiapas, a defender lo que era de nadie, y el hombre –tan imperioso como es– creía suyo. Entonces sentí, en aquel momento, que la caja de tristeza se había reventado y me arrepentí de nunca haberme preocupado por esa.

martes, 15 de septiembre de 2009

Días como navajas, noches llenas de ratas.

Siendo muchacho dividí en partes iguales el tiempo
entre los bares y las bibliotecas; cómo me las arreglaba para proveerme de
mis otras necesidades es un puzzle; bueno, simplemente no
me preocupaba demasiado por eso-
si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado
en otras cosas- los tontos crean su propio
paraíso.
en los bares, pensaba que era rudo, quebraba cosas, peleaba
con otros hombres, etc...
en las bibliotecas era otra cosa: estaba callado, iba
de sala en sala, no leía tantos libros enteros
sino partes de ellos: medicina, geología, literatura y
filosofía. Psicología, matemáticas, historia, otras cosas me
aburrían. Con la música estaba más interesado en la música y en
la vida de los compositores que en los aspectos técnicos...
sin embargo, era con los filósofos con los que me sentía en hermandad:
Schopenhauer y Nietzsche, incluso aquel viejo difícil-de-leer Kant;
encontré que Santayana, bastante popular en aquella época,
cojeaba y era aburrido; con Hegel realmente tenías que escarbarlo, sobre todo
con una resaca; hay muchos de los que leí de los que me he olvidado,
quizás con buena razón, pero recuerdo un tipo que escribió un
libro entero en el que probaba que la luna no estaba allí
y tan bien lo hizo que después pensaba, está
absolutamente en lo cierto, la luna no está allí.
¿cómo cresta va un muchacho dignarse a trabajar
8 horas al día cuando la luna ni siquiera está allí?
¿qué otra cosa
estará faltando?
y no me gustaba la literatura tanto como los críticos
literarios; ellos sí que eran verdaderos aguijones, esos tipos usaban
un lenguaje refinado, hermoso a su manera, para llamar a otros
críticos, otros escritores, unos huevones. Me
subían el ánimo
peor eran los filósofos quienes satisfacían
esa necesidad
que acechaba en alguna parte de mi confuso cráneo: vadeando
por sus excesos y su
vocabulario cuajado
aún me asombraban
saltaban hacia mí
brincaban
con una llameante declaración lúdica que aparecía ser
una verdad absoluta o una puta casi
absoluta verdad,
y esta certeza era la que yo buscaba en una vida
diaria que más bien parecía un pedazo de
cartón.
qué grandes tipos eran esos viejos perros, me ayudaron a atravesar
esos días como navajas y noches llenas de ratas; y mujeres
regateando como martilleros del infierno.
mis hermanos, los filósofos, me hablaban como nadie
venido de las calles o alguna otra parte; llenaban
un inmenso vacío.
Qué buenos muchachos, ah, ¡qué buenos muchachos!
sí las bibliotecas ayudaron; en mi otro templo, los bares,
era otra cosa, más simplista, el
lenguaje y el camino era diferente...
días de bibliotecas, noches de bares.
las noches eran todas parecidas,
hay un tipo sentado cerca, quizás no de
mal aspecto, pero a mí no me parece bien,
hay una horrible muerte allí -pienso en mi padre,
en maestros de escuela, en caras, en las monedas y billetes; en sueños
de asesinos de ojos fríos; bueno,
de alguna forma este tipo y yo llegamos a cruzar miradas
una furia lentamente comienza a acumularse: somos enemigos,
gato y perro, cura y ateo, fuego y agua; la tensión crece,
bloque sobre bloque apilado, esperando el choque; nuestras manos
se abren y cierran, cada uno bebe, ahora, finalmente con un propósito:
su cara se torna hacia mí:
"¿alguna cosa te molesta?"
"sí. tú"
"¿quieres algo
para arreglarla?"
"seguro."
terminamos nuestros tragos, no paramos, nos movemos hacia el
fondo del bar, afuera en el callejón; nos
damos vuelta, mirándonos cara a cara.
le digo, "no hay más que aire entre nosotros. ¿algo
para cerrar el hueco?"
él se precipita hacia mí y de alguna forma es una parte de una parte de la parte.

El padre del realismo sucio.

martes, 8 de septiembre de 2009

Voces



Ayer escuché una voz en mi casa. Primero creí que salía de la pared, pegué mi oreja al muro amarillo de mi habitación y aguanté la respiración. Claramente escuché las palabras “te reconocí”. Luego ubiqué que la voz venía del techo, del hoyo que está arriba de mi foco, verás, desde que quité la otra lámpara que acumulaba polvo no le he puesto un socket, creo que así se llama a la parte que une el foco al techo, sólo sale colgando de unos cables. Me volvió a decir “te reconocí”. Primero debo decirte que me agradó, fue una buena elección de palabras, bueno, para ser las que salen de… bueno, para ser una voz en el aire.

Después realmente salí al pasillo a preguntar si alguien me había hablado, la única persona que estaba ahí me dijo que no, realmente le creí por que es de esas personas adictas a la programación de lo que sea. Regresé a mi cuarto y decidí tranquilizarme, seguramente escuchar algo de manera repetida es común para alguien que vive detrás de unos hermanos psicópatas que se odian sólo a partir de media noche, pero esa es historia para otra ocasión.

Me reí de mí misma por un momento y reinicié mi labor, ¿Cuál era? Decidía entre guardar la ropa y las cosas desarregladas, ya sabes que si no están las cosas en orden no funciono. Entonces me habló otra vez, no te rías, realmente lo hizo y no me gusta que no me creas… verás, en serio estoy preocupada, decidí sólo escuchar y no responder, ¿Te imaginas qué pasaría si te cuento de una conversación entera? No, sólo escuché y me atemoricé.

Es la medicina ¿verdad? No soy yo. Cambié de tratamiento hace poco pero, el doctor dijo que los cambios serían mínimos. No puedo estar loca, lo escuché claramente, tanto al doctor como a la voz. No sé qué hacer, la escuché pero no creo que fuera por la medicina, no así o ni tan rápido, llevo tomándola menos de una semana.

¿Sabes? También creo que es psicosomático, he estado pensando mucho en los palíndromos últimamente… sí, esas palabras que se leen igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha… sí, Anita lava la tina es el típico ejemplo famoso. Bueno, sucede que mi palíndromo favorito es reconocer, es una bella palabra que es un palíndromo. No importa de qué lado la leas, siempre significará lo mismo. ¿No es posible que de pensarla mucho tiempo, la haya invocado? Sí, sí, sé que la pensé en infinitivo pero cambiarla de tiempo verbal no es tan difícil, incluso para la mente.

ReconocereconoceR

La voz se alejó, dentro del hoyo se hizo débil, se perdía la intensidad. Creo que no son sólo el tiempo y el espacio los únicos límites del hombre. Crees que debo preocuparme y recuperarme, que de repente soy como esa canción de Serrat, la del gorrión que vuela bajo. Tranquilo, recuerda que Alberto Cortez es el que me hace llorar, Serrat sólo me hace cantar; que me gusta que crean que todo lo que les digo son historias inventadas. Recuerda también que todo puede llegar a a significar algo más; más allá de una voz en un hoyo en el techo, más que una simple elección de palabras. Hay que hacer las cosas significativas, ¿no crees?

domingo, 6 de septiembre de 2009

"Domingo"

Ésta, es una de las pocas veces que medito lo que escribo mientras pienso en la causa que me lleva a cavilar lo que procuro profundizar escribiendo. Luego caigo en la cuenta: es domingo, y siempre -desde que tuve una computadora personal a los trece años- me he sentido incomparablemente jodido cada domingo, uno tras otro sin prórroga.

El origen es simple: el domingo es un vagabundo que recoge colillas de tabaco en cada rincón de las barandillas de una coladera. El domingo es un piloto siniestrado por la caja negra de su avión, cuán más larga la picada parece. Es el domingo el periódico que dejas en la basura sin leerlo con el número de serie ganador idéntico a tu boleto de lotería. Es la pre-regla mensual de una mujer que come chocolates por su auténtica depresión nocturna. Mis domingos son el 5 en tu resultado de examen al que dedicaste tres días ensayando. Es una fractura al dedo contra el buró de tu recamara. Es una mancha tremenda en la corbata. Es tan irritante como la goma de menta, como la carne entre dientes. Así es mi domingo, escandaloso como el payaso que sube al microbús, como la toalla que olvidas en la ducha; tan desesperante como la fila del metro. Predecible como horripilante, alterno como humillante, vacío como las nubes de Sinaloa en su temporada. Tan falaz como Al Gore hablando de su “Global Warming” en una de sus tantas mansiones que producen más dióxido de carbono que una ciudad entera. Éste es mi domingo, tan pesimista y arrogante como soy yo en él.

Antes comprendía que los domingos no eran para mí, ahora sé que son para meditar, reflexionar, es el momento en el que uno se queda sin nada, todo se para, la ciudad de neutraliza y los comercios se llenan. Es cuando puedo ver -aún con la televisión apagada- fútbol a diestra, reality shows de vulnerables tonterías y vómitos de incontrolables mercancías. Todo huele distinto, el polvo toma mayor fuerza para que pueda contemplarlo más nítido. El espejo se quiebra en una corta afonía. Y qué decir de la Hora Nacional a las diez de la noche, la basura que rescatas de la radio para sentirte culto, y si alguien te observa desintonizarla piensan en la ignorancia que llevas por bandera.

He decidido no asistir más a las reuniones familiares que hacen en la casa de mi abuela cada domingo, siempre los mismos rostros, llenos de jactancias, impávidos de sus nuevos automóviles, carteras hinchadas nomás por no dejar; las mismas pláticas de siempre, las mismas presunciones de cada domingo, los nuevos diplomas de mis primos, las nuevas novias de ellos mismos, carne asada para desfigurar sus dietas, temas centrales de la reunión: la mitología del amor y sus posibles variantes a visión de cada uno, la filosofía de Jodorowsky y la perpetuidad del tarot en nuestras vidas, mi licenciatura y mis proyectos, el ejemplo de los tíos doctores y la venganza de los abogados. Sin inmiscuir en las preguntas forzadas que me hacen: “¿Cómo has estado?, ¿Cómo te ha ido?, ¿Por qué no habías venido?, Tengo un problema legal, ¿me puedes orientar?” Hay que guardar un poco de discreción en cada pregunta, sin caer en lo absurdo ni en lo verdadero, responde lo primero que te venga en gana, así notarán tu fingida apatía y se irán. Luego viene la pasarela de moda, las tías presumidas de sus hijos que lograron entrar a la UNAM, las enojosas bromas del tío, la clarividencia de mi madre, la extraña sensación de salir corriendo a fumar un cigarrillo que se ve nublada por la colateral y afectiva frase de los tíos hacía los primos menores “tienes que dar el ejemplo, no fumes”, la amabilidad de unas cuántas travesías. He ahí que se dejan venir los primos “intelectuales” con nombres de libros y de documentales igual de rancios que su soberbia (Había dicho antes, en algún texto, que odio que hablen de libros tanto como quien sea yo que los escuche), por diligencia me guardo las ganas de gritarles: ¡El hombre instruido lleva en si mismo sus riquezas! Nos evitaríamos mi saliva si hablamos de lo natural en los malditos: la verdadera realidad subastada en una vida normal. Después todo es parsimonia. Te miran de arriba a abajo, más al fondo hasta que descubren tus nuevos tenis, tu pantalón, tu sweater y te regalan una sonrisa acompañada de una pregunta: “¿Dónde los compraste?, están bonitos”. Las vetadas discusiones que entablas con los demás te hacen pensar en la necedad que dejó el ADN en tu vida. Una elocuencia conocida ya de hace muchos años me separaron de eso, de la menor oratoria conocida como familia en un domingo agradable, por decir. En la vacilante huída de esas reuniones se acercan las recetas médicas, los asuntos legales de los evasores fiscales que tengo por tíos, las posesiones a titulo gratuito adquiridos por décadas. Mi labor como integrante, se representa en la nada, como el tigre que espera el momento indicado para arrojarse sobre la presa. A la abuela es a la única que extraño.

Imaginable domingo, te llevas todo, me dejas frito. El día séptimo de Dios, igual de caótico que su creación. No hay caso.

martes, 1 de septiembre de 2009

"La Metafísica de Internet"

Es de mañana cuando Oscar se sienta en el sofá reclinable de su estudio y enciende su portátil con la esperanza de que algo bueno habrá. Está harto de correos en los que su simple nombre, le hacen desconfiar. Lee cautelosamente el spam y el correo no deseado, sin echar de menos las invitaciones a facebook, twitter y hi5. Esta vez llegó un mensaje con remitente de España. Nunca, en su bandeja de entrada, se había sentido tan impaciente y hasta de buena manera, importante. Su decisión de dobletear con click en el mensaje, le hace una bulla tremenda en el pecho. A Oscar siempre le ha gustado hacerla de emoción, como dicen en su casa. Sabe que no encontrará nada que le haga sentirse mejor en ese correo, como también sabe que no perderá nada de la misma manera, así que disipa en leer las revistas y periódicos virtuales sin coincidencia de encontrarse con una ciudad progresiva al salir del apartamento al día siguiente. Le aterran las notas caóticas y de espectáculos, que con la misma claridad y entrega que les apuestan a los futbolistas, terminan por sacarle una sonrisa de la cara por la clase política de su país.

Así es como Oscar –con un poco de tedio– enfrenta su lap, sin distinción, con ventanas auxiliares que enlodan su pantalla y enlentecen su procesador, con productos prodigiosos a los que él no tiene necesidad, ni envidia, con un mercado a las manos de nadie, con un balance económico irregular al que se somete día a día desde su casa. De no tener otra opción, se solidariza con asociaciones on line para sentirse afectivo y humano con una sociedad a la que está obligado a ayudar; con campañas tremebundas que entibian una cultura de acción precedente. Asimismo, Oscar no deja de sentirse solo, y bendice a diario que la poligamia no se regule ni penalice en internet. Es su cuarto matrimonio en red, desde que la chica argentina no tuvo para pagar la excesiva renta inalámbrica. No hay nada más, que le guste a Oscar, que su trabajo en línea; se siente gacetillero de su propia vida, de su ferviente labor como bloggero de actualizaciones nocturnas a las que pone empeño por su público. Lo único a lo que él guarda voto, es al virus cibernético, lo deja entrar para sentirse vivo y no distante.

Es todo un modo de vida –pero también una tontería– piensa.

"Día tras día, de la primavera al otoño, se renueva el interés que uno tiene...". Gregor Mendel.