Mientras Julio se proponía a reconstruir la escena, se detuvo en una búsqueda interminable de detalles, tratando de fabricar una realidad menos dolorosa y como un rompecabezas de piezas que no siempre embonaban, moldeaba una tras otra con detalles específicos. Así continuó toda la noche, y como nunca antes en su vida, permaneció despierto mirando por la ventana.
-Qué complicado se vuelve eso de estar frente a la ventana mirando el hilo que deja el cigarro.
Para aquella noche, Cecilia, había dejado notas en su escritorio a lápiz, había vaciado el ropero y colocado en el estante suficiente comida para unas semanas. Julio no encontró más remedio que tomar su automóvil y conducir hasta la carretera libre, luego pensó lo absurdo que se sentía por eso, regresó al poco rato y se paró frente a la ventana. A la par que vaciaba constante sus recuerdos, migraba en su cabeza nuevas piezas. No había razón para sentirse aliviado, calaba profundo y cruzaba las piernas mientras el frío se metía en sus huesos.
Por la ventana -que aún conservaba como reliquias del último verano: una copa de polvo y cortinas entelarañadas- se veía la casa de junto, hermosa y limpia como muy pocas veces se viera; tal vez, al mirarla en los primeros instantes, los ojos, empañados por el cristal de los anteojos, le advirtieran que era época de invierno, una navidad llena de polvo. Se acercaba el año nuevo y la gente de junto se emborrachaba de júbilo y alegría hasta volverse locos. Sin moverse apenas de su silla tomaba el cigarro y lo estrujaba con fuerza por sus dientes, siempre rascándose la barba y volvía luego a sumirse en sus pensamientos.
-Una vez, esta casa se lleno de luces, a Cecilia le encantaba adornar la casa porque así sentía que salía por un momento de su tormento y mientras el invierno se mantuviera en regalos y luces, Cecilia despertaba con esperanzas.
Julio sólo alguna que otra vez se miraba el dedo donde una sortija que poco antes le quitaran había dejado visible una señal viva y lejana como su certidumbre. De pronto miró su entorno y como se apaga un fósforo que se pisa, halló todo distinto. Después de siete años, Julio sentía que la casa no había cambiado; extrañando a Cecilia, cada que podía iba a su recámara y a puro suspiro pasaba la noche tras la ventana.
-Esta época es un buen pretexto para amanecer siendo otro, mientras tanto el pretexto no se haya ido.
Luego no volvía a acordarse de preguntas ni respuestas, recuerda a Cecilia como una mujer joven y con unos ojos que parecían sorprendidos por el mundo. Lo mismo podía ser joven que vieja: tan difícil era calcular su edad como si se tratara de un cadáver en descomposición. Por grande que fuera su cariño hacia ella, Cecilia se agitó en el lecho, suspiró fuertemente y tosió para cerciorase que estaba muerta. Julio no pudo hacer nada, influido por la muerte de Cecilia le pareció que aquél cuerpo en la cama, tendido en la muerte, no era ya suyo, y así creyó sentir la tremenda fuerza de la explosión; experimentó la sensación de que sus brazos se desprendían del tronco y todo el cuerpo se le paralizaba. Este recuerdo lo perseguía, lo obsesionaba, como un estribillo repetido en todos los tonos, jocoso y burlón unas veces, fiero otras, frío y monótono en ocasiones; y esta noche, Julio, con su impaciencia, no sabe qué tono le viene mejor, pero piensa pasar el año nuevo en esta recamara como la brete en el que se ha dejado aprisionar mientras el invierno pasa.