Temoc, Camila, el Chivo, Andrea, El Buen Mada, la Breaker y el Lobito, formaron parte de mi sistema educativo en proporciones extrañas después de clase en la preparatoria. Extramuros. Extracurriculares. Como quieran llamarle.
“El Lobito” (o Pablo, como era su nombre) no era más que un promotor del andaluz. Todo un personaje. El loco de la colonia (no, no estoy hablando de Jesús Quintero). Aunque después de tantos años su cara sea irreconocible a mi memoria, puedo decir que tenía el cabello negro y crispado. Muy serio. Algunos se darán cuenta que fue el último de la lista. El último por una razón: porque fue quien echó andar los cerebros con el nunca antes escuchado: “Don Durito de Lacandona” (
si a unos les es ajeno, ni busquen) y sus historias; y por eso merece cerrar con broche de oro la pequeña lista de personas afluentes. Nunca nadie supo si el Lobito tenía familia hasta después de la apuesta, o si en realidad tenía una casa como muchos afirmaban. Es más, ni su nombre completo nos sabíamos.
¡Ahh... si!, cómo olvidar a Jazmín o Jazz, según quien la nombrara. Tenía la piel muy blanca, una cicatriz en el mentón diminuta y unos pechos más o menos divinos. Digo, sin apresurarme a hablar del pececito negro en el tobillo recién tatuado, y de cómo lo lucía entre chanclas ed hardy y shorts jeans en temporadas de calor
(¡COMO ÉSTA!). Nunca me imaginé que tendría un “
episo-pontáneo” en la prepa con ella, al menos no del modo en que pasó. Fue en un aniversario de “los cachorros” (el equipo de fut americano de mi escuela, algo así como los borregos salvajes).
En ese aniversario lo único que realmente nos unía eran las tareas, las copias y uno que otro viajecito a los bares de la prepa. De ahí, no me le acercaba, ni ella se me acercaba. No me atraía, no me gustaba, pero todo hombre tiene ambiciones por la prontitud. Lo más fácil es lo más provocativo. Como verán ella era de esas mujeres que las envuelven en rumores. Se decían muchas cosas de ella y a decir verdad, eso incita a un hombre, es el género, es el instinto. Pero al cabo, no me gustaba. Ese día tomamos mucho, se sentó a mi lado cuando yo estaba en el viejo sofá del buen Mada. Una casa vieja por todos lados que se viera. Vivía solo y sus sillones apestaban a pelo de perro y cigarro. Eran como las tres de la mañana, nadie midió el tiempo. Después de haber derrotado a los “perros negros” ya había bastantes cosas qué festejar, aumentando a eso la despedida de la prepa. Estaban las novias de los cachorros y los buenos colegas de siempre, incluyéndome. Mmm, en sí, ahora que lo pienso, nunca me gustó el fut, sólo iba por las buenas fiestas y las porristas que como la miel a las abejas, la jersey y el souvenir a las mujeres. ¿O, no? Hahaha…
No tenía la cabeza hueca para ponerme de topazos con los cascos. Más bien me interesaban otras cosas.
Jazz se sentó a mi lado. Claro, antes tuvimos una charla breve, ésas que sólo salen en la party y en una despedida preparatoriana. Recuerdo bien que me dijo:
-Che César, siempre tan serio, hasta pedo eres serio…
Yo me empecé a reír (cómo no) si no me conocía lo suficiente. Al menos hasta donde yo sabía.
De ahí bebimos y platicamos como dos amigos que no se ven en años. Según ella me estaba “neteando”, me agrada cómo le damos nacimiento a nuevos verbos. Es más, la RAE los debería asignar como palabras: googleando, parqueando, drinkeando, antreando, taqueando, supereando, mensajeando, freackando, fiestando.
En fin, no todo termina mal.
¿En qué estaba?... ¡Ahh! sí, “El Lobito”
En ese tiempo no existía el CaraLibro o el Formspring. Aunque pensándolo bien, no lo habríamos utilizado. ¿O, sí?...
Pablo Cisneros o Cienfuegos o Caballeros. Encabezaba la C en su apellido, eso sí.
Todo comenzó en la clase de Desarrollo Cultural y Humano, de las primeras clases que tuvimos ingresando a la prepa. La impartían un par de chilenos. Uno de ellos muy bajito y chino, hablaba que parecía comerse su propia lengua. Teníamos que presentarnos y decir nuestras aficiones. Cuando llegó el turno de Lobito dijo que él no tenía familia y que vivía en la calle. Pero eso sí, comenzó a hablar de “Don Durito” como un escarabajo que escribía desde la selva.
&%$#!!Nadie se acercó a él las tres semanas siguientes.
Todos decían (con voz bajita a los oídos) que vivía en al auditorio Ché Guevera porque un par de veces lo vieron entrar ahí con los de filosofía y no salía hasta al otro día que comenzaban las clases y las conferencias en el auditorio.
¿Puede vivir alguien ahí? Pues al parecer sí: él y unos cuantos.
Se le puso “Lobito” a Lobito porque siempre andaba solo y como perdido entre las jardineras de la escuela y pocas veces hablaba con alguien. Siempre mirando fijo y con una barba libanesa que asustaba, pues ninguno de nosotros había experimentado en su totalidad el crecimiento del vello en el rostro, nos era completamente infrecuente.
Eso le dio a Lobito una exclusiva y superior característica de todos los demás. Era místico e indescifrable. Bueno, no tanto, exageré. A Lobito no le gustaban las preguntas que involucraran a su familia o su vida personal, por el contrario le brincaban los ojos cuando alguien hablaba de Don Durito. Después de un tiempo y ya más aclimatados a la prepa, nomás lo hacían por fregar porque ni les interesaba el tal escarabajo. Y como ya tenía apodo, no estaba contemplado un cambio aprobado por el Consejo Preparatoriano de Apodos en la agenda. De “Lobito” a “Durito”, o “Escarabajo”. No era propio, y el Consejo no admitía desistimiento al código certificado en cuanto apodos.
La verdad es que al principio todos mostraron asombro al estilo de vida que acostumbraba Lobito y hasta aceptaron con respeto la fiel devoción que le tenía a Don Durito. Pero sólo al principio, porque después de un tiempo ese asombro y respeto se transformó en burla e indiferencia.
“Don Durito” -según él- era un escarabajo que nació en diciembre de 1985 en el sur de la selva oriental, situada en México. De nombre civil “Nabucodonosor”, por el cual nadie lo conoce por aquello de la PGR. “Durito” era su nombre guerrillero y de caballero andante, que venía siendo lo mismo en estas latitudes. Enemigo acérrimo del neoliberalismo. En veces detective, en veces analista político, en veces andante caballero y otras tantas “escribidor” de cartas. Autor de
Cuentos para una noche de asfixia y
Cuentos para una soledad desolada, que inició por aliviar el pecho oprimido por lo desconocido. Don Durito escogió como interlocutor primero al niño que hemos olvidado junto con la vergüenza.
No… si eso nos cayó como balde de agua fría a todos. Nos impresionó más que cuando nos dijeron (en ese tiempo) que el PRI había salido de los Pinos por un tal Fox. O que MTV había censurado Beavis and Butthead.
Al profesor chileno fue al único que le agradó la presencia que había impuesto Lobito con su oratoria y el único que conocía a Durito de Lacandona. Le dio un aplauso a Lobito exigiendo el nuestro y luego intercambiaron correos y hablaron por un largo tiempo terminando la clase del tal Durito.
Dicen que una vez siguieron a Lobito después de clases (como jugando al espía al puro estilo Dr. Watson raquítico). Dijeron que saliendo de la escuela se fue a meter a un café muy animado. La versión fue distinta de las tres personas que lo siguieron. Uno decía que pertenecía a un clan de hippies en un café de la Condesa. Otro dijo que no, que en ese café había una pequeña biblioteca y gente adulta que fumaba puros, pero lo seguro era que escondía algo. El tercero argumentó que simplemente trabajaba ahí como mesero porque tardó mucho en salir.
Cuando dieron las cinco, los tres se marcharon a su casa porque Lobito no salió nunca del café. Así que al otro día se sumaron más al acecho, por lo que hubo más suposiciones sobre su vida y sin tener al menos una clara, las conjeturas se iban haciendo escasas. Por lo que el Consejo decidió elegir a representación popular y mayoría relativa (papelitos de cuaderno) a dos que lo siguiera el día entero. “Aura” y “Álvarez” resultaron seleccionados. Ya estaban las apuestas de todos sobre Lobito, sólo faltaba conocer la verdad.
Las apuestas estaban registradas en un cuaderno especial para eso, sólo escribías tu apuesta con tu nombre –claro-, por sí salías ganador exigías el pago que ya para las doce de la tarde ascendía a seiscientos pesos.
La más ridícula que logré leer fue la siguiente: “Lobito es transexual y va al café a esperar cliente”
Entre las más ingenuas había una que decía “Yo creho k Lovito hasalta diario el café, por eso usa gorraz y el caveyo largo”
Se leían todo tipo de pronósticos. La oportunidad de escribir era hasta tres con su respectivo pago. Por supuesto, el Consejo establecía las bases para el concurso.
Había otros que aprovechaban el cuaderno y su dinero: “El pinche Lobito pasó por casualidad al café. ¿Ya hicieron la tarea de Taller?, pásenla ¿no?”
Todo oculto, y como el tal Lobito nunca entraba clases era más fácil. Yo le aposté en secreto a un epígrafe que me había convencido por completo, pues más allá de involucrarse en la vida de Lobito, me parecía buena idea:
“¿Qué tiene de raro un escarabajo o una cucaracha? Al fin y al cabo una Ceiba es una isla con aspiraciones a volar. PD. Dice Don Durito que cuándo será que a alguien se le ocurra hacer una ponencia que se llame
Cómo Desmantelar Un Brassier A Una Mano. Reitero que toda opción terminante es válida”
Como estaba firmada por Gonzo nadie le puso atención ya que era el único que tenía apetito por las lecturas de Don Durito que Lobito había traído a la prepa. A parte de que nadie entendió lo que quiso decir.
Al siguiente día todos llegaron temprano a clase de siete, esperando a que se aparecieran Aura y Álvarez con la noticia. Primero llegó Álvarez con una cara de desvelado arrepentido y totalmente acosado por las preguntas de todos se negó a describir lo sucedido y decidió esperar a Aura que tenía fotos y crónicas detalladas en su libreta.
Aura explicó: Lobito es normal.
Muchos no se convencieron, pues tenían esperanzas de que sus pronósticos les dieran los seiscientos pesos.
Y aún con los cabellos pegados en el rostro comenzó a contar:
Lo seguimos hasta el café que se llama… espérenme, sacó su libreta y leyó (se llama El Rincón De Los Sentidos) pero no entramos, sólo lo esperamos afuera mientras nos comíamos un jocho de ésos que están en Reforma, por la Diana. ¿Verdad, Álvarez?
El pobre Álvarez ni la fumaba (ya, ya…atendía, pues)
-¡Eso no importa!- gritaban.
Bueno, el condenado salió hasta las seis y mi mamá ya me estaba hablando, lo bueno es que le dije que iba con Laura a hacer un trabajo porque sino me hubiera ido como en friega.
-¡Que eso no importa!-
Cuando salió lo seguimos hasta el metro Insurgentes y como pudimos nos colamos en el mismo andén que él. Total, que se bajó y transbordó en Tacubaya. Y ahí nos tienes siguiéndolo hasta Polanco donde se bajó. Luego tomó un taxi y lo seguimos en otro pero todo con cuidado, sin que se diera cuenta, le dijimos al chofer que se asegurara que no lo notaran. Se paró el taxi en una casa y se bajó, nosotros estábamos a una cuadra y nos bajamos. Vimos que Lobito sacó unas llaves y como ya era noche ni nos veía. Se acercó a la puerta y abrió. Hasta ahí pensamos que no había nada extraño en él, ya nos íbamos cuando volteó hacía nosotros y nos gritó “Aura, Álvarez, vengan” y nos movía el brazo invitándonos. Al principio pensamos que le hablaba a otros con el mismo nombre, pero era mucha coincidencia, si a esa distancia no se lograba ver que éramos nosotros.
La cara de todos -que escuchábamos atentos- era la misma de un niño al habarle del coco. Hasta la clase de matemáticas se nos había olvidado. ¿Cómo? ¿Cómo se enteró?
Cuando supimos que nos había descubierto, pues ya ni hicimos intento alguno de escapar. Así que nos acercamos a él con miedo. Estando a unos pasos tratamos de explicarle que era un juego del salón y que ya nos íbamos. De la casa salió una mujer grande y lo recibió por su nombre y un beso. Era su mamá y nos saludó.
¿Ya ven que si tiene familia?
¿Ya ven que si tiene casa?
-¡Ya llegó el profe!- alguien advirtió en susurro, pero nadie lo tomó en cuenta.
Quién sabe cómo nos vería su mamá, si con lástima porque estábamos todos apenados. Ella y Lobito nos invitaron a pasar. Si ya la habíamos regado, pues qué más daba. Pasamos. Cuando entramos nos dimos cuenta que si tiene casa, y más casa que muchos de nosotros pues hasta dos sirvientas salieron, muebles de ébano argentino, tres perros dóberman y una piscina en el centro de un patio bien grandote, lleno de árboles y arbustos bien cortaditos, un garage de mármol, en las escaleras tenía una pequeña fuente de telgopor; luces por todas partes con alfombras de persa, de Niriz, tres pisos de casa y todo bien combinadito
Nos sentamos en la antesala y le dijo a una de sus sirvientas que trajera agua; nos explicó que ya sabía que lo estábamos siguiendo desde que salimos de la prepa. ¡Qué quemón! Pero que no tenía problema alguno en eso. Somos libres de pensar y de sentir. En el centro del estudio había una foto de un señor barbado y de lentes (su padre), nos contó que era un contador y el dueño del café a donde va siempre, que su madre era escritora y estaba muy ligada a Lacandona, por eso Don Durito. Su cuarto estaba lleno de postales de Tuxtla, San Cristóbal, Guatemala y otros que no conocimos. Discos de Mycheal Nyman autografiados. Tenía muchas fotos con la Comandante Ramona y varios hondureños en la sierra. Nos dijo que faltaba a clases porque estaba a punto de terminar sus estudios en los talleres de la SOGEM (quién sabe que sea eso, ya nos dio pena preguntar). Y se había enterado de la apuesta por Gonzo a quien le encargó también escribir en la libreta su pronóstico: ésa a quien nadie le entendió.
Esa “verdad” le quitó a muchos en el salón el ánimo de seguir con el juego. Los seiscientos pesos fueron donados para los uniformes de fut americano para el próximo torneo. Al quipo se le puso el nombre de “Duritos” en tono de burla al salón.
Al principio me costó trabajo entender que un escarabajo escribía relatos y cartas desde la selva, pero luego de leerlo no fue tan peligroso. A pesar de que aquella situación se fue marchitando poco a poco entre los miembros del salón como rumor, nos habló de El Viejo Antonio (algo parecido al primero y proveniente del mismo autor).
¿Por qué escribo de El Lobito si hace mucho que no lo veo? ¿Se deberá a eso?...
Ya está la cuarta edición de la revista
“El extranjero” (mes Mayo). Sección Cultural “Hora de Cierre”. Con colaboraciones de los compañeros de la Escuela Libre de Derecho, Universidad Iberoamericana, Universidad de Sonora, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Navarra y Lunds Universitet.