lunes, 27 de diciembre de 2010

Acá, mientras el año pasa.

No hay nada más cabrón que un mingitorio sin agua en la mañana, o un fin de quincena en año nuevo, nada peor que un monstruoso informe mensual que dejas en el escritorio del titular con el anhelo de que algún día lo lea. Es el mismo vacío de hace días en esta oficina. ¿Desde cuándo me he involucrado tanto en esto? Me fui de Facebook porque me cansa ver a tantas personas vaciando estados de ánimo que no importan a nadie. Acá es otra cosa, siempre será otra cosa.

He dormido pocas horas. Vomitado tanto bacardí y fumado tantos cigarros como mujeres visto la noche en la que apenas te recuerdo. No sé exactamente cómo mi camisa ha llegado hasta esa silla, o cómo es que tu voz y tus manos los traigo juntito al recuerdo e incluso el olor de tu cabello en mi mano me da la impresión de haber estado contigo. Al cabo de cinco minutos Notifier_Caffeine suena débil bajo mi pantalón y me alegra tanto no haber perdido el chingado aparatito. Siento que mi piel ha oscurecido toda la noche y que los pulmones me han explotado mientras dormía. Sigo un estilo de vida menos atractivo tratando de hallar el pasado por reemplazos más útiles. Paso la noche contigo. En tu casa, mañana, a la misma hora.

Hay días más largos que uso para no dejar de soñar un mensaje tuyo; si Eres el tipo de mujer que impresiona verle en las calles y hasta inevitable resulta quitar la mirada de esas nalgas que en la estética de lo perverso son “bellas” como sean. Que alguien le notifique a Facebook que estoy muerto, por unos días; mientras yo me pongo a hablar de ti, aquí.

No quiero comprar regalos de navidad como aquellos años de infancia en los centros comerciales que huelen a carnes frías. No quiero uvas. No quiero ser Yo el que empiece el brindis con palabras que duerman a la abuela. Me despido del año con diez o veinte cabellos menos en mi cabeza, una disnea que se prolonga y un miedo suculento a lo nuevo. Despido el año con quince pesos en la bolsa y una lista interminable de buenos e ingenuos propósitos que –por supuesto- jamás cumpliré.


¡Salud! Por esos Anónimos que se han hecho uno solo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Olor-es

Cuatro cuadras arriba y mi portafolio negro que cerré con nueva clave. Doy vuelta y encuentro la colilla de cigarro que pisé ayer. Ahora la pateo hasta la coladera. Algunos rozan mi hombro con sombrillas o bolsas, especialmente mujeres. Van aprisa. En la avenida corren dos niños con mochilas; llega a mí ese olor a lápiz al pasar por la escuela.

«el tiempo se ha dormido a la luz del sol».

Observo el reloj y siento como ayer, que no llevo prisa. Pruebo mi vista con el espectacular que me invita a descubrir un cambio de vida al comprar una loción de caballero. Caminaré hasta doblar la siguiente cuadra. Llevo el portafolio y lo escolto como si adentro hubiese algo que importara; no hay más que hojas, hojas que le importan un carajo al mundo.

Lorena gracias por el link y la fotografía.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Yo no conozco Kuwait


Me siento en la parte trasera del auto porque no quiero perderte de vista. Tú me invitas un trago de vodka y te robo el cigarro que sostienes con los dientes. Las cosas no siempre deben tener una razón para hacerlas; hoy quiero terminar en tu cama, por ejemplo. Abre el quemacocos, cariño. Tí-ra-me por tu Blackberry. Me enfundaré todo el licor que llevas si deseas.

«Yo no conduzco»







Yo no conozco Kuwait, pero agradezco su visita señor.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El polvo sigue adentro.

Samara me regala un libro de Cioran y decido dejarlo virgen.
Cioran inspira, dice.
Aquel viejo loco insistente en la muerte, irreprimible y depresivo; cuánta fortuna encontró en él, en su estado obsesivo con el que no aprendo a vivir. Pero Cioran regresó a mí en ese momento que me acerqué a Samara para darle cariño, para hacerle saber que ella y yo valíamos exactamente lo mismo:
“…ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños…”.
Es difícil alelarse.
Samara es de esas mujeres que soportan mi mal comportamiento. Reúne conchitas de mar en una caja de cartón y las coloca por tamaños y colores. Tiene colecciones completas en varias cajas, de Cozumel a Escollos Alijos. Samara no es linda, es melancólica. Su apartamento está lleno de mantas, pinceles, pintura pasta y varios recipientes. Me gusta que piense como pintora, que viva como artista; así son sus pasiones, discretas y exquisitas, como las pinturas.
Dice que he perdido el ánimo, que me estoy perdiendo, que no soporta verme disipado en los rincones de este camino.
No consigo nada, como antes. Samara me alaga uno que otro triunfo. Cuando vi el cuadro me puse a tocarlo como un chiquillo. Samara quitó el cuadro de la escalera y lo guardó.
Duermo pegado a la sábana como el sudor al poliéster. Me inscribí a la membrecía de sueños sin resolver de la que soy miembro activo desde hace unos años. Observo a personas perdidas con el ceño fraguado del que me siento parte al responder con sonrisas y gestos.
Mañana inventaré otra escusa para no despertar con prisa, para no hablar con prisa. Quizá mañana le diga a Samara que su aroma me tiene alérgico, que el teclado de su Mac es insoportable y que nunca me ha gustado la taza de café que me obsequió, pero la guardo en la oficina con la esperanza de que mañana se rompa.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Revés


“En la alacena de mi cuerpo
siempre tengo algo
por si quieres
por si se te antoja
por si vienes de visita
o te quedas a dormir”

Un par de vasos con Coca, sobres de ACT-II, una mancha en el piso de Tutsi Pop y huellas de zapato en los cojines. Un plato de cereal y fruta seca me alivian diciendo: «todo sigue parejo, no hace falta que me llames, te quiero igual.»

Me contento.

Lo cierto es que no gané el Virtuality Literario, no me llamó Jorge Herralde para ofrecerme publicar en Anagrama, pero me informan que Deniz y Lizalde me están buscando para partirme la madre.

De modo que, si hubiera dejado esas lecturas que mucho tenían de sacrilegio y locura:

Otro sería.

En seis minutos –calculo– el timbre hará eco en un armonioso canto de pájaros. Es hora (14:32) de los Testigos de Jehová. Si abro, terminaré aceptando que la redención es el camino a Dios. No sin antes haber citado a pocos desprestigiados paganos renacentistas.

No volverán.

“Natural Blues” suena en Much Music.

El vecino #26 camina con sus hijos. En su mano lleva al pequeño Ulises.

El vecino #28 se entristece. Perpetúa a su esposa.

El plato de frutas con cereal me dice que mi madre ha despertado contenta y se ha marchado, desde muy temprano.

A mí me dicen que el amor es una locura, que los perros no se bañan de noche, que la sangre de encías es normal, que me queda la barba y que los discos no se limpian con papel higiénico.

Sueño en reversa y despierto en una curva (estrecha).

De niño soñaba con Leia Organa. Digamos que era un amor efímero, como todo mi afecto. Soñaría también con April Pearson sino pensara en un instante álgido.

Cualquier otro día es mejor para hacerlo.

A mí me dicen que los sueños no se cuentan, que la A es una unidad y no una letra, que no hay vuelta de hoja en las palabras. A mí, el tipo de persona que se acompaña con revistas de mueblería en la sala de espera, me dicen que hasta la mirada confundo.

Me dicen que rebuzno porque me he hecho intolerante a mi voz, que sigo sin encontrar el entronque que me lleve a ti, que sigo esperando lo que se ha marchado y que no tengo buen gusto en los cuadros de comedor.

sábado, 2 de octubre de 2010

"Sal-ir"

Cohete de pólvora húmeda: mudo y sin altercar le viene la primera impresión al estómago.
¿No es hoy cuando la sangre de la nariz le brota a chorros por hacer lo imposible?
A Ella le sudan las manos y no deja de batir su fleco hacía la oreja.
Desea seguirla siempre.
“Siempre” es una palabra que duele al cerrar los ojos.
Observa al hombre que tiene a su costado tomar el control remoto y darle cinco o cuatro next al estéreo hasta encontrar la canción más romántica de Floyd, se estira el vestido y limpia su rostro de esos cabellos que se fueron a la boca.
Parpadea alegre y sonríe.
¿Cuándo fue la última vez que besó a alguien sin sentirse miserable?
Un sofá unísono al aire libre, agudo y armónico.
Él se encorva para jalar aire, lo sostiene poco; de pronto se siente superhéroe y cree que se merece un beso, humedece sus labios y mira a la mujer que tiene a su costado.
«Una mujer usa tacones,
se pinta los labios de rojo.
A partir de ése momento, ha quedado totalmente corrompida.
Para siempre.»

sábado, 25 de septiembre de 2010

Minutario


Me he cansado de escribir y leer y volver a escribir. Llega el momento en que se detiene, se piensa sobre el pasado, se imagina sobre el futuro, se hacen cuentas, se resta, se multiplica y los números no siempre coinciden o se ajustan. No soy contador. No quiero serlo, no al menos de números o historias.

Mi amigo que vive lejos (y no es albur) me recomendó una trilogía de ideas sobre cómo escribir:

-Cuando ya no tengas qué escribir, menciona a Nueva York, siempre funciona.

-Si tus personajes van a estar divorciados, procura que el divorcio se haya producido antes de que comience el cuento. La gente ya la está pasando muy mal para que encima tú sólo escribas sobre problemas. Además, cuatro de cada cinco miembros literarios están divorciados o les falta poco.

-No trates de impresionar a nadie, pues todos los jurados han leído a Joyce, Mann, Faulkner, Proust y Nabokov. Últimamente están leyendo también a Paul Auster. No obstante, si quieres parecerles un marciano, cita a Jardiel, Conqueiro, Camba y Wenceslao. En una de esas, cuela.

Ahora que he leído (con gran pena) parte de estos textos, nunca mencioné a Nueva York porque siempre tuve algo qué decir, algo en qué pensar. Como ahora sucedo paso a paso, creo que puedo hacer una lista completa de lo que significa Nueva York para mí. No tendría importancia.

El último libro que leí fue de filosofía, me clavé en Hegel por un tiempo. No he dejado de mentir, no voy a yoga ni apetezco la dieta. Sigo sin encontrar un cabello tuyo en esta alfombra. No he barrido los recuerdos. No he dejado el café. Una gotera en la bañera te extraña. No hablo de cosas que importan. No he dejado el cigarro y los buenos comienzos porque no he aprendido la diferencia entre el placer y la locura.

Cuando restan tres minutos de treinta que como mal empleado me han dado para comer, escribo para poner fin y posiblemente me sobre tiempo para lavarme los dientes y saludar a la secretaria (con historias de baraúndas) que me confiesa gustosa el menú más barato de la plaza de junto.

Dicen que la gente es de entrada por salida, como las chachas. Dicen que las chachas se van sin despedir, entonces seré una chacha.

viernes, 10 de septiembre de 2010

"Colgar"



Me sentí mal. Era la mentira más cruel en la gran lista que le había hecho, pero no tenía por qué arrepentirme, después de todo, no era cierto. Salí corriendo a la avenida y la esperé, después de varios minutos llegó con una cara de espanto desde que bajó del auto. Al verme ahí, se percató en seguida de lo maldito que era, me tomó de los brazos y me abrazó; y como se activa un botón, me pegó con los puños en el pecho aún con la frente inclinada a mí, no terminó hasta que las lágrimas la debilitaron.

- Bobo. Por qué, por qué así.

Le encantaba decir Bobo, ese acento argentino le daba más gracia. La noche la pasamos bien, nos emborrachamos en el Vais mientras platicamos de Wicho, de la editorial y otras cosas que no tenían importancia. Me dijo que me quería, le dije que no lo dijera, ya le debía muchos favores. Se hizo una pausa y reímos. Dijo además que me extrañaría. Conociéndome, ambos sabíamos que el camino sería duro después de la universidad, y quién sabe dónde terminaríamos. Esa misma noche me dijo que estaba editando los relatos que le dí para que pronto se publicaran; de ahí se convirtió en mi verdugo. Vas a prisa, ten calma, dijo para concluir el tema.

Si había razones para que la quisiera a mi lado aquella noche, supongo que las sabía. Su vestido me ponía de cabeza, blanco y estruendoso. De Wicho no supimos, al menos yo. Le dije que estaba cansado y asintió con la cabeza, se quitó las zapatillas y las dejó en su bolso. Nunca la había visto reír tanto, me sentía contento por todo lo que dejamos. Admití en mi cabeza que si estaba satisfecho a su lado, era porque la quería, sin embargo era un mal momento para hacer reflexiones que nunca tendrían eco. Todo daba vueltas. Me pidió que le regresara el favor no diciéndole a Wicho. Te estará buscando, dije entre dientes. Hasta que llegó el momento que hablamos de nosotros. Hubiera preferido que no, siempre me sentí conforme con las partes elementales y no sentimentales.

-Si vine es porque sé que me quieres, yo también te quiero, pero te tengo miedo, no sabría estar contigo, estarlo implicaría un reto para mí y no me siento capaz de hacerlo, tengo miedo de fallarte.

Ese miedo me causó risa, luego me arrepentí porque hablaba seria. A propósito jamás nos tomamos el tiempo de hablar de nosotros, por lo que comencé a clavarme en la plática:

-Sólo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar. No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.

Después de recitarle esa frase de Paulo Coelho a balbuceos por la peda que traía, me miró a los ojos casi cerrados y acarició mi barbilla como pulpo a su presa. Me miró los labios y me besó con mucha tranquilidad, parecía haber arcilla entre nosotros.

Cuando nos apartamos, abriendo los ojos que figuraban dicha y placer:

-Ya ves por qué te tengo miedo.

El resto de la noche no volvimos a hablar y por el contrario observábamos a las personas mirarnos sigilosas.

Había muchas cosas que compartimos juntos, pero siempre con el fantasma de Wicho entre nosotros. Nos hablábamos seguido, me invitaba a su casa a comer bife, y me torturaba pues sabía que era la segunda cosa que aborrecía, después de los fideos. Pero todo fue bien hasta entonces.

Mientras bebía me dijo que las cosas iban mal, que tarde o temprano yo estaría solo y nadie podría ayudarme. Yo sentía más lástima por el licor que terminaba entre su boca.

jueves, 12 de agosto de 2010

"El insomnio del caníbal"


Dejas el tabaco y dejas las letras, uno sin las otras es como hacer el amor solo. Te despides de la almohada como despide una madre a su hijo el primer día de escuela. Piensas en Priscila, en sus piernas y el vestido beige que casi arrancas por la noche. Te levantas cansado, incómodo por el dolor que viene del abdomen hasta encajarse en el cuello.

Al despertar, aún con la molestia de aquel mosquito que logró escabullirse hasta tu pierna, escuchas un automóvil arrancar por la avenida tras un grito horrible, la voz de aquella mujer se le pudre en el aire haciendo eco. Priscila sigue ahí en la cama. Respiras hondo y descubres un olor a fruta sobre las sábanas que más tarde lo hallas fijado entre la tela de la almohada con dos o tres cabellos de ella: guanábana. Cierras los ojos y en ese instante los párpados te pesan misteriosamente, por las pestañas, por la piel hasta moler con las retinas miles de piedritas atoradas en los ojos. Para realizar la práctica de despertar se requieren tres cosas: un excelente punto donde dejar la mirada, estirar los brazos al techo y bostezar.

Junto a ti una caja de cigarros, el encendedor trasparente te despierta por completo las ganas de llevarte el humo al pecho, tomas uno y caminas a la ventana sin hacer ruido mientras piensas: «sólo uno». Abres las persianas y jalas hacia la izquierda, percibes el frío mezclarse entre los bellos de tus brazos incluso que al llegar al pecho se detiene y regresa a la ventana. Serán las cuatro o cinco de la mañana, lo sabes por los motores del sitio de taxis. Enciendes el cigarro y te lo llevas a la boca esperando que el humo cale hasta el fondo, hasta lo tibio de la sangre para luego arrojarlo lento por los poros y que la arritmia llegue -justo- cuando el tabaco arda en la oscuridad.

Priscila no tiene derecho a tener ese nombre. Es muy parecida a Diana García, especialmente en la escena que despierta en la playa desnuda. Recordando la canción aquélla que te tuvo entonado varios días. Volteas hacia la cama y la figura por la sábana se mueve despacio como intentando despertar. Regresas. Fumas. Percibes que en el buró hay montón de hojas apiladas sobre un folder sin color: ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que tu vida se quedó atorada en libros y hojas inútiles?, ¿A caso no es ésta la magia pura? Existen estados y obsesiones con los que no se puede vivir. Tan raro es ese sentimiento y tan extraño, hallarse repleto de uno mismo. El súmmum de un presentimiento, porque mientras ella no surja de ti mismo, mientras no brote de tu propio ritmo, la intervención no sirve de nada. Te entristece tanto el jardín de la casa en época de lluvia, que las hojas marchitas de los duraznos y granadas caigan hasta hacer una pista de hoja amarillenta, enorme. Se le empalma la buganvilia y el pasto par dar forma a una figura rupestre de mil porquerías.

Observas el celular, tres mensajes en la bandeja. Afuera el sonido de una alarma que se desactiva pronto. Priscila intenta despertar y sin pensarlo te acercas, le besas el cuello y esperas respuesta. Enmudeces un momento, solo y discreto contemplas su vestido sobre el pantalón que glorifica tantos días de marcha en el pavimento, sillas de restaurantes, roces, el tacto de una noche. Se deja ver en la alfombra: hendiduras degastadas por el uso, por los años.

Con Priscila aprendes a sentir y a no sentir. Ella te enseña a llorar a Kafka, te muestra los poemas de Liao Yiwu, el espíritu de Montesquieu, la existencia de Heidegger, la vida con Gardenn, te encamina a los ojos de Modigliani, todo con una sonrisa; incluso que dormida, el silencio de sus manos aplauden el olor a mimbre seco, el roce de la hoja en los nudillos, su cabello, el tuyo, la mancha de pasta dental en el fondo que escurre temerosa las mañanas, la centena de cabellos, la lámpara encendida, el sonido de las llaves.

Suponer a conciencia la manera de vernos, de sentirnos y desconocernos -por si acaso- de venir y abrir el secreto, de alejarnos. Estrujes el poco tabaco que queda en la colilla por la ventana y regresas, te metes debajo de la sábana y te colocas del lado que no te permite soñar.

jueves, 5 de agosto de 2010

II. Jacinta

...
-¿Qué hizo?
-Vino disque a matar a un cabrón. Se puso como loco, lanzó las sillas y echó de balazos al techo. Le dije que no volviera.
-¿Y a quién buscaba?
-Eso sí no me dijo, tampoco le pregunté, mucho tenía ya con su alboroto.

Tomé el jarro de cerveza y lo bebí pronto para darme valor. Se me estrujó el pecho y carraspeé escupiendo un poco de saliva al suelo.

"Jacinta", mi 38” repleta de pólvora estaba inquieta y deseosa. Ya merito, ya merito -le decía- ese cabrón nos va a implorar.

-¿Y tú pá qué lo quieres, Cortés?
-Me debe unos favorcitos, queremos hablar con él ¿verdad?...- y mientras acariciaba el cuero que cubría la pistola me daba más tragos de cerveza.

El cantinero comenzó a reírse de la broma, después se puso serio como las esculturas y me advirtió:

-Cortés, no seas pendejo. Si hacen sus desmadres, háganlos allá afuera, ¿está bueno?
- Tú no te preocupes, que aquí Jacintita y yo nos ponemos de acuerdo con Pepe.

Pedí otra cerveza. Revisé de nuevo cada estancia. No estaba. Eso hizo que mi rabia acrecentara, no estaba seguro de encontrarlo, pero ahí tenía que llegar tarde o temprano. Sabía que ahí llegaría y no me movería hasta verlo.

Le hicieron llegar el rumor de que lo andaba buscando. Tenía que llegar. Me tomé la barba y jugué con ella, con la mirada fija en la puerta. Me acomodé el sombrero de punta, encendí el último cigarro de la caja y permanecí en acecho. Que no me viera de pronto sentado en la barra indefenso, esperándolo. Pedí la tercera ronda, un jarrón, lo apretaba con fuerza evacuando mi cólera. Bebí rápido y las esperanzas seguían puestas en él: al encuentro de esa mirada de acero, en el lunar que escondía bajo la barba y en la irreprimible forma de armarse, la pistola a la izquierda, antigua y maltratada.

Ya había visto mucho de él, lo conocía bastante y sabía que le gustaban las cosas rápidas, sin rodeos. Y si así quería su muerte, así iba a ser.
...

jueves, 22 de julio de 2010

I. El pay de ciruela

… Pero algo mucho mejor: se acercó a la reja que divide su departamento de la casa vecina y mientras esperaba ahí, llamó a Roberto para arrojarle un pedazo de pay. Rebecca sonrió incrédula, sacudió las manos para alcanzar las orejas de Roberto y me dijo: «todo siempre será importante».

La ciruela es una de las frutas que más aborrezco, el líquido ácido que rodea la semilla provoca una excitación salival muy pequeña y suficiente para hacer gestos. En el pay es distinto, pero sigue sin gustarme; lo como porque a Rebecca siempre le ha gustado. Siendo que Roberto olió el pan y se dio la vuelta para seguir con la bota que ya hacía pedazos, me puse alegre de saber que Roberto y yo sufríamos el mismo disgusto por la ciruela.

La mesa de círculo que ve llover y amanecer en un mismo día. La mesa que compró Rebecca para adornar su terraza es atendida para dejarla limpia y perdonar sólo el jugo. Se sienta cruzando las piernas y sigue diciendo que todas las cosas son importantes. Mientras habla me veo en su rostro, noto su piel y sus manos seguir el ritmo de su voz, como si las cuerdas de su tráquea flaquearan al verme y sentir la mirada clavada en sus ojos. Rebecca nos abandona para contestar el teléfono. Roberto la mira desde el otro lado con una agujeta en el hocico; cuando Rebecca desaparece, me acerco a la reja y me pide caricias lamiendo la mano que cuelga temerosa.

Roberto es un perro triste que tiene la mirada a medio párpado y huele a croqueta. Un tipo de sabueso beagle muy astuto que vive solo en el departamento de junto; tan solo como Rebecca, su dueño visita el departamento muy pocas ocasiones al mes pero deja suficiente alimento para que Roberto y unos cuantos gatos callejeros que entran imperceptibles se alimenten bien…

martes, 29 de junio de 2010

Síndrome de Peter Pan

Todos los relojes de esa casa difieren. Algunos, en cuanto los ve, deciden cuadrarse a la hora cerrada, le dirán que son las cuatro en punto o las ocho y media, sin un minuto más ni un minuto menos. También hay unos renegados, ellos hacen que se apresure o se relaje, los primeros le afirmarán que las horas duran más y siempre mostrarán que faltan tres o seis minutos para algún número exacto y se tranquilizará pensando que tiene tiempo de sobra; los otros manifestarán que le han faltado ya cinco u ocho minutos para salir corriendo a donde haya quedado de ir. No es casa de relojero, son sólo los comunes: en el buró al lado de la cama, uno en la habitación que sirve de estudio/almacén/biblioteca/cuarto-de-tele, otro en la cocina, la sala, el pasillo y el de su muñeca.

Sabiamente, y esto sucede no sabe porqué, tiene un viejo reloj de madera en el nicho de la esquina de la sala que hace todo lento y razonable. Verás: sus segundos duran un cuarto más de los otros segundos normales, entonces por cada minuto hay quince segundos de sobra. En vez de obtener horas de tres mil seiscientos segundos, sus horas duran cuatro mil quinientos segundos, un total de setenta y cinco minutos… Lo que termina por suceder es que para este reloj, los días duran treinta horas. Es importante establecer que la primera actividad que hace al levantarse desde que se lo regalaron hasta la fecha, por deber y obligación con la humanidad pero más que nada por rutina, es poner a ese reloj en acuerdo con el que esté más cercano al momento (aunque momento sea algo más difícil de describir). La verdad es que más que un deber le resulta bastante divertido porque hay veces que le oye refunfuñar cuando le mueve las manecillas para ponerlo a una hora que no dice que es. Disfruta mucho ver el tiempo pasar en él, le manda a realidades alternas y divertidas por que el tiempo realmente le pertenece a esa extraña y magnífica maquinaria. Cada vez que lo comienza a analizar, cosa que sucede muy seguido, termina en distintas direcciones, por ejemplo: si lo dejara ser lo que es y comenzara a vivir bajo su nuevo régimen revolucionario de tiempo, sus meses durarían cinco semanas con cinco horas de sobra, los solsticios de verano e invierno serían un desastre y ni hablar de los equinoccios.
Es tranquilizante ver que el tiempo es, en efecto y de la manera más sencilla, relativo. Pensaba que era así como debería de empezar a verlo pero sólo se lo permitía cuando estaba frente a ese reloj. A veces las cosas tomaban el tinte perfecto e incluso necesario, pero sólo a veces, después volvían a ser ambiguas y confusas. Apreciaba la vida cuando veía cosas bellas y luego odiaba su circunstancia particular, en especial cuando salía a la calle. No lo guiaba una perspectiva clara o formal, cambiaba de parecer a todo momento: un día decidía casarse con su novia, otro día declaraba que no la aguantaba; por meses soñaba con un auto y abruptamente en una semana gastaba todo lo ahorrado porque no lo creía oportuno, ni hablar de hábitos alimenticios. Como los relojes en su casa, a veces estaba de un humor preciso e inconfundible, las cosas le eran sencillas y cuadradas pero otras veces le faltaba o le sobraba carácter. De ahí que sentarse a ver los minutos de setenta y cinco segundo le resultara tan reconfortante, le ofrecía una escapatoria fija donde no había distintas puertas a escoger, no había opciones ni volubilidades, sólo tiempo alterno. Pensaba que el reloj que alargaba las circunstancias sólo era una pequeña ventana a lo que pudieron haber sido muchas cosas, quería alargar el tiempo, estirarlo hasta que se confundieran unos días con otros, avanzar como loco para al final poder brincar de regreso a sus quince años, quería ir, venir, hacer, deshacer y ¡tic tac! ¡tic tac! ¡tic tac! ¡rrrrrriiiiiiinnnnnngggggg! Tendría que esperar para darle paso a otra semana de su vida normal, lineal.
El martes de la semana pasada sintió que todo se le iba de las manos: no escuchó su alarma pero aún con el tiempo encima debía rasurarse antes de ir al trabajo, actividad en la que obviamente el tiempo apremió y le causó dos sangrantes rajadas. Después de cambiarse de camisa y tranquilizarse debido a la pérdida alarmista de sangre, el café le supo quemado, cosa extraña para los extraños amantes del café instantáneo. Su humor ya era molesto pero pensó que el día iba a mejorar en cuanto abrió la puerta de su departamento y encontró un billete de cincuenta pesos, poco sabía él… Al llegar a su trabajo le esperaba la noticia de que debía pasar a ver al Licenciado Fuentes, le cayó como trueno y relámpago al abdomen el saber que el de recursos humanos quería verlo ¿como para qué? Cuando regresó a su lugar, alguien ya le había dejado una caja de cartón vacía y una simpática nota: "Te extrañaremos". No sabía si tomarlo como una ofensa, una despedida o una broma; sin embargo y sin pensarlo, utilizó la caja para llevarse todas las herramientas de oficina que le cupieran.
Caminó a casa, no tenía ánimos para subirse al camión cargado de tantas cosas y mucho menos pagar un taxi después de haber sido corrido. Después de caminar un rato, al otro lado de la calle vio una linda banca vacía e imaginó que podría sentarse a descansar un momento, recapacitaría o se enojaría, llamaría a su madre, pensaría acerca de pasar a visitar a su hermano para que le invitara a comer, se fumaría un cigarro ¿qué le diría a Claudia cuando la viera? Tal vez todavía no tenía porqué enterarse, su hermano le ayudaría un rato, siempre le fue bien y se da el lujo de comer en su casa todos los días, su cuñada se la vive en cursos de cocina y yoga y los hijos… Todo esto pasaba por su mente en lo que caminaba hacia la banca hasta que sintió una punzada en su costado derecho que lo detuvo en seco. –Dame toda la lana cabrón y cuidadito con voltearte pendejo. Suspiró pensando en las malditas ironías de la vida, dejó la caja en la banca mientras seguía sintiendo la punzada. Sacó su cartera e ingenuamente iba a abrirla para darle su contenido al ladrón pero el agraviante no contaba con ese tipo de itinerario así que se la arrebató y salió corriendo. Por fin se sentó en la banca y pensó en los doscientos míseros pesos que acababa de perder. Encendió un cigarrillo y se recargó con los ojos cerrados, ya no quería saber ni escuchar más. Pudo apagar lentamente los sonidos de la ciudad para escucharse a sí mismo respirar pero en vez de eso sólo oía el tic-tac de un segundero, uno con prisa: tictactictactictactictactictac… En ese momento recordó que no puso al reloj disidente en orden y le comenzó una urgencia indescriptible, pensó que sólo tal vez sería posible… Decidió ir directo a casa, los cincuenta pesos pagarían el taxi.
En cualquier otra circunstancia, el chofer le hubiera caído muy bien, en vez de seguirle la plática y compartir ideas acerca de políticos, futbol y religión (los tres tabúes más grandes), sólo le sonreía por el espejo retrovisor sin ponerle atención a su gran monólogo. Llegó a su casa y dejó caer la caja con las cosas de papelería que jamás utilizaría. Antes de atacar a esas indefensas manecillas, imaginó que mientras retrocedía el tiempo en la maquinaria también lo hacía en la vida real y comenzó a retroceder los minutos al mismo tiempo que aguantaba la respiración… Todo lo haría distinto, no se detendría en ese martes nada más, no, retrasaría días, meses, años y tal vez dos o tres lustros, ¡sí! quince años bastarían, ¡tendría veinte años! Dejaría administración para estudiar teatro, le hubiera entrado a la inversión que le propuso su hermano, no sería rico pero esa buena decisión de negocios le pagaría el año de mochilazo por Europa que siempre quiso, haría las pases con su padrastro, bailaría más con Claudia, el presente sería lo de menos y… El reloj se reía de él una vez más. Desde su nicho veía cómo a ese hombre, la maquina que todos los días insistía en darle cuerda, se le iban destrozando los sueños.
Mientras se burlaba de sí mismo pensó que al menos había valido la pena ese mágico momento de incertidumbre. Se sirvió una copa de cognac y se sentó frente al reloj.

sábado, 19 de junio de 2010

El purgatorio se está haciendo un lugar atractivo.

"Nos vemos", "yo te busco", "te hablo en la semana", "paso a tu casa", "llámame mañana", "el jueves te lo tengo", son haikús que con sus diecisiete sílabas empezaron a proliferar a partir de 1957 en los labios de Monsiváis:

“En el Kiko's
a las doce
te espero
sin falta
mañana
A la cita acude
a la mitad del día
tu fantasma
Marco tu número
finges la voz
hablas como abuelita
¡Ya pinche Monsi
no te hagas buey
todos sabemos
que sos vos!
Pasan los años
agobiados
por tu huida
monsivaisiana
Quedarán tus gatos
indolentes
cómplices
de ti mismo”.

Al cabo del tiempo y después de consultar a Buda concluí que era más fácil que volviera a arder el Pabellón de Oro en Kyoto o que Yukio Mishima se hiciera de nuevo el harakiri a que Monsiváis cumpliera sus promesas y viniera a visitarme a mi casa, o en el peor de los casos, que por fin se dejara ver.

A pesar de que Monsiváis nos precipita al fondo del abismo, exactamente en el instante en que abrimos la boca para decir "ahora sí, ya no es posible, se acabó, ni un día más, es intolerable, impuntual, displicente, malediciente, que se lo lleve el diablo entre maullidos", en esa hora negra, en el vacío de la noche rencorosa, se produce el rescate. Una llamada providencial de San Simón nos recupera y el "¿cómo estás?" cálido reabre la compuerta. ¿Qué instinto lo guía? ¿Qué ángel de la guarda lo hace marcar el número? ¿Cuál es su catecismo de indio remiso? Carlos Monsiváis, ustedes lo han sufrido en carne propia, es motivo de desvelo de varias que lo amamos y lo odiamos en una misma respiración, quisiéramos pulverizarlo y exaltarlo, cobijarlo y exponerlo, asumirlo o sacarlo de nuestra vida antes de que él, desde luego, nos saque para siempre de la suya.

Hay hombres así, únicos. Carlos Monsiváis es único, para nuestra desgracia. Buscamos su aprobación y su juicio sobre nosotras resulta imprescindible. Dice Octavio Paz que Monsiváis es un cortador de cabezas: "El caso de Carlos Monsiváis me apasiona: no es ni novelista ni ensayista sino más bien cronista, pero sus extraordinarios textos en prosa, más que la disolución de estos géneros, son su conjunción. Un nuevo lenguaje aparece en Monsiváis ¿el lenguaje de un muchacho callejero de la Ciudad de México?, un muchacho inteligentísimo que ha leído todos los libros, todos los cómics, ha visto todas las películas. Monsiváis: un nuevo género literario..."

Si yo repitiera lo que dice Monsiváis, se quedaría San Simón el estilista -que no el estilita- de pie sobre un gran falo masculino -que no una columna- en la colonia San Simón, que no en el desierto. Lo único que me consuela es que Schopenhauer, Nietzsche, Jean Cocteau, André Gide y el mismo Joyce, utilizaron la misoginia, según creo, para defenderse de las lenguas viperinas y contrarrestar el poder de su veneno.

En una entrevista que le hice a Monsiváis cuando tenía veintiocho años, tuvimos el siguiente diálogo: "¿Por qué nunca hablas de mujeres? ¿Qué? ¿Por qué nunca hablas de mujeres? ¿Qué es eso? ¡Carlos, responde y deja de jugar!. ¿Por qué no hablas de mujeres? Bueno, porque soy misógino y porque no veo... ¿Qué es misógino, Carlos? El que odia a las mujeres ¿no? ¿Las odias? No, lo que te digo es que no hay mujeres importantes funcionando en México en este momento.

Odia los hospitales y no asiste a entierros salvo al de Cantinflas, acompañando a María Félix, al de Pedro Infante o al de Lola Beltrán para ver a la gente llorar y poder desternillarse de risa. Para reírse de sus maldades cuenta con el apoyo incondicional de Sergio Pitol y Luis Prieto que se le unen en un trío temible frente al que palidecen las brujas de Macbeth.

Monsi es elocuente y traduce como: "Por mi poder de precisión intelectual hablará mi calidad de vida."

La precisión se la debemos en México a Carlos Monsiváis, ese clarividente que hoy nos guía (aunque le choque ser gurú) y todavía quiere más porque declara que su gusto por el cine lo conduce directamente a otro género, el melodrama: "Quiero hacer melodrama el día entero, pero carezco de público y esa es, quizá, mi mayor limitación: una gran vocación melodramática sin espectadores. El público a mi alcance no es comprensivo ni tiene ya la formación suficiente para darse cuenta del alto nivel del melodrama a mi cargo."



Aquí estamos todos, espectadores hambrientos, dispuestos a presenciar el melodrama a su cargo y a ser no sólo su público sino su club de fans para presenciar los múltiples dones histriónicos de Monsiváis en programas triples (porque a él le gusta ver tres películas de un hilo). Debo confesarles que canta muy bien y se las sabe todas, en el aire las compone y le gana a Elvira Ríos y a Toña la Negra, a Marlene Dietrich y a Lotre Lenya, a Cuco Sánchez y a Chava Flores. Las comedias musicales de los cuarenta, desde Bridagoon hasta Annie Get Your Gun, se conservan intactas en su memoria. No hay un bolero o una ranchera que desconozca y recita completito "El brindis del bohemio". Yo lo he padecido. Vamos a darle gusto y pedirle que suba por favor a cantarnos "Amor chiquito acabado de nacer", que es lo que ahora mismo siento por él.

Elena Poniatowska.

La Jornada Semanal, suplemento de La jornada. México, enero del 2001.

martes, 1 de junio de 2010

Habitación 303


No hay nada más cadencioso que levantarse con el sonido de C´mon C´mon de The Von Bondies zumbando en los oídos (no recuerdo por qué puse la alarma). Por allá de las siete de la mañana resonaba la rolita en todo su esplendor con ecos y toda la cosa porque la casa, como es costumbre, se encontraba vacía por trabajo, escuela, etc. Y yo que no despertaba hasta la segunda pausa de la canción, cuando sonaba más fuerte.

La primera plana estaba llena de balones y marcadores de los partidos de fin de semana. Busqué al jefe Diego en las columnas pero fue inútil, ya parece que nos importa dónde pueda estar si hasta un favor nos hicieron. Y adrede que decían que las cosas malas sólo les pasan a los hombres buenos; ahí tienen la prueba. El día que supe que Ceratti estaba enfermo me dieron ganas de dejar de fumar, y sólo se quedó en ganas. Pero si saqué el disco que me regalaron uno o dos meses después de mi cumpleaños (gracias) y me fui en el carro escuchando el disco. No había tránsito (mta! así dan ganas de salir diario) por lo que sólo pude escuchar 6 tracks. Me quedé pensando por un rato en varias cosas, de esos recuerdos que te emergen mientras el semáforo cambia de rojo a verde:

***

Recordé la cita 126 al terapeuta, la última.

El perchero y el casillero estaban completamente limpios, cosa rara después de la cita 003 donde el compromiso familiar se hizo amistad y le importaba poco que la oficina estuviera limpia o no. La terapeuta era una psicóloga muy allegada a la familia y como en su clínica no llegaba nadie, mi madre pensó que era buena idea ir con ella para que compartiéramos cosas “juntos”. El primer día que decidí ir a visitarla platicamos de música, Pearl Jam y Joy Division eran el clímax en nuestras conversaciones. A mi me gustó la idea porque Gabriela había sido como de la familia desde hace varios años sin tener vinculo alguno; y ayudarle con el hecho de que su consultorio no se viera solo, era la manera menos exacta de equiparar tantos años de amistad con la familia. Había tres cosas realmente extrañas en su consultorio que hacían la diferencia de todos los demás consultorios y quizá por ello y por las cosas que poco a poco fui descubriendo con el transcurso de las visitas, me hacían pensar que era el mismísimo consultorio de Freud en Viena.

Número uno: Una pecera resguardada en sus orillas de madera carcomida y bastante grande para albergar a un pez naranja y gordo. Bautizado por ella con el nombre de Yo. A mí me dio mucha risa el nombre, pensé en regalarle otros dos más con el nombre de Superyó y Ello. Pero no, para ella sólo había Yo. Si bien parecía que el pez supiera su destino único en la vida como el pez que salvara a la psicóloga con consejos en forma de burbujitas entre su boca, no era extraño viniendo de ella. A cada momento consultaba a Yo para poder emitir un análisis, y no sólo terapéutico pues en eso no nos detuvimos; pero si rutinarios, como ¿qué opinas?, ¿verdad que si Yo?. Bueno, después empecé a creer que el pez tenía influencia directa con la psique de su dueña o que había una especie de comunicación no reconocida por mí para entenderse y consultarse uno a otro, aunque siendo sinceros, nunca vi al pez pedirle un consejo o consentimiento a las afirmaciones de Gabriela. El pez sólo era pez y ya.

Número dos: el sillón de terapia no era común como todos lo que hasta ese momento había visto en las películas o imaginado en libros. Era un sillón muy grande donde cabíamos los dos en forma de mano abierta y con los dedos juntos. Al principio me daba turbación y desconfianza, pero después me acostumbré a recostarme en una mano gigante muy cómoda.

Número tres: En el librero había cinco tomos del mismo libro, uno tras otro, totalmente nuevos. Más abajo estaba el mismo libro en diferentes ediciones, tres ediciones distintas y muy bien asignados a cada espacio del librero. Manual de Psicomagia en 7 libros. La verdad nunca quise preguntarle la razón de aquella manía, pero era innegable que guardaba un gusto y afecto por él.

En cuanto a ella había muchísimas cosas que la hacían interesante, brincaba de una charla a otra olvidando la primera y era casi imposible saber dónde terminaría una de sus platicas; por ejemplo, una vez comenzamos hablando de mi madre y en un par de minutos ya me estaba contando de cómo odiaba su uniforme escolar de la primaria. Así nomás. Entre muchas otras cosas que me hicieron seguir visitándola fue el metódico parpadeo y levantamiento de cejas simulando sorpresa por cada cosa que yo dijera. Así fuera lo más irrelevante, para ella era como algo que sus oídos jamás habían escuchado. Y eso, aunque fuera algo involuntario le daba un sentido interesante a nuestras disertaciones y comentarios.

Mi madre siempre preguntaba por ella y se mandaban saludos, saludos que nunca les di. Pero sabía en el fondo que Gabriela hablaba con mi madre por las noches y se colgaban en el teléfono. Lo más extraño fue que Gabriela hablaba totalmente diferente, como otra Gabriela que ya no me gustaba tanto.

Siempre pensé que su vida era como una especie de honor constante al caos. Nunca perdió el encanto para hundirse sola en sus propios problemas. Además de que platicar con ella era como vivir tranquilo y sentirse un poquito más sano para cuando llegaba el momento de compararnos. Se había divorciado dos veces y uno de sus hijos era de su instructor. La voz no se le paraba nunca, hablaba y hablaba; bueno hasta el fracaso con su instructor sabía, sus posiciones y sus fantasías (algunas reprimidas) con medio mundo. Continuamente jugaba con un cerebro de esponja que tenía en el librero para quitar el estrés, según. Pero en mí no resultó el mismo efecto, me sentía un carnicero jugando con un cerebro entre las palmas de la mano, y eso me estresaba más.

Cuando llegó la cita número 126, la última, efectivamente el perchero y el casillero estaban completamente limpios. Eso me extrañó pero con ella cualquier cosa era impredecible, así que no pregunté nada. Le llevaba unos videos de Mario Viñuela que me había encargado para pasar el rato y los dejé en el escritorio. Era muy raro que se quedara callada pensando con la mirada hacía el piso, así que por fin me animé a preguntarle qué pasaba. Después de escucharla, me arrepentí de haber preguntado.

(me hubiera gustado enterarme que sería la última)

En navidad le envié el libro “Manual de Psicomagía” de Jodorowsky, su preferido. Mi familia y yo recibimos algo de ella por correo. Para mí, el cerebrito de esponja que tanto odiaba y el nuevo cortometraje de Mario Viñuela titulado “Habitación 303” con una notita:

-Eres la sexta persona que me regala este libro.

Entonces supe que aquellos libros que había visto en el librero no eran realmente un afecto, sino una casualidad.

***

Total, cuando llegué a mi destino por la mañana aún con el disco de Ceratti puesto, le marqué a su nueva oficina. Hubo una contestadora que me desanimó por completo y colgué. Quizá otro día lo haga.

viernes, 28 de mayo de 2010

De princípio em princípio, afinal de contas.

Qué pronto se van los meses. No habría manera de escribir sobre las tres últimas semanas. Observo el espejo: pero qué chingado estoy. El cabello creció bastante después del último corte en febrero. Bueno, de la barba mejor ni hablo.

A veces sucedía que cuando tenía cosas en qué pensar y trabajo qué dilucidar, iba y me sentaba en las bancas del parque cual nombre nunca pude aprenderme. Atravesaba la plancha de patinaje para unirme a la ciclopista y caminar en ella. Cuando llegaba al pequeño lago observaba los patos sumergirse y salir del agua para alimentarse de migajas que habían arrojado el día anterior. Le daba la vuelta y me sentaba en las primeras bancas que encontraba con tres cigarros en mano y una lista de podcast en el ipod para escuchar mientras pensaba (o pretendía). Cuando encendía el primer cigarro (a eso de las nueve de la mañana) una gran fila de personas corrían sobre la pista de bicicletas y me observaban. Tan raro era para mí verlos correr como para ellos verme sentado. Así sucedió un par de meses, incluso mi cumpleaños decimoctavo decidí pasarlo ahí hasta medio día cuando comenzaron a llegar las alertas al celular y llamadas que nunca contesté. Y bien, ahora que no siento ni el más mínimo complejo de esa locura, me atrevo a pensar que por más raro que pareciera, las imágenes extraviadas en mi memoria son un bonito detalle de mi parte para mi otra parte que ya será en otra ocasión destino o futuro; no tendría importancia ponerle nombre ahora.

Todos los martes de enero a junio pasó exactamente lo mismo.

Hay batallas que tiene tregua desde el interior, hay otras que nunca terminan, pero aprendes a vivirlas. Si era o no un problema pequeño, por tonto que parezca, le di fin desde el inicio. ¿Entonces hubo o no victoria?
Volviendo al recuento de las últimas tres semanas, me encuentro con una lista de exquisitas patologías o síntomas (Cuadros, como sea que le llamen los médicos):

-Nausea repentina y tos.
-Lesión por agente contundente en la pierna derecha.
-Fatiga crónica (¿eso existe?, bueno como sea es un síntoma)
-Pérdida de la concentración (pff… eso lo sufrí desde que nací)

Como el parque ahora es parcialmente distante de donde me encuentro, me pasé dos días buscando un lugar igual de placentero para volver a sentarme un par de minutos a pensar y a altercar sobre lo que estaba sucediendo. No tenía que ver con los síntomas, era una especie de reflejo a los días que venía consumiendo desde que me informaron: “En tres semanas terminas la universidad”

A ver a ver… ¿y es ahora cuando debo alarmarme o alegrarme? En una hora entendía que no se trataba de una felicitación sino una advertencia. Demonios, y ahora qué. Bueno, lo que sucedió después fue un cliché.

Tuve la oportunidad de conocer a varias personas en mi cambio de turno y sufrir la tensión a su lado, compartirla y terminando aquello hasta reírnos de lo que había sucedido.

Encontré un lugar igual de placentero que aquel parque al que no visito desde hace dos años. Se llama L´Barranca pero nada tiene que ver con patos y agua, más bien se trata de algo similar a La Cúspide donde se contempla desde sus ventanas la mitad de la urbe y te sientes cerca del Jardín del Edén. Ahí, pasé la mitad del sábado con un playlist que había olvidado en los rincones del disco duro, y en compañía de la vos argentina de ECDQEMSD tomé uno a uno los cabos para volver a unirlos de la mejor manera que pude encontrar.

Yebra Mosqueda entendió que si se quisieran estudiar todas las leyes, no habría tiempo material para infringirlas.

viernes, 7 de mayo de 2010

El Rincón de los Sentidos

(O de cómo se le dio el injusto nacimiento al escarabajo)

Temoc, Camila, el Chivo, Andrea, El Buen Mada, la Breaker y el Lobito, formaron parte de mi sistema educativo en proporciones extrañas después de clase en la preparatoria. Extramuros. Extracurriculares. Como quieran llamarle.

“El Lobito” (o Pablo, como era su nombre) no era más que un promotor del andaluz. Todo un personaje. El loco de la colonia (no, no estoy hablando de Jesús Quintero). Aunque después de tantos años su cara sea irreconocible a mi memoria, puedo decir que tenía el cabello negro y crispado. Muy serio. Algunos se darán cuenta que fue el último de la lista. El último por una razón: porque fue quien echó andar los cerebros con el nunca antes escuchado: “Don Durito de Lacandona” (si a unos les es ajeno, ni busquen) y sus historias; y por eso merece cerrar con broche de oro la pequeña lista de personas afluentes. Nunca nadie supo si el Lobito tenía familia hasta después de la apuesta, o si en realidad tenía una casa como muchos afirmaban. Es más, ni su nombre completo nos sabíamos.

¡Ahh... si!, cómo olvidar a Jazmín o Jazz, según quien la nombrara. Tenía la piel muy blanca, una cicatriz en el mentón diminuta y unos pechos más o menos divinos. Digo, sin apresurarme a hablar del pececito negro en el tobillo recién tatuado, y de cómo lo lucía entre chanclas ed hardy y shorts jeans en temporadas de calor (¡COMO ÉSTA!). Nunca me imaginé que tendría un “episo-pontáneo” en la prepa con ella, al menos no del modo en que pasó. Fue en un aniversario de “los cachorros” (el equipo de fut americano de mi escuela, algo así como los borregos salvajes).

En ese aniversario lo único que realmente nos unía eran las tareas, las copias y uno que otro viajecito a los bares de la prepa. De ahí, no me le acercaba, ni ella se me acercaba. No me atraía, no me gustaba, pero todo hombre tiene ambiciones por la prontitud. Lo más fácil es lo más provocativo. Como verán ella era de esas mujeres que las envuelven en rumores. Se decían muchas cosas de ella y a decir verdad, eso incita a un hombre, es el género, es el instinto. Pero al cabo, no me gustaba. Ese día tomamos mucho, se sentó a mi lado cuando yo estaba en el viejo sofá del buen Mada. Una casa vieja por todos lados que se viera. Vivía solo y sus sillones apestaban a pelo de perro y cigarro. Eran como las tres de la mañana, nadie midió el tiempo. Después de haber derrotado a los “perros negros” ya había bastantes cosas qué festejar, aumentando a eso la despedida de la prepa. Estaban las novias de los cachorros y los buenos colegas de siempre, incluyéndome. Mmm, en sí, ahora que lo pienso, nunca me gustó el fut, sólo iba por las buenas fiestas y las porristas que como la miel a las abejas, la jersey y el souvenir a las mujeres. ¿O, no? Hahaha…

No tenía la cabeza hueca para ponerme de topazos con los cascos. Más bien me interesaban otras cosas.

Jazz se sentó a mi lado. Claro, antes tuvimos una charla breve, ésas que sólo salen en la party y en una despedida preparatoriana. Recuerdo bien que me dijo:

-Che César, siempre tan serio, hasta pedo eres serio…

Yo me empecé a reír (cómo no) si no me conocía lo suficiente. Al menos hasta donde yo sabía.

De ahí bebimos y platicamos como dos amigos que no se ven en años. Según ella me estaba “neteando”, me agrada cómo le damos nacimiento a nuevos verbos. Es más, la RAE los debería asignar como palabras: googleando, parqueando, drinkeando, antreando, taqueando, supereando, mensajeando, freackando, fiestando.

En fin, no todo termina mal.

¿En qué estaba?... ¡Ahh! sí, “El Lobito”

En ese tiempo no existía el CaraLibro o el Formspring. Aunque pensándolo bien, no lo habríamos utilizado. ¿O, sí?...

Pablo Cisneros o Cienfuegos o Caballeros. Encabezaba la C en su apellido, eso sí.

Todo comenzó en la clase de Desarrollo Cultural y Humano, de las primeras clases que tuvimos ingresando a la prepa. La impartían un par de chilenos. Uno de ellos muy bajito y chino, hablaba que parecía comerse su propia lengua. Teníamos que presentarnos y decir nuestras aficiones. Cuando llegó el turno de Lobito dijo que él no tenía familia y que vivía en la calle. Pero eso sí, comenzó a hablar de “Don Durito” como un escarabajo que escribía desde la selva. &%$#!!

Nadie se acercó a él las tres semanas siguientes.

Todos decían (con voz bajita a los oídos) que vivía en al auditorio Ché Guevera porque un par de veces lo vieron entrar ahí con los de filosofía y no salía hasta al otro día que comenzaban las clases y las conferencias en el auditorio.

¿Puede vivir alguien ahí? Pues al parecer sí: él y unos cuantos.

Se le puso “Lobito” a Lobito porque siempre andaba solo y como perdido entre las jardineras de la escuela y pocas veces hablaba con alguien. Siempre mirando fijo y con una barba libanesa que asustaba, pues ninguno de nosotros había experimentado en su totalidad el crecimiento del vello en el rostro, nos era completamente infrecuente.

Eso le dio a Lobito una exclusiva y superior característica de todos los demás. Era místico e indescifrable. Bueno, no tanto, exageré. A Lobito no le gustaban las preguntas que involucraran a su familia o su vida personal, por el contrario le brincaban los ojos cuando alguien hablaba de Don Durito. Después de un tiempo y ya más aclimatados a la prepa, nomás lo hacían por fregar porque ni les interesaba el tal escarabajo. Y como ya tenía apodo, no estaba contemplado un cambio aprobado por el Consejo Preparatoriano de Apodos en la agenda. De “Lobito” a “Durito”, o “Escarabajo”. No era propio, y el Consejo no admitía desistimiento al código certificado en cuanto apodos.

La verdad es que al principio todos mostraron asombro al estilo de vida que acostumbraba Lobito y hasta aceptaron con respeto la fiel devoción que le tenía a Don Durito. Pero sólo al principio, porque después de un tiempo ese asombro y respeto se transformó en burla e indiferencia.

“Don Durito” -según él- era un escarabajo que nació en diciembre de 1985 en el sur de la selva oriental, situada en México. De nombre civil “Nabucodonosor”, por el cual nadie lo conoce por aquello de la PGR. “Durito” era su nombre guerrillero y de caballero andante, que venía siendo lo mismo en estas latitudes. Enemigo acérrimo del neoliberalismo. En veces detective, en veces analista político, en veces andante caballero y otras tantas “escribidor” de cartas. Autor de Cuentos para una noche de asfixia y Cuentos para una soledad desolada, que inició por aliviar el pecho oprimido por lo desconocido. Don Durito escogió como interlocutor primero al niño que hemos olvidado junto con la vergüenza.

No… si eso nos cayó como balde de agua fría a todos. Nos impresionó más que cuando nos dijeron (en ese tiempo) que el PRI había salido de los Pinos por un tal Fox. O que MTV había censurado Beavis and Butthead.

Al profesor chileno fue al único que le agradó la presencia que había impuesto Lobito con su oratoria y el único que conocía a Durito de Lacandona. Le dio un aplauso a Lobito exigiendo el nuestro y luego intercambiaron correos y hablaron por un largo tiempo terminando la clase del tal Durito.

Dicen que una vez siguieron a Lobito después de clases (como jugando al espía al puro estilo Dr. Watson raquítico). Dijeron que saliendo de la escuela se fue a meter a un café muy animado. La versión fue distinta de las tres personas que lo siguieron. Uno decía que pertenecía a un clan de hippies en un café de la Condesa. Otro dijo que no, que en ese café había una pequeña biblioteca y gente adulta que fumaba puros, pero lo seguro era que escondía algo. El tercero argumentó que simplemente trabajaba ahí como mesero porque tardó mucho en salir.

Cuando dieron las cinco, los tres se marcharon a su casa porque Lobito no salió nunca del café. Así que al otro día se sumaron más al acecho, por lo que hubo más suposiciones sobre su vida y sin tener al menos una clara, las conjeturas se iban haciendo escasas. Por lo que el Consejo decidió elegir a representación popular y mayoría relativa (papelitos de cuaderno) a dos que lo siguiera el día entero. “Aura” y “Álvarez” resultaron seleccionados. Ya estaban las apuestas de todos sobre Lobito, sólo faltaba conocer la verdad.

Las apuestas estaban registradas en un cuaderno especial para eso, sólo escribías tu apuesta con tu nombre –claro-, por sí salías ganador exigías el pago que ya para las doce de la tarde ascendía a seiscientos pesos.

La más ridícula que logré leer fue la siguiente: “Lobito es transexual y va al café a esperar cliente”

Entre las más ingenuas había una que decía “Yo creho k Lovito hasalta diario el café, por eso usa gorraz y el caveyo largo”

Se leían todo tipo de pronósticos. La oportunidad de escribir era hasta tres con su respectivo pago. Por supuesto, el Consejo establecía las bases para el concurso.

Había otros que aprovechaban el cuaderno y su dinero: “El pinche Lobito pasó por casualidad al café. ¿Ya hicieron la tarea de Taller?, pásenla ¿no?”

Todo oculto, y como el tal Lobito nunca entraba clases era más fácil. Yo le aposté en secreto a un epígrafe que me había convencido por completo, pues más allá de involucrarse en la vida de Lobito, me parecía buena idea:

“¿Qué tiene de raro un escarabajo o una cucaracha? Al fin y al cabo una Ceiba es una isla con aspiraciones a volar. PD. Dice Don Durito que cuándo será que a alguien se le ocurra hacer una ponencia que se llame Cómo Desmantelar Un Brassier A Una Mano. Reitero que toda opción terminante es válida”

Como estaba firmada por Gonzo nadie le puso atención ya que era el único que tenía apetito por las lecturas de Don Durito que Lobito había traído a la prepa. A parte de que nadie entendió lo que quiso decir.

Al siguiente día todos llegaron temprano a clase de siete, esperando a que se aparecieran Aura y Álvarez con la noticia. Primero llegó Álvarez con una cara de desvelado arrepentido y totalmente acosado por las preguntas de todos se negó a describir lo sucedido y decidió esperar a Aura que tenía fotos y crónicas detalladas en su libreta.

Aura explicó: Lobito es normal.

Muchos no se convencieron, pues tenían esperanzas de que sus pronósticos les dieran los seiscientos pesos.

Y aún con los cabellos pegados en el rostro comenzó a contar:

Lo seguimos hasta el café que se llama… espérenme, sacó su libreta y leyó (se llama El Rincón De Los Sentidos) pero no entramos, sólo lo esperamos afuera mientras nos comíamos un jocho de ésos que están en Reforma, por la Diana. ¿Verdad, Álvarez?

El pobre Álvarez ni la fumaba (ya, ya…atendía, pues)

-¡Eso no importa!- gritaban.

Bueno, el condenado salió hasta las seis y mi mamá ya me estaba hablando, lo bueno es que le dije que iba con Laura a hacer un trabajo porque sino me hubiera ido como en friega.

-¡Que eso no importa!-

Cuando salió lo seguimos hasta el metro Insurgentes y como pudimos nos colamos en el mismo andén que él. Total, que se bajó y transbordó en Tacubaya. Y ahí nos tienes siguiéndolo hasta Polanco donde se bajó. Luego tomó un taxi y lo seguimos en otro pero todo con cuidado, sin que se diera cuenta, le dijimos al chofer que se asegurara que no lo notaran. Se paró el taxi en una casa y se bajó, nosotros estábamos a una cuadra y nos bajamos. Vimos que Lobito sacó unas llaves y como ya era noche ni nos veía. Se acercó a la puerta y abrió. Hasta ahí pensamos que no había nada extraño en él, ya nos íbamos cuando volteó hacía nosotros y nos gritó “Aura, Álvarez, vengan” y nos movía el brazo invitándonos. Al principio pensamos que le hablaba a otros con el mismo nombre, pero era mucha coincidencia, si a esa distancia no se lograba ver que éramos nosotros.

La cara de todos -que escuchábamos atentos- era la misma de un niño al habarle del coco. Hasta la clase de matemáticas se nos había olvidado. ¿Cómo? ¿Cómo se enteró?

Cuando supimos que nos había descubierto, pues ya ni hicimos intento alguno de escapar. Así que nos acercamos a él con miedo. Estando a unos pasos tratamos de explicarle que era un juego del salón y que ya nos íbamos. De la casa salió una mujer grande y lo recibió por su nombre y un beso. Era su mamá y nos saludó.

¿Ya ven que si tiene familia?

¿Ya ven que si tiene casa?

-¡Ya llegó el profe!- alguien advirtió en susurro, pero nadie lo tomó en cuenta.

Quién sabe cómo nos vería su mamá, si con lástima porque estábamos todos apenados. Ella y Lobito nos invitaron a pasar. Si ya la habíamos regado, pues qué más daba. Pasamos. Cuando entramos nos dimos cuenta que si tiene casa, y más casa que muchos de nosotros pues hasta dos sirvientas salieron, muebles de ébano argentino, tres perros dóberman y una piscina en el centro de un patio bien grandote, lleno de árboles y arbustos bien cortaditos, un garage de mármol, en las escaleras tenía una pequeña fuente de telgopor; luces por todas partes con alfombras de persa, de Niriz, tres pisos de casa y todo bien combinadito

Nos sentamos en la antesala y le dijo a una de sus sirvientas que trajera agua; nos explicó que ya sabía que lo estábamos siguiendo desde que salimos de la prepa. ¡Qué quemón! Pero que no tenía problema alguno en eso. Somos libres de pensar y de sentir. En el centro del estudio había una foto de un señor barbado y de lentes (su padre), nos contó que era un contador y el dueño del café a donde va siempre, que su madre era escritora y estaba muy ligada a Lacandona, por eso Don Durito. Su cuarto estaba lleno de postales de Tuxtla, San Cristóbal, Guatemala y otros que no conocimos. Discos de Mycheal Nyman autografiados. Tenía muchas fotos con la Comandante Ramona y varios hondureños en la sierra. Nos dijo que faltaba a clases porque estaba a punto de terminar sus estudios en los talleres de la SOGEM (quién sabe que sea eso, ya nos dio pena preguntar). Y se había enterado de la apuesta por Gonzo a quien le encargó también escribir en la libreta su pronóstico: ésa a quien nadie le entendió.

Esa “verdad” le quitó a muchos en el salón el ánimo de seguir con el juego. Los seiscientos pesos fueron donados para los uniformes de fut americano para el próximo torneo. Al quipo se le puso el nombre de “Duritos” en tono de burla al salón.

Al principio me costó trabajo entender que un escarabajo escribía relatos y cartas desde la selva, pero luego de leerlo no fue tan peligroso. A pesar de que aquella situación se fue marchitando poco a poco entre los miembros del salón como rumor, nos habló de El Viejo Antonio (algo parecido al primero y proveniente del mismo autor).

¿Por qué escribo de El Lobito si hace mucho que no lo veo? ¿Se deberá a eso?...

Ya está la cuarta edición de la revista El extranjero” (mes Mayo). Sección Cultural “Hora de Cierre”. Con colaboraciones de los compañeros de la Escuela Libre de Derecho, Universidad Iberoamericana, Universidad de Sonora, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Navarra y Lunds Universitet.


Tal vez le parezca extraño que yo, un escarabajo que se desempeñó en la noble profesión de los caballeros andantes, le escriba a usted. No se angustie ni vaya al psicoanalista, que yo le explicaré presto y súbito…

Don Durito.

lunes, 3 de mayo de 2010

Miseria y utopía.



Estoy aquí, sentada en el piso al fondo del salón. Tengo que escuchar a cuatro personas hablar de la novela histórica con el tema del bicentenario de la Independencia y Revolución de México. Debo aclarar que no tengo ni el más mínimo interés al respecto; es más, no sé por qué la oradora actual se la ha pasado hablando de museografía. El salón es todo blanco y atrás de mí hay mesas apiladas. No hay sillas disponibles y el piso está algo frío pero no me importa, el día nublado no justifica el sopor que se siente en el ambiente.

Hay un trozo de másquin (masking) en la grieta que une dos mosaicos del piso, se ve viejo y sin sentido. ¿Habrán utilizado este mismo salón para manualidades con fines ornamentales? No lo sé, la última vez que estuve aquí tomé una clase de pintura del renacimiento, acerca de cuando el pinto comenzaba a comprender la infinitud de las dimensiones y dejaba atrás la impresión del "bidimensionalismo". Recuerdo también, que la última clase se vio interrumpida debido a que al fondo del salón, por más raro que parezca, hay un baño, y éste decidió comenzar a regurgitar sin razón alguna. El baño fue arreglado pero clausurado; ahorita lo veo atrás de unas mamparas y las mesas apiladas. Desde mi posición veo las mesas y las cabezas de los oyentes, algunos comen bostezan o escriben, las únicas poniendo atención son las mesas.

El másquin en la grieta me recuerda que uno puede estar en medio de una terrible vastedad sin ser notado pero siempre esperando una ruptura trágica y escandalosa. Ayudaré al másquin y lo enviaré en un viaje por el mágico mundo de la basura de la Ciudad de México. Quién sabe qué cosas le pasarán antes de que se deshaga pero me imagino que la pasará mejor que aquí, siendo pisado e ignorado.

Al momento de quitar el pedazo de papel engomado, un chorrito de agua a presión sale por entre las lozas. Al ponerle el dedo encima, noto lo erosionado que se siente el material, lo poroso que se ha vuelto una vez que el agua lo ha tocado. Busco algo que ponerle encima, el másquin ha escapado... ah maldito... se ríe de mí a la distancia. Mi dedo no impide que entre el agua, sólo desvía el chorro. Al aplicar presión en el agujero, un segundo chorro hace su entrada triunfal. Hasta ahora estoy comenzando a llamar la atención de la audiencia, no todos, sólo los de la última fila. Se está comenzando a encharcar a mi alrededor, el agujero estaba en el lugar más hundido del salón, tal vez había aquí antes una coladera. Debo levantar mi mochila, sino se las verá negras mi libreta que contiene los apuntes de todo el semestre. Debería hacer la letra más grande y ocupar más libretas, así podría leer mis propios apuntes más fácilmente, pero bueno, ahora no puedo pensar en ello. Oficialmente he parado la conferencia y todos voltean a verme consternados. No creo que sepan que fue mi culpa, no sabían de la existencia del másquin, pero mi cara de vergüenza y la actitud nerviosa me han puesto en evidencia.

– Piensa Ale, piensa. No puedes salir corriendo, no te quedes parada. ¿Qué necesitas? Quitar el agua, ni modo, este suéter me gustaba, allá va de absorbente de catarsis.

Alguien ya fue a pedir ayuda. Ya hay mucha agua, se está estancando en la parte trasera, al menos es agua limpia. Total, ya no son murmullos lo que me rodea, son risas y altas voces.
Todo se comienza a inundar, sigo sin poder salir de aquí. La mayoría ha huído, nadie viene, el grito por ayuda fue en vano. El agua cubre arriba de mis rodillas ya. No sé en qué momento el chorro de agua perdió dimensiones. Ya no queda nadie en el salón, de seguro todos están afuera esperando a que el culpable salga. Debí huir antes, antes de colocarme en esta posición tan evidente.
No saldré, me quedaré aquí hasta que encuentre la manera de detener la corriente del líquido vital. Debo sumergirme y meter el dedo en el orificio. No Alejandra, no es momento de pensar en asustadizas teorías anales de Freud. Como los buzos, debes respirar profundo dos o tres veces antes de sumergirte para inflar más los pulmones y aguantar más tiempo la respiración. Una, dos ¡tres! De entre las lozas se nota la presión que ha erosionado el pequeño orificio en un gran boquete. Me incorporo y el agua llega ahora a mi cintura. No sabía que el salón tuviera esta inclinación tan pronunciada. ¿Que nadie dejó la puerta abierta? Vamos, no creo que cierre herméticamente. No importa, no saldré. Sé que es un caso perdido, que no hay nada qué hacer pero, ya vendrá alguien, un fontanero o un rescatador y aquí estaré, ya sea para ayudar o para negarme a ser rescatada. Debo ayudar a arreglar esta falla que mi ociosidad abrió ¿Quién puso ese másquin? Debió de ponerle un letrero o un aviso, creyó que a nadie le importaría más no se imaginó que existía gente que, como yo, se distraería en el piso y removería viejas cicatrices.

Comienzo a flotar, el agua ya está en mi cuello. ¿Será que nadie vendrá, nunca fueron por ayuda? ¿Qué no saben que me he quedado aquí dentro? Tal vez no. Estúpido másquin, morir por una causa tan pobre y todo por la culpa de la temática de estas jornadas universitarias del colegio de humanidades:
Miseria y utopía del Bicentenario de México.


La Belleza es el inicio de lo terrible.
La completa perfección es tan inmensa que nos ahogaría, tan exacta e inmensa que al abrazarnos sólo crearía una gran explosión/implosión. (Tipo Dante expulsado del paraíso.)
Si sólo vemos una faceta de las cosas, un lado incompleto
¿qué sería de nosotros si alcanzáramos a verlo todo?
Se tendrían que considerar tantas cuestiones, como:
¿qué cosas se verían completas? ¿cómo saber que no hay más?
Podríamos sólo vislumbrar un porcentaje más y sentirnos automáticamente superiores.
Es sólo natural creer que todo valdría la pena, asando por alto los gustos y las preferencias. Después de eso, ya no se sabría lo que es importante. Lo cotidiano de hoy perdería toda razón y consecuencia; sería una gran excusa para tantos males.
Aún así, dejaríamos este plano en paz, correría por fin sólo y libre, seguro sin nuestra intromisión sería perfecto, allá iríamos nosotros a manchar la perfección sólo porque podemos (ya ni modo)
¿Cómo saber si no estamos ya en la iluminación? La hemos idealizado tanto que de verla, no la reconoceríamos. Sólo queda buscar algo más para no dejar ser y no dejar de ser, es casi natural.

viernes, 30 de abril de 2010

A propósito, alguien ha visto las maquinas enormes que te acompañan en todo el transcurso del periférico plantadas como gigantes acostados. La primera vez que las vi tuve la impresión de haber visto a gigantescos elefantes construyendo el segundo piso con la trompa.

Sólo he visto a tres elefantes muy de cerca y los toqué, pero sé que así se verían en la autopista. Pobres, de imaginar que estaban asustados cuando nos acercamos con el auto hacia ellos en el safari. Nomás porque tenían hambre se acercaban. A los elefantes no les gustan los cacahuates, yo llevaba varias bolsitas que nos vendieron en la entrada y se los arrojaba pero me veían de reojo y luego sacudían sus orejas y luego la trompa, y nada. Qué sentiría yo, ¿me habrán preguntado con su mirada?

Bueno, la constructora española de hecho arrendó varias maquinas para el trabajo y sí, tienen elefantitos azules como logotipo de la marca.

No quiero volver a acercarme a un elefante a menos que sepa que me dará un viajecito en su lomo, o que no están tristes. Todos los elefantes tienen cara de estar enojados o tristes, por eso no quiero volver a acercarme a ellos.

La visita número uno que le hice a uno de ellos, fue en la época de navidad. Hace muchos años, cuando pensaba que los reyes magos bajaban del cielo para acampar en Bellas Artes y vender fotografías, globos para la carta y juguetes. Qué feo se siente que te mientan. Mira que pensar en globos que llegan al cielo, en elefantes y caballos y camellos que vuelan. Shamed ¡Chin!

Hasta ese momento me gustaban los elefantes, pero que se enoja justo cuando mi madre me para a su lado y me bajan como rayo. Ya no quisimos regresar ahí, ni a ningún otro lugar que tuviera que ver con Bellas Artes o la Alameda. Después de todo fue mi idea, todos mis amigos de Kinder iban a allá y yo no me quería quedar atrás. Agradecí tanto que me dijeran la verdad de los reyes porque ya bastante tenía con pensar que los elefantes estaban enojados como para que concluyera con que vuelan.

La visita número dos que le hice a un elefante, fue en el circo. Todo iba bien hasta que salió el elefante con su rostro apagado, cansado y vestido ridículamente, cargando a un hombre igual de ridículo que todos aquéllos que les aplaudían. No me gustaba porque pensaba que estaba viejo y aburrido y a sus años lo mejor sería dejarlo en paz; pero alguien me dijo que todos los elefantes están arrugados. Aún así, no me agradaba. Prefería que salieran las hienas aunque no se rieran.

Bueno, en el safari fue diferente, fui porque quería saber si allá estaban más a gusto, si allá eran felices. Pero no. Tenían la misma cara. Ni hablar.

A ver si alguien hace el favor de quitar las maquinas del periférico.

jueves, 8 de abril de 2010

"El Extranjero"

Esta vez publicamos en la tercera edición de la revista mensual “El Extranjero” en la sección Cultural. No vale la pena que le echen un vistazo a menos que quieran ensamblar su cabeza a la jurisprudencia posmoderna o consultar la opinión de Luigi Ferrajoli sobre los principios kantianos. Si se avalientan, saquen filo a la navaja y opaquen sus anteojos.

jueves, 25 de marzo de 2010

Mnemotecnia

Si existiera esa parte del reproche o el arrepentimiento en que se dice pudiera cambiar el rumbo del destino, dos veces a ciegas optaría por el mismo en que aquella tarde, atizado por los nervios del examen de Ética y por el retraso que calculaba era de veinte minutos, me coloqué en el momento exacto en el que ella con su peculiar fleco entrecejas y afinada nariz, me viera por vez primera. Tampoco la conocía, qué más daba. La voz a tientas le dijo lo propio que acostumbra el caballero al subir al autobús. La dejé pasar estirando la mano hacía la entrada del camión. Subió y me regaló la primera sonrisa. Antes odiaba ser el primero, es más, odiaba cualquier cosa que tuviera que ver con ser el primero. Una sonrisa bien puesta, sin nada más qué pedir, no sé si a causa de sus labios la sonrisa se haga más encantadora, la verdad es que para regalar sonrisas, soy en alto pésimo, y por ello merece mi admiración, yo no podría hacerlo de la forma tan natural en que ella lo hace. Decía pues, que en su lista de sonrisas me vino a la mente una idea: por qué carajo me entero hasta ahora que existe esa sonrisa, ahí sí, sin refutarme, me gustaría haber sido el primero en admirar la construcción de su risita. Iba para la facultad, tenía examen, por lo que me senté a su lado, fingiendo abrir el libro de Nicomáquea con el que había tenido una noche memorable, dos cajetillas de cigarros y ocho tazas de café cargado; a pesar de la somnolencia que cargaba en los ojos, la irritación del sol en el rostro, tenía el examen preparado, calculaba un nueve, por no decir el diez. Hablé con Carlo en la mañana presumiendo sin que se diera cuenta, la notable repetición de parafraseas, el justo medio, el bien humano y todas esas cosas que la maestra de ética nos había proporcionado para contestar un examen universitario, según. Carlo no sabía nada, me dijo que se había ido de jarra la noche entera. Confesándome que dos chicas le habían dejado sentando en la barra esperando y que una de ellas hasta la cuenta de los whiskys le había dejado. No es por desanimarte Carlo, pero el amor pocas veces se encuentra en los bares, contesté. No es ético copiar en un examen de ética, estarás de acuerdo -añadí- antes de que él pudiera decirme algo por la bocina; a decir verdad, antes de que me lo pidiera. No es cuestión de ética, es de moral, moral de amigos, una moral muy bien arraigada a los valores de la amistad, de lealtad, tú eres mi hermano, para nosotros ayudarnos es una buena moral, significaría que la honestidad entre hermanos va más allá de la moral, lo inmoral representaría para la maestra vernos copiar, para nosotros no. No sé cómo, por medio de esas palabras, llegó a convencerme, parecía como si en el fondo cada palabra la tuviera programada para decirla en el momento preciso, ni antes, ni después. Te veo quince minutos antes del examen, ultimé. Aunque ya tuviera registrada la información necesaria para poder contestar la prueba, se decía que la profesora era de ésas que sorprenden a la mera hora y a Dios le correspondía saber qué preguntaba en su examen, por lo que a manera de engaño hojeaba el libro capacitado para seguir con el enfermizo dolor de cuello y los nervios de punta, con la esperanza de encontrar nuevos registros que no tenía en mi cabeza. Para esa hora ya me había olvidado de la sonrisa monumental y de Carlo, parecido a esos trances que me acosaban mientras perdía la mirada en los libros o en la ventana del autobús desde hace varios meses, y a saber lo que pensaba, justo cuando terminaba de pensar con la mirada perdida, regresaba y me olvidaba de lo que en cuestión de segundos había pensado. Calamitoso o raro, pero ciertamente desconocido y nocivo. Eso sí, creo que no perdía el tiempo pensando en tonterías. Como hacía poco me había clavado en la vida de Héctor de Mauleón, la Ciudad Dormida y el Espejo, no sabía por dónde comenzar a pensar, y mucho menos imaginaba por dónde terminaría pensando. Tenía cosas en la cabeza cual túnel de aguijón en estrecho.
Para cuando cerré el libro, aquella mujer de sonrisa editada en tiempo real por algún photoshop igual de real que el tiempo ya se dormía en mi costado con la cabeza desamparada a los cerrones, frenadas y arrancones del autobús. De vez en vez cuando despertaba ligera, se acomodaba los flecos indecisos en las cejas pasándolos a atrás de la oreja, volteaba y me sonreía. Cuando se es universitario lo único realmente importante en los tiempos libres, es dormir, después de ahí no hay más. Por mi parte, me declaré confeso de un reciente insomnio provocado por nada, dos o tres ocasiones imaginé que se debía al exceso de café por las noches o por el cojín que poco a poco fracasaba en su realeza. Más de una vez omití las dos posibles causas y seguía padeciendo esa bonita tortura del insomnio. Escuché decir después a alguien, que en medio de esta crisis, ya no bastaba madrugar, sino permanecer despierto siempre. Estaba muy concentrado en observar a través de la ventana cuando sentí un dedo muy pequeño en mi hombro. A veces en un segundo se pueden pensar miles de cosas, un sobresalto, un asombro, turbación, lo que se llame; sin embargo nada de eso me conmutó. Sabía que era ella. Lo que sí, por medio de alardes, pensé en el lapso que quitaba mi mirada de la ventana para girar la cabeza a su vista, fue en un examen y en Carlo, desgraciadamente era un excelente instante para pensar en cualquier cosa, menos en eso, menos en Carlo, el examen y la moral de ambos. Voltear significaba un cambio, un cambio al que no estaba predicho. A poco no, cualquier otro que no fuese yo, haría lo mismo, quién, con capacidades motoras plenas, se negaría a disfrutar el delirante baño de la vida, en un segundo, en un santiamén, de esa sonrisa; tarde o temprano, se aduce, nadie.
Ya volteaba hacia ella en el momento que se bajaba los audífonos de los oídos como intentando preguntar algo, por supuesto, acompañada la voz de una sonrisa, que para ese instante, calculé que era la quinta hacia mí.
A pesar de haber cometido el error de escuchar su voz tan liviana como el labial que llevaba puesto, por todos los silogismos posibles, premisas mayores y menores que en un reflexivo razonamiento se pudieran haber hecho, no había escapatoria: ahora lo moral simbolizaría pasar la tarde entera con ella, lo inmoral: hacer el examen y haber dejado copiar a Carlo, eso simbolizaba mi justo medio, mi bien humano.