miércoles, 29 de julio de 2009

"Life Bohemia-Bohemian Life"

Sólo me quedan ocho días de licencia bohemia. No echo de menos la oficina. Echo de menos a Desireé. Hoy fui al cine, solo. Vi una de Andy Warhol. Hasta la mitad me entretuve; a partir de allí, me aburrí de mí mismo, de mi propia paciencia.
He visto a personas sentarse pacientes a contemplar su potencial, a beberse la vida sin salir de casa. Tratan de arreglar eso comprando lavadoras monstruosas con más ciclos de secado y ruido, asilar perros vagabundos, gatos, custodiar peces y alimentar pájaros; refutando su aislamiento. Aunque yo viajara, aunque me fuera de aquí, de esta casa a la que permití encerrarme de tiempo completo y tuviera la oportunidad de sorprenderme con paisajes, monumentos, caminos, obras de arte, nada me fascinaría tanto como la Gente, escudriñar sus rostros en insaciada turbulencia, con espléndido apuro, inconscientes de su brevedad, de su vida reservada, sin sentirse jamás acorralados, sin admitir que están acorralados; de mejor forma: no pueden estar. Creo que en ese momento se me afirmó definitivamente una convicción: soy de este sitio, de esta fatigada ciudad.
Durante la licencia, veo la oportunidad de reencontrarme con viejos colegas que en algún tiempo fueron más que remedios; unicampeones de adolescencia y locura. Desempolvar hipótesis, navegar por hexágonos y pisos de esta casa. Nada más que una mancha trepada sobre el sofá me entretiene tanto. Se me hace cuesta arriba reintegrarme al ocio definitivo, al ocio asegurado, quizá haya después muchos días como éste, y piense entonces en este apuro, en esta impaciencia como un ridículo agotamiento. Quizá sólo quizá. Pero este Mientras Tanto tiene el alivio de pureza armónica entre mi afición y mi desencanto, como la semilla la entelequia del árbol: el vagabundeo la entelequia del Poeta Mal Hablado.
Esta licencia ha sido un buen aperitivo de mi cansancio, de volver a entender las notas musicales de un timbre que hacía mucho dejaron de ser parte de un despertador tardío.
El correo recibió hoy un mensaje de la que es y fue, mi jefa de área. El párrafo que me decía, dice así: «¿Cómo es que el obsesivo-compulsivo se asfixió?» es demasiado odio junto para que suene verdadero. Al final voy a pensar que esta mujer me quiere un poco.
Se acabó la farra. Mañana otra vez al ocio. Pienso en las planillas de horarios, en los postits amarillos, en las fotocopiadoras con papel atascado, en los folders, en la voz del Titular, y el estómago se me revuelve.

Científic.

Nebulosa NGC 7293, Helix Nebula, El ojo de Dios.
Fui enviada aquí, o exiliada, ya no me acuerdo. La verdad es que han pasado bastantes años, creo recordar que antes solía tener un cuerpo andrógino pero después de un brusco movimiento, cambié al que ahora tengo, a un cuerpo de hembra humana. Lo primero que hice fue investigar mi nuevo entorno. Estaba en un ambiente acuoso, algo muy cómodo como para vivir ahí para siempre, flotando, alimentándome sin siquiera abrir la boca y sin esfuerzo alguno; pero fue en ese lugar en donde todo cambió dentro de mi, ahí tuve unos sueños increíbles, observé el comienzo y mi fin, miré más allá de lo posible y existente, percibí cada fibra de mi ser, estiré todos mis músculos uno por uno, la sensación de ser y estar envolvió cada parte de mi cuerpo.

Supuse que todo eso estaría ahí por siempre y que podría regresar después para observarlo y experimentarlo de nuevo. Con esa esperanza salí de ese atmósfera a una muchísimo menos cómoda y más dolorosa. Activé sentidos que no sabía que tenía y tuve que negar otros que entorpecían mi existir. Me adoptó una familia de lo que yo pensaba eran leones salvajes, hasta después me di cuenta de que eran humanos. Intenté comunicarme con ellos por mucho tiempo, ya sabes, para establecer contacto pero por más intentos que hacía a cualquier hora, jamás parecieron entender mi súplica. Cuando me quedaba sola en un cuarto sin ser molestada, cerraba los ojos para recordar lo que experimenté en el medio acuoso y lágrimas salían por mis ojos al sentir la nostalgia de no saber si podría regresar alguna vez; y por si fuera poco, mis anfitriones venían a callarme, como si hubieran estado escuchando tras la puerta. Lo que no entendían es que quería estar sola con ese raro sentimiento de dolor y la aún más extraña esperanza. Por todos esos intentos fallidos me propuse enseñarles mi idioma y contarles sobre todo acerca de la verdad y lo imposible, lo que en este lugar no existe. Jamás me pusieron atención, a veces repetían mis palabras viéndome a la cara pero sin entendimiento, como seres balbucientes. Con mi fe en alto me propuse aprender su idioma, después de aprender a comunicarme les pediría que me regresaran a donde me habían encontrado.

Después de un largo tiempo de aprendizaje, y no sólo del idioma, también de sus maneras de usarlo: nombrar, decir, interrogar, mandar, mentir, engañar, etc., recapacité sobre mis deseos y preferí esperar un poco más de tiempo. Aprendí a moverme en este lugar y nada se hizo más fácil. No me enseñaron muchas cosas, la verdad es que suponía que todos éramos iguales… ahora hasta risa me da cuando recuerdo viejos momentos de bella ignorancia. Aprendí a escribir pero jamás a dibujar, aprendí a hablar pero no a cantar, aprendí que se tenía que hablar o dejar ver interés por las cosas banales y superficiales, pero nadie nunca me enseñó a utilizar todo lo que se va quedando dentro.

Mis esperanzas de encontrar información sobre el lugar en dónde había estado se perdieron en algún momento del trayecto, de ninguna manera iba yo a mencionarles a estas personas sobre mi viejo hogar, ¡lo destruirían!

Ahora camino en esta enorme selva donde hay que pelear para comer, mis habilidades y capacidades crecen al igual que yo. Al amanecer arrumbo mis sueños y mi fe en un rincón, con cada salida del sol me preparo un poco más para la guerra que se avecina. ¿No la sientes? Yo se que viene, los sentidos que decidí guardar hace tantos años han comenzado a despertar, se han alarmado por el suave sigilo de el cambio de los vientos; algo importante viene y no lo puedo parar, nadie puede. Se que debo concentrar mi energía restante, en momentos de débil desesperación quisiera encontrar la manera de regresar al lugar en donde los sueños no tienen fin, pero por mientras seguiré en este físico y objetivo lugar.

No me veas así, sigo aquí ¿no es cierto? Quiero decirte que pese a la inseguridad que conlleva sobrevivir todos los días, existen pequeñas y simples cosas que le dan sentido a cada despertar: la existencia de rastros de otras especies como la mía que han dejado sus huellas, las diferentes maneras de comunicarnos sin tener que utilizar palabras y, de vez en cuando, la presencia de humanos que sonríen sin miedo; todo esto hace más ligero el paso de los años. He llegado a cruzarme con seres que saben la verdad, yo sé que la saben sin que lo digan y ellos la saben sin de manera inconsciente, nos entendemos, experimentamos y soñamos. Soportamos más si somos más, aunque no sé bien si ellos quieren salir o quedarse aquí.

He seguido las tradiciones practicadas hasta comprenderlas:
Creer: es algo muy curioso en este lugar, gritan libertad bajo cadenas, creen ver la luz de la verdad aunque sólo la ven porque están en lo profundo del túnel.
Encontrar pareja: después de todos los rituales de "compañerismo" me di cuenta que aunque diferentes especies se mezclen y la pasión nos empuje y arrastre, la razón siempre le termina ganando a la pasión y esto mata todo tipo de unión. Aún con todo esto, cualquier tipo de unión hace bien y el placer es algo tremendamente bello.
Confiar: esto es, en otras palabras, meter la mano al fuego para después averiguar si es real o falsa la situación o la persona. Duele cualquiera de las dos soluciones pero al final se aprende algo muy valioso.

Creo que eso es todo hasta ahora, cada día siento más cambios, los sentidos se alertan, aprendo más y disfruto más. La verdad es que estoy esperando, no sé precisamente bien a qué: esperar a que inicie la guerra, no envolverme en el petróleo en que se convierte poco a poco este ambiente y evitar que nos ahogue o regresar a nadar y sentirme entre las visiones, creo que para hacerlo sólo tengo que dejarme ir; me han contado de gente que salta desde lo alto y justo antes de estrellarse contra el suelo, despliegan alas para irse volando. Las opciones son limitadas y el miedo no es una salida, es sólo un medio para retenerse en la oscuridad.

La vida no se hace más fácil y al parecer el canibalismo tendrá auge próximamente. Por unos pocos segundos al día diseño ilusiones y dibujo fantasías, por las noches se cierran mis ojos sólo por unas horas. Las criaturas de la noche se dan un festín mientras las criaturas del día huyen a resguardarse en sus cárceles mentales, algunos nos quedamos al margen de las situaciones normales para crear las propias. Sinceramente creo que debe de existir algo gracioso en todo esto ¿sabes? debe valer la pena. Seguramente después de todo nos reiremos de esto por los siglos que faltan por venir. Se trata se ser inteligentes ¿no? disfrutemos los tumbos del camino ya que uno plano y derecho nos haría dormir hasta el fin. ¡Es más! Barajemos todos nuestros destinos en uno y juguemos a que no estamos.

martes, 28 de julio de 2009

e & p

Danza-Luciernagas, Pintura de Gonzalo Rey.
Escoger entre la esquizofrenia de la soledad o la paranoia de la sociedad no es algo sencillo, si a caso nos dieran la opción de escoger. Creo que yo me iría por la primera, imagina, sólo imagina cómo sería todo...

Saber que cualquier movimiento en falso requiere de toda una meditación. Sentir los colores, saborear la luz o ver el sonido. Rodearse de la plaga del oxígeno. Moverse entre las olas del tiempo. Escuchar las imágenes de este planeta. Recordar que vernos es sólo gracias al reflejo de la sonrisa del sol. Tirar la llave que nos encierra en esta nube de sopor. Derramar nuestras manos hacia lo alto. Gritarle al ritmo que pare. Dejar de respirar. Acercarnos al precipicio. Tener escalofríos. Detenerse en lo alto. Estancarse en los recuerdos. Moverse al revés. Continuar cayendo. Surfear hasta el fondo. Aturdirse con el aire. Entender que todo esto es latir, es desenvolverse y volver. Sólo hay que seguir en contracorriente y acordar con el interior un punto definitivo. Asombrarnos del exterior es necesario. ¿Cambiarías un atardecer más por un respiro menos? ¿Notarías la diferencia entre el dolor y la emoción? Todo es tan duro que se enfría, aunque todavía no has caminado a la cueva que ves en sueños. El costo de estar no se compara con la dificultad de ser. No sería lo que pretendo ser, no soy lo que soy...

Creo que esa sería mi opción y mi decisión, ¿te gusta? No tiene por que agradarte, sólo quería que lo supieras, por si algún día vienes a buscarme y no me encuentras, por si un día me ves y no te reconozco. No te preocupes, hoy no es ese día, todavía recuerdo tu rostro si cierro los ojos, el asunto se tornará interesante cuando no pueda reconocer el mío aunque... hace ya varios días experimenté algo parecido. Ya era hora de dormir pero sabes que eso no se me da. Recuerdo que cerré los ojos y sentía que una luz me acariciaba en la oscuridad. Bajo la penumbra de la sábana veía mi piel y por primera vez la exploraba con una vista cansada que sólo esperaba el amanecer. Quería dejar de verme pero no alcanzaba a ver nada más. Abría y volvía a cerrar los ojos para ubicar el pasado en el futuro, para jugar con mis memorias y confundir la verdad con la mentira.

De repente comencé a escuchar música de fondo, como esas veces en que te pregunto si no alcanzas a escucharla. Sabía que por más que sintiera el ritmo surcar el aire sólo se encontraba en mi cabeza, por más que saliera corriendo a buscar de dónde venía, como lo he hecho mil veces ya, jamás iba a encontrar su origen. Creo que así es la cabeza de cada quien, por más que buscamos la entrada jamás la encontramos.

Abrí los ojos y bajo la misma tenue luz vi mis cicatrices de tiempos pasados, las cuales veré incontables veces más, sin duda. Luego creí oír una voz, como esas canciones que me acechan sin estar, pero ésta a veces hablaba y otras sólo susurraba. No sé si existía por alguna razón, buena o mala, pero no me tranquilizaba, de hecho me perturbaba. Por un momento pretendí no escucharla y me dejó en paz, pero después acrecentó su volumen, como un pequeño demonio, como el que persigue a Edipo por el camino después de enterrarse broches en los ojos. Le pedía por favor que se callara y que me dejara en paz, luego me tiré sobre la almohada para que se atontaran mis oídos y no supieran dónde había quedado arriba o abajo y así me quedé un momento.

En la ya casi desvanecida oscuridad comencé a sentir el silencio y no supe de luces ni demonios, fue en ese momento que me debilité, cuando ya no tuve que luchar contra nada. El problema comenzó cuando deseé escuchar su voz, de repente las letras se encimaron y las palabras no se dejaban escuchar las unas a las otras unas. Entre consonantes y una que otra vocal deseé que provinieran de su garganta, sólo para saber que la tierra seguía girando de oeste a este. Sabía que era un error, que me estaba haciendo daño y que me estaba anclando a una piedra que iba directo al fondo del mal. Sabía todo esto pero la mente es poderosa, estúpidamente creía que su voz era como aire que me mantendría a flote. Afortunadamente la música se abrió camino a tumbos y opacó voces conocidas, desconocidas y todos aquellos sonidos que pudieran introducirme en el infinito aletargamiento nocturno. ¿Verdad que tiene una voz preciosa? Como la de las sirenas que atraen a los navegantes para que sucumban a su placer.

El amanecer ya venía en camino. Deseé dormir sintiendo calma, deseé sentirme normal. Esperaba poder despertar pronto para saber que la luz, aunque insoportable, iba a alejar la necesidad de llenar horas y horas de voces, palabras, sonidos y música. No sabía si iba a soñar con su voz o su imagen y sinceramente no sabía si lo quería, tal vez lo único que quería era no despertar más y mi única condena era tener los ojos abiertos, tal vez no los he abierto aún, tal vez nunca me fui a acostar. ¿No te digo? Todo esto en un simple momento de esquizofrenia momentánea en la soledad de la noche.

En cuanto a la tentación de aquella voz, esa que en momentos de debilidad sigue acechándome... Aún ahora somos razones tan irreales, somos tangibles sin razonar, somos reales sin razón. Fuimos algo que todavía no debía de suceder; es más, es como si todavía no sucediera, como cuando las melodías dejan el allegro para convertirse en adagio, aunque sabes que volverá todo a su velocidad normal justo al final. Ya no... Es asombroso cómo todo cambia tan rápidamente, como el sentimiento más sincero muta completamente.

Nunca me consideré de palabras inteligentes o preguntas interesantes, sólo pensamientos que en general son más buenos que malos, pero la verdad es que aún así son muchos malos. Casi nunca son historias, sólo divagaciones. Pero bueno, esto ha sido esquizofrenia y paranoia en una sola dosis y esto no es por lo que venías ¿verdad? Sigo hablando de las razones perdidas en mi cabeza y no te doy lo que viniste a buscar...

Por cierto, ¿qué era?

Escrito por Alejandra Abogado, para La Petite Mort.

sábado, 25 de julio de 2009

"Versus"


no poseyendo más
entre cielo y tierra
que mi memoria,
decido hacer mi testamento.
Es
éste: les dejo
el tiempo, todo el tiempo.

domingo, 12 de julio de 2009

"Cross-Purposes"

-Tendré que contarles de Gina.

-¿Gina?

-Sí. No se imaginan, es la mujer más fuego que conozco.

Sobre la mesa había tres vasos de licor suave, cenizas de cigarro y un Backgammon a mitad de juego. Roco, Leo, y Job, rodeaban la mesa con las piernas abiertas. Vino la primera partida, dos azules para Leo y las rojas se quedan en la inicial. En su rostro se produjeron gestos prudentes.

-No sé, es la primera mujer que tiene chiste.

Job levanta dos azules de la columna y las arroja al centro. Se lleva la mano a la frente y espera en silencio. Ninguna oferta de blancos le hará regresar las fichas que lanzó tan pávido. Roco y Leo lo saben, por eso esperan el siguiente bálsamo. Job se da confianza bebiendo licor.

-La conocí en Mayo, y a partir de ahí me tiemblan hasta lo huesos.

Leo abre la cigarrera y contempla dos cigarros con preocupación. Enciende uno y lo cala con los labios escarchados de piel muerta. Tira el humo sobre el juego. Observa su reloj plateado: dos quince a eme, se mueve tallando los ojos. Levantan dos piezas blancas del tablero sin decir nada. El perro los observa desde la puerta, viejo y reposado.

-Ya no quiero verla. Gina es de ésas. No soporta verme.

La caída de Roco justo en la columna le hace pensar lo difícil que resulta el encuentro. Leo aprovecha metiendo dos azules en las esquinas. Job apuesta con un chasquido de dedos.

-Dos días y no la veo, me preocupa, a veces no piensa en el daño que provoca su apatía. Siempre sabe arreglar bien las cosas sin caer en la rabia. Y yo que me cargo unas ganas de que me escuche. Le diré sus cosas.

Roco al ver su bajeza en el juego decide estirar las piernas y se vale para tomar un respiro lejos del humo que tanto aborrece. Prepara los vasos con más licor. A Job lo encasillan dos blancas y decide rascarse la barba para atenuar los nervios. Sacudido por un escalofrío Leo festeja de un trago los augurios del azar, en su mirada hay un poco de tedio. Ya no tiene marcha y admira la fortaleza que aún guardan los brazos de Roco.

-Se los juro. Mañana vendrá Gina y será otra cosa; me tiene de cabeza, al verla ahí, tan fresca, llena de brisa, se me olvida el coraje.

Leo debe mantener su boca húmeda, y a costa de eso bebe con traguitos que parecen sorbos de té hirviente. El cigarro lo reseca. Sabe que le irrita el juego, pero prefiere jugar que estar solo. Tiene fortuna de estar ahí, piensa.

Ahora que Job se agacha pensando en la siguiente coartada que lo hará salir de la casilla, se trinca todo el licor que aminoraba los demás vasos. El juego es lo único por lo que tiene algo. De no ser por él, Job estaría muerto desde hace tiempo. Nada es peor que vivir en la nada, dice. Siempre se mantiene firme en la primera alianza, pero después cae cometiendo el mismo paso que lo degolla: arrojar las azules y atesorar las blancas. Él lo sabe, pero se aburre pronto.

-Como aquella vez que me llamó inútil, tuve apetito de tirarle los trastos y decirle que se largara, pero en su sonrisa hay mi temor. No vale la pena, en el fondo Gina es buena. Ya llegará el día en que me acostumbre.

Roco regresa a la mesa fajándose el pantalón. Ondula la espalda y espera el tronar de sus huesos: allanado por el licor exhala hondo. Tiene sabor a naftalina en su boca. Hace una palmada para avivarse del sueño y se frota las manos. Se siente listo para la ronda y la espera mirando las fichas. Ancla en promesas que acostumbra hacerse. Roco es el único que mantiene el gusto por el tablero y las piezas. A pesar de que disipa en el intento.

-No conozco a su familia, Gina dice que así está bien, que de cualquier forma me quiere. Pero soy un hombre, y daré la cara cuando ella esté lista para mostrarme ante sus padres. Es cosa que a Gina no le interesa. Y la entiendo, teme que su madre se infarte cuando sepa quien soy.

Tres azules son lanzadas en picada aglutinando con dos blancas que permanecían en la mesa. Leo exclama su victoria. Levanta los brazos cerrando los puños y se bebe todo de un sorbo. Job murmura apacigüe aliviando su desplome. Roco se alegra de entrar al juego una vez más.

Los tres viejos revueltos en años se miran las manos colmadas de venas, los pómulos manchados, su piel delgada y arrugada que cubre piñones frágiles. Las cataratas en sus ojos brillan como la esperanza que almacenan en su pecho. Cada pieza del tablero es tan antigua como sus días mismos. Las derrotas más dignas ya fueron parte de sus fechas, resguardadas por un recuerdo que alimentan en cada charla; y perder la vida es tan bizantino, casi como ganar el juego.

Job se levanta del sofá y va en busca de su cama, doliéndose la espalda se despide. Leo levanta la cigarrera y se acomoda el sombrero. Sale de la puerta con pocas fuerzas. Roco incitado por el juego acaricia el tablero mientras habla entre dientes. El perro camina a él y se enrosca bajo sus piernas.

-No sé si amo a Gina.

El perro lo mira con las orejas rendidas.

Hablar de Gina, una joven enfermera, es tan aburrido como jugar el Backgammon. Todos los martes, a una sola hora: Job, Roco y Leo piensan lo mismo.

A Columba, por supuesto.

sábado, 4 de julio de 2009

Del bicho que fuimos. (Parte Segunda)

Abajo, más al fondo, en celo, recostada, existió su escuálida mano sobre la mía, como una tumba abierta de par en par esperando la mirada de Joan sobre nosotros. Cuando ella cayó en cuenta: sus dedos en los míos; echó a reír con la cabeza ligeramente hacía atrás, puesto que en ese mover de cuello viera su sonrisa cristalizarse frente a ella. Y él se estira, se contonea obsceno, hace un trago de cerveza y se dispersa entre los poros minuciosos de la sal sobre la mesa. Nadie dice nada.

Seguimos bebiendo en ascuas de una normal y ejemplar reunión de anónimos –por llamarle algo-. En sí los ojos de Joan, tan serenos y llenos de hastío, se clavaron sobre nuestras manos, en ese minuto: separadas. Por lo demás lo ignoro todo. El riesgo de decir algo entumió la conversación, cada cual mirando la prontitud de sus cosas. Salimos del bar sin hablar.

Joan tomó su brazo y caminamos al auto, en un innegable –y por encima de los pasos- silencio. Mientras el viaje se hacía ocasionalmente molesto, aquella mujer de posibilidad sinfónica echaba los ojos al retrovisor y los posaba en mi Kafkiana mirada. Por su parte, la carretera atrapó a Joan, fumaba despacio y sin despegar la vista de la estrada, aligeraba el humo con el airecillo que mecía sus poros. No elevó la aguja del velocímetro, parecía que en su infinita invariación lo roía la calma, escuchándose como increíble.

A la par de enfrentar el lenguaje, me contemplaba la mirada ruborizada de alcohol de aquella, ella que enmudecía su culpa; sonriente e impaciente sin que Joan la observara. No quiso decirnos a dónde nos llevaba, y era cierto: después de todo, no tuvimos cara. Él se mostraba tranquilo, cavilando entre ideas que seguro eran dignas de ameritar silencios. Todo se había venido abajo. Más tarde salimos de la ciudad y la carretera se había ensombrecido por entero. No tuve miedo, yo confiaba en Joan, pero molido en traición me sometí a su intento. Su novia mostró impaciencia y se recargó en su hombro, fortaleciendo su culpa. Él no entendió. Siguió conduciendo hasta elevar la presión de sus venas.

Sin darnos cuenta Joan detuvo el auto, lo condujo sobre la definida hierba hasta atascarse, intentó salir, y al dar por hecho lo imposible apagó las luces, el motor, se metió una caja de cigarros en el saco y salió del automóvil sin decir palabra. Lo vimos caminar despacio sobre la floresta sin voltear, inclusive perdiéndose más allá. Y ella como yo, se quedó muda, tratando de mirar más claro para encontrar a Joan. Con un gesto abrió la puerta y llamó a Joan de gritos. Él, sin reparar, se disipó entre el llano. Pero aún, asumiéndose como estúpido y culposo su frenesí, con las piernas apenas temblorosas, fingió despeñarse. No supimos si Joan volvería, como tampoco supimos ahuyentar el efervescente tejido en el que nos vimos mansos después de gritar tanto. Joan no regresó.

Permanecimos en silencio, esperando su regreso, mirando desde el auto la nublosa y negra pradera en la que nos había metido Joan. No hubo sonidos que nos confundieran, estábamos solos, tan confundidos como avivados. No quise hablar ni bajarme del auto: y comencé a jactarme liliputienses lapsos, sentí que mi amistad con Joan se había fracturado. Su novia me siguió, se quedó en el auto y no dijo palabra, y en el mismo desencanto miraba con insistencia el prado. No había nada, nada que alimentara la vista. Mi cuerpo se había cansado y resistí el abrigo del sueño, era tanta la noche que cada parte de los músculos se vinieron abajo con figuras rupestres y convictas. Alineados, el uno y otro en su mismo bagaje -pero nada más que nos hiciera intuir- nos eternizamos en miradas. La mujer echó las piernas hacía atrás, se sentó a mi lado y con su dedo dibujó letrillas inentendibles en el vidrio del auto hasta rimarlas métricamente en cinco: «bicho». Al verla hacer aquello, llevó mi mano sobre su rostro. La impresión de su natural prohibición fluyó sobre la tez y su piel que reclamaba el roce sobre su discurso de labios y su capacidad para sortear la inocente dilatación de su pecho. Metió la mano por debajo de su falda, cerró los ojos tranquila, respiró profundo robando el aire obligado para llenar su valor y se echó sobre mí, del mismo sosiego en que yo la tomé. Acarició mi cuello y con las piernas abrazó mi torso. Bajo la yema de los dedos torneé su cintura y cada parábola de sus senos, entiendo labrarla como el lodo. En ese brumoso sonido de su respiración había también el sollozo de Joan. El primer momento. No quise pensar bien: ya estábamos fundidos. Mientras, su aliento críptico se adelantaba arrítmico, exhalando como los Dioses, llenos de complejos, evocaba oficios antiguos: labriegos, segadores, ética y estética de un suspiro, aparentemente, absoluto. Asomó la lengua por encima de su labio, húmeda y fértil, en grácil sus párpados se abrieron para mirar mi boca y la buscaba lenta. Ya en la medida del encuentro, rodeó con la punta de su lengua la frondosidad de mis labios, uno a uno, vuelta tras vuelta hasta adornar el sitio de sabores suaves. Se desnudó la espalda y arrojó la falda por arriba de su gusto, la acaricié con parsimonia, recorriendo cada vertebra de su espalda.

«Fuente del vacío y del castaño perdido».

Esa noche y en ese corrido silencio, con la desnuda injuria de los cuerpos, bajo el drama y la rareza de un torno escrupuloso, habiendo trazado el aroma, realizado y manchado sobre el mío, dormimos inanimados. Ya no pensamos en Joan, nos abrazamos despojados y dejamos que los cuerpos, tal como fuesen, se nutrieran de esencias.

«Ahora Joan era occidente de una mujer de zurdo cálculo»…

Al despertar completamente desnudo y reseco, con una polaridad en los ojos y con un olor de descenso, pensé en ella. Un dolor que vino del esternón me cantó como viejo. Pero sobre mi cuerpo yacía otro igual de desnudo, abrazándome como quedamos: era el de Joan que turbiamente despertaba. Al verlo ahí, sobre mí, no pude levantar palabras y atemorizado de verlo, grité:

-¡¿Y ella?!...

-¿Quién ella?