domingo, 28 de noviembre de 2010

Yo no conozco Kuwait


Me siento en la parte trasera del auto porque no quiero perderte de vista. Tú me invitas un trago de vodka y te robo el cigarro que sostienes con los dientes. Las cosas no siempre deben tener una razón para hacerlas; hoy quiero terminar en tu cama, por ejemplo. Abre el quemacocos, cariño. Tí-ra-me por tu Blackberry. Me enfundaré todo el licor que llevas si deseas.

«Yo no conduzco»







Yo no conozco Kuwait, pero agradezco su visita señor.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El polvo sigue adentro.

Samara me regala un libro de Cioran y decido dejarlo virgen.
Cioran inspira, dice.
Aquel viejo loco insistente en la muerte, irreprimible y depresivo; cuánta fortuna encontró en él, en su estado obsesivo con el que no aprendo a vivir. Pero Cioran regresó a mí en ese momento que me acerqué a Samara para darle cariño, para hacerle saber que ella y yo valíamos exactamente lo mismo:
“…ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños…”.
Es difícil alelarse.
Samara es de esas mujeres que soportan mi mal comportamiento. Reúne conchitas de mar en una caja de cartón y las coloca por tamaños y colores. Tiene colecciones completas en varias cajas, de Cozumel a Escollos Alijos. Samara no es linda, es melancólica. Su apartamento está lleno de mantas, pinceles, pintura pasta y varios recipientes. Me gusta que piense como pintora, que viva como artista; así son sus pasiones, discretas y exquisitas, como las pinturas.
Dice que he perdido el ánimo, que me estoy perdiendo, que no soporta verme disipado en los rincones de este camino.
No consigo nada, como antes. Samara me alaga uno que otro triunfo. Cuando vi el cuadro me puse a tocarlo como un chiquillo. Samara quitó el cuadro de la escalera y lo guardó.
Duermo pegado a la sábana como el sudor al poliéster. Me inscribí a la membrecía de sueños sin resolver de la que soy miembro activo desde hace unos años. Observo a personas perdidas con el ceño fraguado del que me siento parte al responder con sonrisas y gestos.
Mañana inventaré otra escusa para no despertar con prisa, para no hablar con prisa. Quizá mañana le diga a Samara que su aroma me tiene alérgico, que el teclado de su Mac es insoportable y que nunca me ha gustado la taza de café que me obsequió, pero la guardo en la oficina con la esperanza de que mañana se rompa.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Revés


“En la alacena de mi cuerpo
siempre tengo algo
por si quieres
por si se te antoja
por si vienes de visita
o te quedas a dormir”

Un par de vasos con Coca, sobres de ACT-II, una mancha en el piso de Tutsi Pop y huellas de zapato en los cojines. Un plato de cereal y fruta seca me alivian diciendo: «todo sigue parejo, no hace falta que me llames, te quiero igual.»

Me contento.

Lo cierto es que no gané el Virtuality Literario, no me llamó Jorge Herralde para ofrecerme publicar en Anagrama, pero me informan que Deniz y Lizalde me están buscando para partirme la madre.

De modo que, si hubiera dejado esas lecturas que mucho tenían de sacrilegio y locura:

Otro sería.

En seis minutos –calculo– el timbre hará eco en un armonioso canto de pájaros. Es hora (14:32) de los Testigos de Jehová. Si abro, terminaré aceptando que la redención es el camino a Dios. No sin antes haber citado a pocos desprestigiados paganos renacentistas.

No volverán.

“Natural Blues” suena en Much Music.

El vecino #26 camina con sus hijos. En su mano lleva al pequeño Ulises.

El vecino #28 se entristece. Perpetúa a su esposa.

El plato de frutas con cereal me dice que mi madre ha despertado contenta y se ha marchado, desde muy temprano.

A mí me dicen que el amor es una locura, que los perros no se bañan de noche, que la sangre de encías es normal, que me queda la barba y que los discos no se limpian con papel higiénico.

Sueño en reversa y despierto en una curva (estrecha).

De niño soñaba con Leia Organa. Digamos que era un amor efímero, como todo mi afecto. Soñaría también con April Pearson sino pensara en un instante álgido.

Cualquier otro día es mejor para hacerlo.

A mí me dicen que los sueños no se cuentan, que la A es una unidad y no una letra, que no hay vuelta de hoja en las palabras. A mí, el tipo de persona que se acompaña con revistas de mueblería en la sala de espera, me dicen que hasta la mirada confundo.

Me dicen que rebuzno porque me he hecho intolerante a mi voz, que sigo sin encontrar el entronque que me lleve a ti, que sigo esperando lo que se ha marchado y que no tengo buen gusto en los cuadros de comedor.