jueves, 31 de diciembre de 2009

Letras



Estaban parados uno frente al otro, como una letra.
Pensé en la N pero no, ambos parados tan rectos y unidos por un lazo tan completo no.
Una N requiere dedicación y fortaleza, mucha estabilidad y cosas como necesidad, naturalismo, nobleza, nostalgia y a veces de nada.
Tal vez la R, él recto y ella con curvas, con dudas. Muchas palabras que suenan bonito inician con R: retruécano, redundancia, recorrido… suenan bien y ellos lo tienen casi todo: romanticismo, rabia, raciocinio, reciprocidad, se han recaído, renovado y reencarnado, ahora son realmente ricos en reflexión y reforzamiento.
Otras muchas veces habían sido una X pero no por xenofóbicos, más bien por su posición, uno encima del otro.
Muchas otras veces habían sido una K, ella se rompía frente a él y para él, pero siempre como pilar la aguantaba, le daba el soporte que necesitaba. Él nunca se quejó, le gustaba; es de esos que necesitan cuidar de alguien para sobrevivir.
A veces caminaban como una U, unidos por debajo del mantel, de las gabardinas o de las miradas. Como la vieja usanza, se han ubicado y unido.
Una sola vez se permitieron ser una W, con personas de por medio pero eso no les funcionó, él intentó voltearla para convertirse en una M y se mantuvieron un rato más así, pero ya no.
Las letras esconden formas maravillosas, sólo hay que observarlas bien. Llegan a ser muy cuadradas y otras veces muy redondas, al mismo tiempo uno aprende a sacarles la vuelta o a deformarlas con sinónimos, aunque es difícil encontrar uno con el significado exactamente igual.
Ya sea N, R o K, juegan a cambiar y a recorrer el abecedario completo, tal vez encuentren nuevas formas para crecer pero mi teclado todavía no las encuentra.

martes, 29 de diciembre de 2009

Reja de cristal

Mientras Julio se proponía a reconstruir la escena, se detuvo en una búsqueda interminable de detalles, tratando de fabricar una realidad menos dolorosa y como un rompecabezas de piezas que no siempre embonaban, moldeaba una tras otra con detalles específicos. Así continuó toda la noche, y como nunca antes en su vida, permaneció despierto mirando por la ventana.
-Qué complicado se vuelve eso de estar frente a la ventana mirando el hilo que deja el cigarro.
Para aquella noche, Cecilia, había dejado notas en su escritorio a lápiz, había vaciado el ropero y colocado en el estante suficiente comida para unas semanas. Julio no encontró más remedio que tomar su automóvil y conducir hasta la carretera libre, luego pensó lo absurdo que se sentía por eso, regresó al poco rato y se paró frente a la ventana. A la par que vaciaba constante sus recuerdos, migraba en su cabeza nuevas piezas. No había razón para sentirse aliviado, calaba profundo y cruzaba las piernas mientras el frío se metía en sus huesos.
Por la ventana -que aún conservaba como reliquias del último verano: una copa de polvo y cortinas entelarañadas- se veía la casa de junto, hermosa y limpia como muy pocas veces se viera; tal vez, al mirarla en los primeros instantes, los ojos, empañados por el cristal de los anteojos, le advirtieran que era época de invierno, una navidad llena de polvo. Se acercaba el año nuevo y la gente de junto se emborrachaba de júbilo y alegría hasta volverse locos. Sin moverse apenas de su silla tomaba el cigarro y lo estrujaba con fuerza por sus dientes, siempre rascándose la barba y volvía luego a sumirse en sus pensamientos.
-Una vez, esta casa se lleno de luces, a Cecilia le encantaba adornar la casa porque así sentía que salía por un momento de su tormento y mientras el invierno se mantuviera en regalos y luces, Cecilia despertaba con esperanzas.
Julio sólo alguna que otra vez se miraba el dedo donde una sortija que poco antes le quitaran había dejado visible una señal viva y lejana como su certidumbre. De pronto miró su entorno y como se apaga un fósforo que se pisa, halló todo distinto. Después de siete años, Julio sentía que la casa no había cambiado; extrañando a Cecilia, cada que podía iba a su recámara y a puro suspiro pasaba la noche tras la ventana.
-Esta época es un buen pretexto para amanecer siendo otro, mientras tanto el pretexto no se haya ido.
Luego no volvía a acordarse de preguntas ni respuestas, recuerda a Cecilia como una mujer joven y con unos ojos que parecían sorprendidos por el mundo. Lo mismo podía ser joven que vieja: tan difícil era calcular su edad como si se tratara de un cadáver en descomposición. Por grande que fuera su cariño hacia ella, Cecilia se agitó en el lecho, suspiró fuertemente y tosió para cerciorase que estaba muerta. Julio no pudo hacer nada, influido por la muerte de Cecilia le pareció que aquél cuerpo en la cama, tendido en la muerte, no era ya suyo, y así creyó sentir la tremenda fuerza de la explosión; experimentó la sensación de que sus brazos se desprendían del tronco y todo el cuerpo se le paralizaba. Este recuerdo lo perseguía, lo obsesionaba, como un estribillo repetido en todos los tonos, jocoso y burlón unas veces, fiero otras, frío y monótono en ocasiones; y esta noche, Julio, con su impaciencia, no sabe qué tono le viene mejor, pero piensa pasar el año nuevo en esta recamara como la brete en el que se ha dejado aprisionar mientras el invierno pasa.

martes, 8 de diciembre de 2009

"Lobby"

Ví una de esas películas horrorosas Polaroid en blanco y negro, de hombres que fumaban pipas y vestían gabardinas inglesas. Lo único que terminó por impresionarme fueron los autos estilo The Intocables; de ahí todo fue un capricho, mujeres rubias, delgadas y con unas notables piernas que me conformaron. Debido a la diversidad de uvas que me acompañaban, en ocasiones me perdía masticando y ya no podía seguir el hilo conductor del filme, pero no creo haberme perdido menos de lo que añoraba. Hay quienes dicen que el sonido de las películas cautivan más que las escenas, y el que pocas veces retumbaran los saxofones de Charlie Sexton en New York Catchen ayudó a generar un ambiente de misterio y enigma que se completó con el hecho de salir aullando Funny Little Frog. Como aquellas canciones iniciales, exclusivamente todo fue un inicio; triste e insatisfecho al minuto veinte dejé que siguiera la imagen. Si yo tuviera la oportunidad de ver a Eddie Sedgwick fumar de piernas cruzadas y su mirada bombástica en más de una escena, lo haría siempre, comiendo con la mirada hasta esperar que el lunar que lleva en su barbilla sea proceso para rescatar lo mejor del elenco; uno debe reconocer que siempre llega el momento perfecto y profundo para ser protagonista ajeno de cualquiera de sus personajes. Allí me fue dada la idea de comprar una fotografía al puro estilo Paco Grande.
Sabía que estaba en ciertas situaciones en las que podía sacar provecho de aquellas imágenes en París, o no, pero lo hacía casi automáticamente: mi pantalla era mi reflejo. Hay otras cosas en las que también me detuve a pensar, ya había decidido que los filmes no me agradan lo suficiente a menos que sean de Andy Wharol, no me interesa reflexionar con un final inesperado o una batalla de vida al exceso. Además, nunca sé nada acerca de lo que me rodea. Y no quiero saberlo pues la vida misma es búsqueda. Digo que retratar imágenes en la pantalla caprichosamente significa una impostura. El pavimento es extraordinario para salir a jugar peligros, y bien estudiada una solución, a la larga son materiales de muy bajo costo. Da igual. Yo no soy más que un hombre que se lleva los tickets arrugados al bolsillo. Uno como yo, uno como cualquiera, no le queda más que esperar la siguiente cartelera.

viernes, 27 de noviembre de 2009

"Mientras Caigo"

Total paz. Las cosas deseadas e inmortales, los tributos de los árboles para mi inspiración. Eso que llamamos bienestar.
Aunque no dé semillas ni esperanzas al azar ¡Lavemos nuestros pensares y tallemos duro a la suciedad de sentir placer y querer seguir gozando!, Así ¿quién desea aportar lo correcto, con toda la hipocresía, solo para obtener simpatía?
Que aunque no ha sido fácil, acepto que quise alguna vez impregnar con heridas la más absurda de mis conjeturas referentes a sonreír para los demás, el facilitarme tomar el camino cercano. No hubo y no hay aplauso, ni risa. Se huele culpa y terror. Se rasca en la piel el rechazo bien merecido, se llora la falta de la dicha inmediata. Que no regresará sin humillaciones.
Fluyen, fluyen sin razón por primera vez sin excusa. Aquellas razones con las manos abiertas se dejan venir y fluyen para ser tomadas por las manos de enfrente y para aprobar su carga.
Quizá pensamos en poder persuadir a la imaginación antes de dormir para que pase a ser un sueño idéntico a la realidad; es decir, prever qué es lo que se soñará. Mi sueño tendría el tema, “Es tan fuerte el Anhelo de besar a mi Figura Musical Filosófica sin lenguaje, como el Dialogar con Dupin”. Y lo hago, lo pienso y caigo, lo pienso y no lo sueño. Extraño a Dupin y no lo beso. Mi figura musical sólo puede tocarme cuando cierro mis ojos, en ese espacio negro con puntos azules. Esperando que cante unas piezas con él sólo por haberse visto en mí como lo mejor desde la pubertad, que todo eso lo huele cuando me saluda y que lo logró sin esfuerzos. Y fue hecho, con todo el sudor de las fuerzas para conseguir saciar los labios húmedos, una noche, ahí lo dejé entrar en mí y que se alimentará conmigo de lo que siempre he sentido por él.
Ellos dos. Sólo dos. Los necesito para salir junto con ellos de nuestra fantasía, a Dupin y a mi figura que ya besé porque me ha contagiado, he sido yo para aquellos un efímero instante y no acabo de enfrentar que para mi cerebro son inalcanzables.
Cuando “caigo soñando” se apropia de mi almohada y pienso: ¿qué tan difícil se vuelve para los otros? y es lo que no aceptaré, que quieran tanto y defiendan sus raíces como lo que no son: algo que no debe crecer o salir más allá de lo real, sin despegarnos, porque me toman como mediocre, ilusa y hasta tonta. Me escupen cuando no me planto. ¡Mediocres!
Sin ambición, la misma costumbre y el conformismo caminan de frente hacia nosotros, sin nada más allá para voltear. Y qué bonito resuena en mis tímpanos la idea de ser sabios. Que la libertad sea para quien sepa nombrarla a su favor.
Cual coraje es expresado con cierto toque de lástima, bajando las miradas y tirar lágrimas de soledad. Son la falsedad inmediata al dolor. Que sin alientos esperan verme en alto. ¡Qué carentes!
¡Ya alcancemos el saber justo para dejar caer la envidia de nosotros! Sacudir los flujos y realzar los parpados. Sintiendo el bendecido don de ser oportuna tienen que aceptar mi empatía y mi alto mando para la sencillez. La común sed en mí de transmitir lo real, pocas veces se me quiere reconocer…
¿Cómo podemos ser tan vanos al usar los sentidos que no cuestan y nunca se desperdiciarían con un fin injustificado? Tan egoístas. Es dolor y coraje que quiero mostrar para desaparecer de los sacrificios propios y ajenos. Aquí con líneas, gastando mi ego. Cayendo en el suelo.
Leyendo en mis manos: Ser libres de sentir, necios para permitirlo.

Escrito Por Nanzy Emm, para La Petite Mort.

martes, 17 de noviembre de 2009



¿Qué es lo que vamos a hacer? ¿Cuál es nuestra propuesta? ¿Qué cambio vamos a sufrir para poder despertar? Hablo del despertar tras un largo letargo, un adormecimiento y entumecimiento de las ideas; después de la calma de una explosión, todo está destruido y la reconstrucción fue mínima. Me siento embarrada de petróleo que arde con electricidad, mis brazos se pegan al cuerpo y la espesa negrura impide que los despliegue. Siento que el brebaje ha logrado colarse en mi interior, mi cabeza y estómago pesan y no realizan su trabajo como solían hacerlo antes, cuando el mundo era enorme y el aire ocupaba el lugar de la materia pegajosa. Alguna vez creí que mi ignorancia era una maldición, ahora creo que en parte fue libertad y en otra parte un tiempo para tomar decisiones, para las cuales aún no me siento con suficiente madurez para tomar. ¿Cómo borrar opciones incorrectas o la falta de éstas? Desearía que el vacío y la blancura regresaran a nosotros. ¿Es posible que todavía queden restos de ella? ¿Será posible que en nuestro interior tengamos residuos de pasión que nos lleven a los extremos de esta masa viviente que tenemos por continuidad? Quiero pensar que sí. La brea no se ha solidificado aún.
¿Cómo cortarla, combatirla o deshacerla? Actualmente ni el agua limpia los pecados, sólo aguadan y facilitan un poco más el mínimo movimiento que queda. Hay que cortar lo que alimenta a este abismo que se apodera de nosotros, si no, seremos despedazados por la falta de sentimiento.

Hay que decirle adiós al eterno dormir. Primero siento que con cada exhalación una parte fétida de mi se libera. Es ácido.
Con cada exhalación se desprenden de mis piernas parte de su fortaleza.
El paso de la sangre por mis venas quema con su velocidad, pero las yemas de mis dedos de la mano agradecen su calor.
El aire que pasa por mi garganta renueva un inherente ciclo de vida regalada, no hay a quien regresarle el favor.
La fuerza de mi corazón a cada latido es enorme.
Mis nervios mandan señales que alertan y empiezan por los dedos de mis pies.
Las venas soportan un ir y venir de gasolina que fortalece mis brazos.
Las ramificaciones de mis pulmones avientan aire por mi nariz y boca,
que al fin y al cabo es un maravilloso movimiento que demuestra el triunfo de una vida sin remitente.


Ella era lo que a él le faltaba. Él era lo que ella no tenía.

Él no está dispuesto a pagar lo necesario para pertenecer, dice que no vale la pena. Ella cree que "se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día".
Las reglas de disciplina están mal cuando limitan nuestra libertad individual. Él cree que todo se encuentra en el mapa, que sabrá llegar a donde quiera con tan solo tener la voluntad suficiente. Ella se pregunta todos los días cuándo comenzará el resto de su vida, cuándo la voluntad vencerá a las contrariedades. Lo que ellos no saben es que frente a sus manos están las herramientas y que las oportunidades pasan frente a ellos con gritos ahogados.
A él le dice su familia que no se preocupe, que todo irá bien. La verdad es que quisiera que alguien pusiera una tachuela indicando un destino en el mapa. A ella le dicen que siempre y cuando haga bien lo que sea que haga, no tendrá problema alguno, esto no la reconforta lo suficiente.

Hace varios años todo era diferente. Ahora esto es demasiado para ella. Esta justo a la mitad de la alegría inmensurable y de la agonía sin fondo. Rodeada de todo el mágico esplendor de la abundancia pero embarrada de petróleo. Los ruidos a su alrededor no moldean su estado de ánimo. La sangre que ha sido palpitada marca su paso, sus pulsaciones se sienten en su pecho y en las palmas de sus manos.

"Hay cosas que deben haceros perder la razón, o entonces es que no tenéis ninguna razón que perder."
Está ahí, a media calle con él, adentro del coche. Ventanas cerradas. Está ahí viendo al frente y no pierde más tiempo. Voltea y le grita todo, todo. Le grita que la escuche, que ahí está y que voltee a verla. Alza la voz y le pregunta porqué le tiene tanto rencor guardado, le dice que quiere estar bien, que quiere que todo esté bien, que por favor ya no la ignore, que sepa que lo necesita, que está harta de esconderle cosas y no contar con su apoyo. Le grita eso y más.
La luz se pone en verde.
¿Gritó? ¿Habló? Al parecer no. Sigue sentada en el mismo lugar, no se ha movido. Nunca va a pasar. Con él es difícil, se digna a verla con ojos desafiantes. Él no entiende y ella no quiere comprender. A ella ya no le incumbe. Él pregunta si hay café en casa.
–Sí.

Ellos no son lo mismo, para ella o él, entre ellos. Antes creían que eran tal para cual pero ya no, ahora se hacen sufrir más de lo que se hacen reír. Las reglas de disciplina no comprenden lo que significa libertad y la verdad es que tampoco quedan muchas cosas individuales en este planeta. Las acciones reverberan ya a niveles mundiales; uno ya no puede ser masoquista sin herir a un desconocido. Ellos no se han dado por vencidos, todavía no. Tal vez les gustan las reglas de disciplina.

viernes, 13 de noviembre de 2009

“Chingonométrico”

Se ha ido noviembre y tengo unas jodidas ganas de mandar todo a la chingada. «Así nomás»
Ya lo dijo Lino Sánchez: Los días malos sólo duran 24 horas. Nada tiene que ver con la cosmología ni con el helenismo, mucho menos con la filosofía del pesimismo del buen Schopenhauer; pero sería imposible la vida para los mexicanos sin chingar ni ser chingados. Es el verbo que nos define, porque para nosotros sería imposible decir que una cosa no es poca cosa; muy chingón, chingonsísimo: ha llegado al nivel último.
Nada me parece más atractivo que despertar mañana –respirar un momento–, y sin pretexto de entrar en un polémico grito, exclamar: ¡Hoy se irá todo a la chingada! Aunque después tenga que admitir que eso no es cierto. Seguramente mientras increpe, pensaré en dos o tres cosas: en el regacito de mi bajo intento, en la azúcar hecha piedra para el café diurno, o en el despertador de las seis de la mañana que me perturba tanto, o bien dicho: que me ha chingado tanto.
Yo suspiro resignado a tener que soportar otro día. En fin, me sugieren que omita el inventario de mi chingonario que guardo en una caja azul casi trasparente de mi buró. ¿No es a mí a quien se le ocurre ese absurdo?, alguna persona a la que no le causes tanto entusiasmo, sí.

jueves, 12 de noviembre de 2009

"Bajando el volcán"

Son las primeras horas de la mañana de un día jueves, 8 de septiembre. Ahí yace su cuerpo en un estado no atractivo a la vista de cualquier vanidoso. Cuerpo femenino cubierto de trapos.

Está en el mejor de los espacios para aquélla, su casa, en donde parece que nunca antes se había olido el humo sexual que ella transpira. Hasta hoy, posante y sin penas en su cama, sola.

Sin rastros de cansancio, están nítidos sus ojos pero no quiere abrirlos y disfruta sosegada. Despierta después de haber repuesto un gran desvelo.

Su mente está volviendo a la realidad recordando el día mágico que tuvo, el de ayer, pensando en aquel disparate a su aprendizaje, deseando el viaje profundo y solitario como lo es en este momento su trato con la almohada. Desesperantes sus acciones de deseo, siente fuego.

Acostada en sus ligeras sábanas quita las ropas de sus piernas, de sus senos, palpándose suavemente y permaneciendo en silencio se nota digna de no tocar los espacios húmedos, pero después de llevar los dedos a sus labios, estos terminan en la parte baja de su vientre y abren sus poros con imaginación, gime riquísimo hacia ella misma.

Es la parte de no pensar más que en el sudor, en la dependencia entre el placer y sus movimientos.

Una blusa arrancada y votada al suelo, el pantalón del pijama sin su forma, tirado en las rodillas. Ambas manos apuradas.

Quiere abrir los ojos para que, el hecho de verse, dé resultado. Mientras está todo en silencio, su mente ya siente venir esos estímulos fuertes y anhelados. Ahora es la parte intermedia, la dormidera está empezando, todo el cuerpo se levanta con mucha fuerza y los alaridos resuenan en las paredes.

El concepto de imaginación es aplicado con un rostro conocido. Quiere gritarle que no deje de tirar de sus piernas hacia él. Que las bese como cuerdas calientes. Empujándose a la misma vez. Está ahora ausente de la realidad, disfrutando. Lo siente cerca de ella, hirviendo y sentado de frente tocándose, abrazándola y hasta se entrega amándola. ¡Qué le dé más! Ella pide.

¡Aquí la explosión total! La pérdida de pupilas. La magia pura toma forma de fluidos.

El ensueño perfecto, la cama como la parte inferior de un volcán. Se acomoda sin desconcentrarse para permanecer inclinada. Buscando cada vez más la infinita delicia.

Y hasta que dos lágrimas salen de sus ojos cerrados despide una leve queja que nace de su garganta, y cae en la almohada sintiendo el sudor del cuello todo caliente y vivo.

Ha pasado lo mejor, ha quedado la imagen en la mente de él, inspirador de muchas fuentes de deseo.

Ha llegado el tiempo para pensar en los dedos agotados que se esforzaron sin parar. Ofreciéndolo todo.

Ha llegado el descanso, la paz que da el sentimiento de bienestar.

Y vuelve a dormir los cinco minutos… ya fue, ya comienza a recordar lo real y los deberes interrumpidos.

Escrito por Nanzy Emm, para La Petite Mort.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Caspar David Friedrich Der Wanderer über dem Nebelmeer

Quiero tocar todo, para que todo me toque. Verlo todo para que todo me vea.

Lo he visto mucho y él me ha observado bastante. Nos perdimos en nuestros ojos. Primero atinamos bajo las cejas, después esquivamos las pestañas y centramos la pupila, instintiva e instantáneamente nos echamos el clavado. Toda la construcción de su cara se deformó y me envolví en esa profunda obscuridad. En su cabeza, dentro de muchos caminos, el que más ha cuidado, es el de la imaginación, es su consuelo y su salvación; a través de ella se descubre a sí mismo, ahí une su consciente con su subconsciente, pero a medida que me iba acercando se daba cuenta de mi curiosidad y me cerró esa entrada, tuve que ir a otro lado. Por un momento creí que me iba a caer, que iba a resbalar por la nariz y que me tendría que guarecer en los montes de sus labios, pero no. Me mantuve dentro de su mirada seria y directa a la mía.

Él dice que dentro de la mía había una gran contradicción y me hizo un dibujo al respecto, que todo era un laberinto surrealista pero que dentro las cosas estaban muy ordenadas, todo en su estante y acomodado por orden alfabético, todo muy limpio. Él, en cambio, una maraña de pasillos, en unos no tiene nada, varios están todavía cerrados, algunos no tienen salida y otros están atiborrados de cosas: periódicos, sonidos, imágenes, sillas, palillos y plásticos.

En fin, ambos nos observamos por lo que parecieron horas. A destiempo pero los dos nos reímos, nos enojamos, lloramos... creo que estuvo bien que nos interrumpieran. El flujo de consciencia es peligroso cuando se está en su formación y no es la nuestra. Total, nos interrumpieron y salimos corriendo. Él sigue siendo un misterio y quiero ver qué hay en los pasillos cerrados, al menos ahora lo comprendo un poco más. No es una historia narrada, no tiene ilación...

domingo, 1 de noviembre de 2009

"Laguna Estigia"

Las noches de estas tierras, nuestras tierras, no tienen nubes ni son tan negras ni parecen infinitas. Los árboles vuelcan resina entre sus fracturas y de ello parecemos alimentarnos. Cada animal, sin merecer aludirnos, es extraño. Las hojas amarillas nunca caen, y si caen nunca se levantan, permanecen ahí hasta que cualquier semoviente las come. El sol nunca llega hasta el suelo. Dentro de esta hacienda inmensa, vivimos Carmen, Mariano y yo. No hay vida, sin ser animal, que habite aquí. Las únicas familias que conocemos es la del tendero y el velero, que viven en las orillas de la capital a cuatro horas a pie. Carmen dice que estas tierras nos pertenecen, que son nuestras hasta que ella y nosotros dejemos de vivir. Mariano, mi hermano, tiene dos años más que yo, discreto en todo menos en una cosa, sólo vive de día; antes que el sol se apague ya se encuentra haciendo trampas para ardillas y no sale de la cabaña hasta el otro día. Emprende en ello para que Carmen no le exija salir al río por agua, tanto Carmen y él lo saben, pero ni uno ni otro hablan de ese temor. Desde pequeño Carmen siempre me enseñó las rutas de estas praderas, los peligros que existen y los nuevos que pueden sobrevenir; nunca pierde la oportunidad de hablar del abuelo en la cena y cuando lo hace un lágrima temerosa se asoma entre sus mejillas. Se cansa de decir que si el abuelo estuviera todo sería más fácil. Yo también lo extraño, lo extraño en todo. De alguna manera siento que el abuelo quiso morir del otro lado del río y ser enterrado de este otro. Un hombre irremediable no puede morir en el lugar perfecto, pero el abuelo no fue irremediable ni murió en lo imperfecto, murió de este lado del río y de este lado todo parece cuestionable.

Hubo una cosa que tuvo inquieto al abuelo en sus últimos años, lo mantuvo sospechoso hasta el día de su muerte. Aquello que parecía traerlo de cabeza todo el día lo dejaba escapar en la primera oportunidad de nuestras conversaciones; hablaba que el hombre vino a este mundo a comérselo a bocanadas, tan grandes como las fantasías que se dejan en cualquier rincón falto de vida, Mariano se alejó del abuelo, yo permanecí en quietud escuchándolo. Dijo que el hombre que no miente tiene en su alma soberbia y fastidio. Nunca entendí, y aún en sus hazañas representadas me divertí. Una vez me contó que estas tierras eran acechadas por un animal, un animal grande y egregio que guardaba cada montaña con sus frutas y ríos, que sabía de nosotros tanto como nosotros de él y que cada noche bajaba por una cumplido de nosotros, siendo estos de su antojo y dicha. Permanecí sobresaltado mientras él hablaba; dijo luego que el animal lo había arremetido más de una vez y con penas pudo escapar, que se había comido vacas enteras de nuestro rebaño y las dejaba laceradas en las puntas de los árboles resinados para que diéramos cuenta de su existencia. Esa noche y las demás, hasta la muerte del abuelo, padecí la misma expectación de siempre.

El abuelo murió siendo un hombre de palabras extrañas, de alegría envidiable y de fuerza modesta. Murió de mañana, mientras Mariano y yo salíamos a coger la resina de los árboles. Carmen se abalanzó a su espalda cuando lo vio caer, ligero como las hojas amarillas, y así como las hojas nunca se levantó. Regresamos porque Carmen gritó desde el otro lado del río, un grito cimentado por miedos, tan fuerte como su asombro y mezclado entre las ramas llegó hasta nosotros. Cuando tornamos el abuelo yacía en el suelo con la cabeza inclinada a su hombro, con los brazos en su pecho como exigiendo un suspiro que no alcanzó, con la boca abierta y en ella bocados desmenuzados. Carmen lloró el día entero y esa misma tarde lo enterramos junto a la cabaña. En un pedazo de tierra hicimos un hoyo profundo y ahí lo metimos erguido con los pies en el fondo y la cabeza en el tope, como él lo pidió.

Postergados los días, supimos que el abuelo no regresaría y que Carmen en su desdicha tampoco, así que Mariano y yo decidimos regresar al trabajo, le dejábamos notas a Carmen por debajo de su puerta con un bandeja de comida. Salíamos todos los días temprano a recolectar y si había tiempo íbamos a la capital a venderla. Una noche antes de que Carmen se decidiera a salir del cuarto, pensé en aquella historia del abuelo, tuve miedo pero me sentí entusiasmado. Pensé ahí, como lo hizo el abuelo, en encontrar y burlar al animal. Al otro día, fabriqué una trampa de lazos en el árbol más viejo que estaba al otro lado del río, donde según el abuelo había sido la última vez que el animal había dejado a su presa desmembrada en su punta. Procuré unos lazos fuertes y de doble hechura, largos y con dos vueltas cada uno, a uno de ellos le unté veneno de ratas para sorprender al animal por el cuello. Mariano no quiso ayudar, dijo que el abuelo había muerto y sus historias se habían ido con él. Carmen con nuevos impulsos no supo nada de la trampa, y advertí a Mariano guardar el secreto hasta que el animal estuviese muerto entre el entelarañado árbol.

Carmen se recuperó más tarde de lo que creía, apenas y pudo darnos órdenes al día siguiente de las labores. Todas las tardes cayendo la noche iba a vigilar la trampa. Amarré el lazo tan fuerte como pude hacerlo. Miré el árbol desde abajo y me aseguré que la red estuviera halada desde el extremo de la rama y de nuevo la jalé hasta asegurarme del pillaje. La luna me miraba justo en el punto que permanecía más clara. La trampa era hecha con el más puro ingenio. Pasaba más de las once y desfilaban las lagartijas alígeras entre las hojarascas que rodeaban mis pies desnudos. Justo cuando terminé de hacer el último nudo al otro lado del río gritaba Carmen inquietada. Subí por el tronco hasta alcanzar la última rama, de ahí grité con fuerza hacía el río, contesté suave para no preocuparla; ya no contestó. No pude ver nada, el reflejo del agua venía violenta en pequeños espejos quebrados, estando arriba aproveché para procurar un nudo flojo y tomé del cinturón un pedazo para enmendarlo hasta arraigarlo al tronco. El árbol más frondoso y viejo de este lado del río. Satisfecho de haber terminado la asechanza, me tiré en sus ramas y cerré los ojos, nunca miré al cielo, no me importaron las estrellas, el oscuro incómodo de la noche no me atrapó. Permanecí quieto escuchando la corriente brava hasta que la resina envuelta en madrugada se cosía en mi ropa. Carmen comenzaba a gritar ahora de este lado, estaba cerca, bajé de un saltó y corrí al riachuelo. El bote estaba sujeto a las cisuras del suelo, busqué a Carmen y salió de los arbustos negreados en sombras. Sacudió con palmadas mi ropa la resina del árbol. Me llevó hasta el bote y lo desamarró con prisa.

- ¿Qué hacías, has visto la hora que es? Tres días José, tres días y no llegas temprano. Mariano llegó desde las seis, terminaron de recolectar temprano ¿y tú? La revuelta del río se embrava en la noche, ya lo sabes.

Mientras Carmen hablaba pensaba en el nudo de la rama, no sabía si estaba lo suficiente fuerte para aguantar el peso del animal. Mi abuelo dijo que el animal pesaba una tonelada, nunca entendí cuánto pesaba eso, en la capital pregunté al tendero y en tanto mi hermano vendía la resina al señor de las velas, corrí a preguntarle al abacero y contestó que eran más o menos como cuatrocientos kilos. No le creí, cuatrocientos de esos son los que guardamos en tres costales de resina. Me pareció bastante, pero si mi abuelo habló del animal y de las tres veces que tuvo que enfrentarlo mientras regresaba caminando de la capital, es porque lo conoció. Dijo además que tenía forma de tigre y que a sus vacas se las comía trepándolas a los árboles y ahí las dejaba destazadas. Una vez, cuando mi abuelo ya había muerto, le pregunté a Carmen si el animal existía y me respondió que andar por la noche solo es tan peligroso tanto como creer en esas historias. Fue ahí cuando supe que mi abuelo nunca mintió. El abuelo me contó que sus colmillos son largos y ensortijados que parecen costillas de toro, que raspan su barbilla y al abrir la boca su aliento adormece hasta al más grande rumiante. El bastón que usó por años fue del cerrazo que recibió cuando lo emboscó en la montaña al otro lado del río y como no pudo esquivarlo saltó al río y nadó tremenda distancia que llegó fatigado a casa con ganas de llorar su resina que yacía húmeda en el costal. Carmen dijo que el bote se fue con la corriente porque el abuelo la había dejado sin amarre. Yo creí más en el viejo, a partir de ahí se valió de una muleta.

Esa misma noche, cuando cruzamos el río para ir a casa, Mariano estaba en la entrada de la barraca esperándonos, me miró en reojo cuando entramos a la cabaña y disimuló no saber nada de mí y de la trampa. Al cenar, se acercó a mi lado y preguntó por la hazaña. No pude contestar nada porque Carmen se acercaba con los barros bañados de salsa. De alguna manera pensaba darle una sorpresa, quise que el secreto permaneciera entre Mariano y yo, y cuando el animal estuviese atascado entre las redes de mecate, comprobarle a Carmen que el abuelo tuvo razón. Puse el índice en mi boca para callar a Mariano. Comimos mientras Carmen hablaba de las tierras que le arrebataron los federales al abuelo con la reforma agraria y de las hectáreas que tuvo que compartir con los Corteses y los Rosales, pero eso nunca nadie lo entendió. Balbuceó luego de lo solos que estábamos en estas tierras, de lo difícil que era el trabajo y los desiguales haberes que tendría la resina en estas fechas. Encomendó a cada uno la tarea del día siguiente, Mariano a la recolecta y yo tendría que ir a la capital a buscar al señor de las velas para regresar dos costales húmedos que ya no servían; no refuté palabra, me gustaba ir a la capital, ahí veía gente y me sentía como gente. Necesitaba además más veneno para ratas, del mismo que utilizábamos para matar a las ardillas que se acercaban a roer los troncos llorados en áloe, para que penetrara en la gola del animal al momento de atraparlo. Lo planeé de tal forma que el animal se degollara con el lazo salpicado en veneno. Carmen hizo una lista de todo para dársela al tendero y me advirtió de llegar tarde.

Al día siguiente, me levanté temprano, me puse las botas de andar y salí corriendo. Mariano ya estaba en la foresta racimando, tomé el bote y crucé el río asegurándome de que Carmen no me viera. Llegué al árbol y la emboscada estaba ilesa, no encontré las hojas rotas ni surcos corpulentos como dijo el abuelo. Decidí irme antes que Carmen llegara. En la flecha para ir a la capital pensé en dejar un becerro de esos enfermos que apartaba Carmen para dejarlo de carnada. Hice todo muy rápido en la ciudad, di la lista al tendero y todo lo acomodó en un costal. Supe que tenía tiempo para dejar el cordero en el árbol.

Fragmento primero…

"Los encuentros se suceden pero nunca se parecen" Valérie Tasso.

domingo, 25 de octubre de 2009

Del regreso y otras formas de volver...

***
La literatura rusa es lo bastante irritante para odiarla en el segundo párrafo, dijo mi abuelo cuando le notifiqué la idea de ser escritor. Leyóla de cabo a rabo, convencido de la necesidad de asegurar su independencia contra la mía. Dos años de gloria en la periferia norte de la ciudad; uno como lector y el segundo como un adonis acaro por el trabajo y la universidad, con una trama histórica de baraúndas.
Es más simple la literatura clásica, la mexicana, la que no tiene interés otro que la pura carcajada, volvió a decir el abuelo cuando le comuniqué la idea de ser filósofo. Dos años más, llena de ardor y de pasión, como una gaviota de estepa, me dijo que la ventura forma a un hombre, no las pasiones. Todo el cariño, todos los sentimientos, toda la ternura y la rigidez que es capaz de sentir un hombre se transforman en un alivio maternal. En la primera batalla me cortaba la cabeza con ideas simplonas.
A la edad de once años ingresaron en el monasterio dos abogados de la capital, pues como todos los notables distinguidos de aquella época eran abogados no necesitábamos más; ahora ya no vale la pena, dijo el abuelo mientras tomaba un poco de su ron antiguo: ¿Ya sabes qué quieres tú?
-Lo mismo que tú.
-¿Abogado?, lo mismo da si te clavas la lezna por la nuca.
El abuelo enronqueció la voz y me invitó un cigarro, fuerte y calado como sus rodillas crujiendo en el asfalto. No dijo más hasta que llegó la tercera fumada y mientras aclaraba el humo en sus labios, sostuvo una postura que desconocía totalmente.
- Si lo quieres así, que sea así.

***
Es menos costoso por este lado, ¿ves? Y el paisaje es más nutrido, acá no hay señalamientos ni retenes de ésos que te joden hasta los huesos. Casi llegamos, ¡mira! de aquél lado, donde se ve la pradera verdusca y luminosa, ¿la notas?, ahí nació tu madre, comentaba el abuelo mientras yo conducía. En cuarenta minutos estamos allá. No dejarás de visitarme aunque sea muerto, es mi voluntado contigo. Ya conocerás el lugar donde nació tu abuelo, y entonces sí, verás que la vida por acá es fiel, no te pide nada a cambio.
Íbamos los dos solos, como dos jóvenes que escapan de casa para irse lejos de sus padres. Me pidió que comprara flores y varias cervezas. Era lo bastante viejo para que sus piernas se entorpecieran al bajar del auto. Su tierra le daba la vida que la ciudad le restaba, no tardó en ponerse su sombrero cuando ya veíamos el letrero verde: “Bienvenidos a Michoacán”. Qué linda es mi tierra, me envolvió de un grito cuando pasamos la franja divisoria. Miró las flores y me dio una cerveza destapada.
-Así, pues, ya ves que se puede emprender la guerra; el honor es de caballeros, y nuestro honor de caballeros nos lo impide. Ya estoy viejo, y mira si pudiera caminar como antes, hubiera seguido ese juicio yo mismo. Pero bueno, ya está ahí, el fallo se dictará en muy poco y tenemos todas las de ganar. Lástima que apenas estás estudiando, sino te lo encargaba a ti. Y ya que se trata de decir la verdad, a ti te encargo otra cosa: yo quiero que me entierres acá, en el lugar dónde nací; la capital es cosa que no me gusta. Prefiero que seas tú y no los cazasuertes que tienes por tíos.
Dimos dos tragos más de cerveza por el juicio y por el servicio del momento tan accionista. El abuelo no dejaba de mirar la pradera. Aún no había pasado una hora de esa charla cuando llegamos a un panteón gigantesco al que entramos con el auto hasta la orilla de unas tumbas tristemente preciosas. ¡Aquí es!, aquí enterraron a mi madre y tú me enterrarás aquí también. Al principio las demás tumbas me parecieron discretas, incluso que mi abuelo bajó las flores del auto y las dejó sobre la pileta de una tumba blanca. ¿Qué clase de hijo puede ser el que aún no ha combatido ni una sola vez contra tu ausencia?, con la voz baja mi abuelo saludaba a la tumba y con el bastón le quitaba hojarasca amarilla de la placa. Por mi parte, bajé una cerveza y la bebía sentado en la sepultura vecina cuando mi abuelo me pedía otra cerveza.
-¿Cómo hemos permitido que envejezca? Me siento igual, pero hay muchas cosas que ya no me responden, sino fuera por estas piernas júralo que volvería atrás por última vez.
Poco a poco el abuelo se perdía sobre el nombre grabado en la tumba y sólo quedaban flores, todo el viaje tenía el aspecto de haberse arruinado con la llegada al panteón.
-¿Dónde estarás tú? Aliviaba el abuelo su voz con un ligero exhalar que llegaba hasta el sarcófago.
Pasada la tarde, conduje a donde el abuelo me había pedido. Llegamos a una Inmaculada casa de una iglesia cercana; ahí vendían comida barata y muy bien preparada, él me contó que todo lo que vendían era para la iglesia. Nunca lo creyó y el desarrollo de su expedición a esos terrenos me hizo desvirtuar un poco esa gracia.
Me preguntó si me sentía con ganas de manejar de regreso esa misma noche. Ya no quise seguir, nos hospedamos en un hotel del centro y pidió una habitación para mí, no sé que tan solo necesitaba estar él o yo. Pero antes, nos bebimos toda la cerveza en la sala de juegos.

***
Bajando del taxi miré la casa del abuelo por fuera. La puerta estaba abierta; y en la entrada permanecía mi madre y sus hermanas esperando algo. Pagué el taxi y me senté en la banqueta mientras observaba la casa. Cinco minutos después llegó una ambulancia y se estacionó con la puerta trasera abierta, bajaron y se metieron a la casa; encendí un tabaco y esperé. Los paramédicos sacaban al hombre de opinión rutinaria y de defensas largas y gratificantes, débil en su andar que, ante los tribunales, sostenía una justicia en la que ni él se sabía merecedor, pero que a pesar de sus esfuerzos las rodillas maltrechas le eran un insignificante; al abuelo. Y ahí, sentí un escalofrío cruel de horca implacable en todo el curpo.

***
Llegó el momento de llevarlo a su tierra, pensé mientras sacaban al abuelo en una camilla cubierto por dos sábanas blancas. Comencé a recordar con pecho cortado todo lo que había pasado en Michoacán. Cómo le iba a explicar a la abuela que su nieto conoció a la familia que tendría el abuelo oculta hasta el momento de su muerte.
Esa noche en el hotel, después de beber con el abuelo, me dijo que tenía una familia muy pequeña a la que quería por encima de la abuela. Todo el sudeste del cráneo se me enfrió, y hasta la borrachera se me había bajado. Yo le dije que un hombre borracho no debe hablar.
-Dile a María de mi parte y de parte de Silvia que no tema nada y que nada pasará después de mi muerte. Silvia no le pedirá nada. Es más, si en el dado caso se conocieren, tú serás quien explique esto y por ninguna razón lo dirás mientras yo viva.
Esa noche por supuesto no pude dormir, llevé al abuelo a su habitación dejándolo de lado, y no teniendo más que oídos me acosté a su lado para escuchar lo que regurgitaba mientras dormía.
-Ya la conocerás, ya la conocerás. Apuesto que no te pido nada que no haga ningún hombre capaz de hacer por su abuelo.
Salí del cuarto cuando su voz comenzó a debilitarse y al mismo tiempo se callaba. En aquél instante necesitaba un consejo, quizá más que eso, un alivio o que alguien tomara mi cabeza para dejarla en su pecho mientras yo salpicaba de lágrimas toda su ropa. Sin embargo, el abuelo y yo estábamos a suficientes kilómetros para emborracharnos y decirnos verdades que no catalizaban en la mente de uno ni del otro, pero aún así me atrevía a escucharlas. Por largo rato me quedé sentado afuera de una tienda gigante pensando en el abuelo y en la abuela, pensando en el momento en el que el abuelo muriera. Y a mí no me sería tan dulce conocer a su familia.
Al otro día el abuelo me despertó con tremendos palos en la puerta de la habitación. En el almuerzo nadie dijo palabra alguna, el abuelo se veía contento.
- ¿Cuándo entras a la universidad?
Preguntaba mientras me dirigía por calles muy extrañas y me estacionaba frente a una casa grandísima de muy poca obra, y de pronto los ojos del abuelo se llenaron de felicidad, cogió rápidamente su pañuelo y se cubrió con él el rostro. Tras haberse limpiado el sudor, tocó el timbre de la puerta gigante, y en seguida salió una mujer de aproximadamente los mismos años que mi abuelo, ochentayalgo.
-Silvia, éste es mi nieto.
Agaché la cabeza, la señora no mostraba nada de incredulidad o de asombro cuando me extendió la mano para estrecharla con varios anillos de oro.
-Ya lo creía así. La primera vez que te trajo tu abuelo eras un crío.
Entonces eso me hizo caer en la desdichada cuenta que ya la conocía bajo mi involuntad.
-Era muy pequeño, no lo recuerda.
Ellos platicaban mientras yo me quedaba encantado por el jardín inmenso y lleno de plantas que se escondía por dentro de la casa. Silvia Inclinó hacía adelante su arrugado y hermoso rostro para besar al abuelo, echó atrás los importunos cabellos, abrió los labios y durante largo rato permaneció en el pómulo de aquel viejo. Me hubiera sentido más incomodo si en aquel momento se olvidaran que estaba ahí.
Silvia no se parecía en nada a mi abuela. También a él se le desconocía la forma de hablar y de mirar cuando estaba con ella, aunque pestañaba más que en ningún otro momento. Pese a todo mis esfuerzos por conocer mejor el pasado del abuelo y mantenme en un juicio discreto que no afectara a nadie; ya era sabido, yo solo era mediador y no juzgador de tal vida. Ciertos periodos de su vida me son completamente desconocidos y no creo que tengan más noticias reservadas para mí. El abuelo era hombre de experiencias, ni bueno ni malo, pero calculador.
Esa misma tarde regresamos a la capital, y con la misma altanería de siempre nos recibió con suspiros.

***
Todos –incluyendo a mi abuela- velaban al abuelo en su ataúd de madera blanca, el olor del café irritaba las gargantas. Llegaron muchísimas personas a la velada, todas extrañando el rostro del abuelo. Saqué un cigarro y se acercó la abuela.
-Aquí no, recuerda que al abuelo no le gustaba que fumaran.
Cómo decirle a mi abuela que incluso fumamos juntos. Varios primos se acercaron llorando a mi lado y me preguntaron si lo que había pasado no me había afectado en lo más mínimo. Insensible, me dijeron varios después de ver que en mí no existía remordimiento alguno de esa muerte.
No quise permanecer más tiempo ahí dentro, así que salí del velatorio y caminé por la derecha, quizá una vuelta a la gran colonia me daría tiempo de pensar cómo llevar el cuerpo a su tierra y cómo explicar lo de Silvia si es que llegase en el momento.
La mano llena de anillos me tocó el hombro justo cuando daba la segunda vuelta. Era Silvia con una mujer de aspecto parecido pero atinadamente más joven.
-¿Nos llevamos el cuerpo?
Preguntó.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Mis vecinos


He vivido toda mi existencia en la misma casa, al menos la que puedo recordar. Dicen que al momento de mi nacimiento vivíamos en otro lado donde abundaban las escaleras, lo cual no era lo ideal para una bebé que disfrutaba de su limitada libertad atada a una andadera. Fue en una de esas aventuras de movimiento cuando dicen que me encontraron metros atrás y con la espalda al piso, el diagnóstico fue "bebé de un año con brazo izquierdo roto", la verdad es que no lo recuerdo y nadie quiere recordar quien dejó la puerta abierta, entonces no tiene caso preguntarlo. Al poco tiempo empacaron y llegamos a esta, tu casa, mi casa.

No es gran cosa pero creo es más que suficiente, la zona se ha ido urbanizando de manera ilimitada; recuerdo los campos baldíos, el pasto llegaba a mi rodilla, que en ese entonces no ha de haber estado tan alejada del suelo. Ahora esos campos baldíos son edificios de ocho pisos o condominios horizontales protegidos por una muralla. Me parece recordar lo que dicen mis padres al respecto de la zona norte de la ciudad: "todo era campo", me place pensar que recuerdo la versión beta de ese campo.

Debido a que comencé a usar mi memoria ya estando aquí instalada, te puedo contar de vecinos que se han ido, los que han llegado y los que he visto crecer pero,ninguno que haya crecido conmigo; no disfruté del infantil placer de tener amigos en mi colonia, todos eran mayores o los he visto nacer. Mi habitación se ha vuelto con el tiempo mi pequeño santuario, se idolatra todo tipo de expresión, las artísticas y las no tan artísticas. Las reglas se doblan estando dentro pero siempre bajo estricta supervisión de la eterna soberana, mi punto de vista reina y aunque no siempre sea el correcto, me permito considerar mis errores como más muestras del bello fenómeno denominado "el error humano".

A falta de una vista hacia la calle, fui dotada con una ventana que mira hacia el otro lado, de alguna manera la palabra -atrás- no me parece correcta; es por eso que no puedo platicarte de los vecinos de mi calle tan personalmente como lo puedo hacer de los vecinos que viven a espaldas de mi casa. Recuerdo de niña escuchar canciones de cuna bastante tétricas como para transcribirlas y también las batallas encendidas acerca de la madre de alguien, pláticas que se iban dando a pedazos. Apenas estoy comenzando a conocerlos mejor, la única interacción que hemos tenido ha sido bastante desalentadora pero interesante: Me encontraba sin llaves en la calle e Irene, la amable vecina de al lado me prestó su escalera y la parte trasera de su casa. Cruzar su hogar me recuerda bastante a la vieja Inglaterra del siglo XIX, la que estaba enterrada en una densa neblina, aunque este caso particular se debe al humo del cigarro. Al poner la escalera contra mi casa y treparla, salió por la ventana de la casa anterior a la mía una señora, cuando me vio en un lugar inusual y tan cerca de su ventana comenzó a gritarme improperios que Irene respondió con otros peores, yo terminé de trepar tan pronto como pude y observé a las dos señoras de bastante edad peleando como adolescentes sin razón alguna. Este incidente ya tiene años de haber ocurrido y debido a eso, jamás salgo de casa sin llaves.

Ahora que la necesidad o el placer me permite estar despierta hasta altas horas de la madrugada he ido descubriendo más detalles sobre la sra. de atrás y el que puedo asumir es su hermano. Durante el día no dan señal de vida, sólo aparece de vez en cuando colgado en la ventana un tapete de baño amarillo con forma de huella. Las actividades comienzan en la noche, lo cual más allá que ser un detalle vampírico, es una rareza más de su forma de vida.

La luz se enciende a las 10:30 pm y debido a que en mi casa todo se calla a hora temprana, el sonido viaja libremente por mi ventana abierta; el ruido de la maquinaria comienza poco después de que se encienden las luces, todo comienza con la lavadora que comienza a soltar agua, después la licuadora prepara la comida. El sr. se mete a bañar mientras la sra. hace llamadas telefónicas. Es importante mencionar que sin exageración alguna me apego a la limitada visibilidad que me permite mi ventana y a mi completa sinceridad. A la media noche el sr. ve la tele mientras su hermana limpia la casa. Pocos minutos después comienzan su interacción, gritos inigualables y crueles, parecen llenos de odio, se recriminan errores pasados y amenazan desplantes paranoicos. Se tranquilizan por un momento sólo para iniciar otra vez, los insultos y los remedos se completan con risas burlonas. Unas veces gana él, otras ella. Puedo decir que temía por su bienestar, la de cualquiera de ellos, presentía que en cualquier momento iba a escuchar golpes o un disparo seguido de el inigualable sonido de la caída en seco de un cuerpo.. pero ya no, desde que algunos sábados en la mañana se llena el aire de mi habitación con un penetrante aroma a mariguana viniendo de su jardín trasero, me siento más tranquila. Creo que tristemente alguno de ellos padece de alguna enfermedad que afecta su comportamiento o, quien sabe, utilizan la droga de manera recreativa para limar asperezas.

Realmente no queda nada claro, el fragmento que yo veo de su hogar es mínimo pero lleno de detalles interesantes. Tal vez sean fotosensibles y por eso viven de noche, tal vez el sr. se encuentra detrás de su ventana escribiendo acerca de la extraña chica que vive del otro lado de su ventana, no sé. Si ahora te asomaras a su jardín trasero, verías dos plantas de cannabis preciosas, como si fueran casi por error. Son mis vecinos y son interesantes.

domingo, 27 de septiembre de 2009


Seremos borrados. Todo será olvidado.
Nos considerarán indignos.
Revisarán cuidadosamente nuestros pasos,
lentamente leerán nuestras palabras.
En consejo decidirán que nuestra historia se repetiría un sin fin de veces.
¡Basta!

Flotando en el aire, aunque a nuestro mismo nivel,
frente a frente, nos señalarán y no regresarán.
Nuestra historia se relegará a estantes de museos abandonados,
estos se convertirán en cuevas recuperadas por la naturaleza.
La hierba anidará sus raíces en los recovecos que romperán nuestras paredes.
Los animales retomarán el control de todo lo que les quitamos.

Quien se atreva a retomarnos sufrirá del escarnio, desdén y risa.
Nuestra raza no brillará jamás, nunca más.
Las miles de religiones que vio la tierra,
todas las construcciones de grandeza inmensurable,
las palabras no pueden describir toda la hermosura que se hizo,
todo se quedará acartonado bajo la tierra.

Tal vez eso deba de suceder. Tal vez ese será nuestro fin último,
si no ¿para qué tanto poder?
¿De qué otra manera serviría tanta diferencia entre todas las otras razas?
Pareciera como si nuestro fin último fuera encontrar la manera de hacer las cosas contra la naturaleza.
Ese sera el fin del hombre, el inventor de la lengua, la matemática y las coincidencias,
todas esas frivolidades vanas que mañana se pretendenderán dejar atrás.

jueves, 24 de septiembre de 2009

¿Parte o excepción?

A veces creo, con miedo a destrozar la caja de recuerdos, que compartíamos gustos; tremebundos viajes y lo original de ambos: obviedad, elocuencia y meditación. Quizá sea que, con cada persona que te encuentras por vez primera, tratas de resguardar lo afín para sentirte en plenitud. Aunque pueda decirlo parece ser lo más habitual de todos y rehíla lo difícil siempre, como cualquier cosa que termina por temerle el hombre. Tras haber dominado esta dificultad, y empleado muchísimo tiempo en ello, nos dedicamos a ver la posibilidad de conseguir más. Por mí parte, yo no sabía decir qué parte del mundo podía parecerme plena y convencida hasta conocer los cuatro metros de tierra de los que estoy rodeado. Además, tras meditar un poco el asunto, llegué a la conclusión de que, si aquella tierra era la costa de más costas que se engarzan, nada parece infinito y aún hundido en dudas, el horizonte se hacía pequeño.


Con esto apacigüé mi mente y dejé de afligirme con infructuosos deseos de estar aquí o allá. Para aquél, que en el primer párrafo no entienda, la cosa es simple: cada ser, para mí, es un pedazo de suelo al que no estoy invitado, y si por alguna extraña razón, me instigan: echo un salto para allá. Ya veré yo cómo me hago entender: que para decir las cosas no se necesita mucha literatura.


Las cosas cambiaban de vez en vez cuando me quedaba atorado en los suelos. No tenía ningún motivo para estar allí, agua, licores, cristales, barriles, excepto varias cadenas que no compactaban mis tobillos ni mis manos, era una cadena esteparia fundida por poco en el pecho. Que de alguna manera ordenaban todo el sistema inmune. Una joven dama, para mí en ese tiempo, me contó que en el pecho es donde el ser humano guardaba cajas, y cada una recibía un nombre, por ejemplo: la caja de los recuerdos, la caja de las lágrimas, la caja de la alegría; en sí, una de cada sentimiento o sensación al que el hombre se acostumbra. No sé que fue de ella después de eso, tenía un olor muy arcaico, parecido a la banana fresca. Cubrí cada propósito que ella me tenía reservado, cantidad de cosas que me contaba como marmitas de un barco grande sin ser usado. Me dijo luego, que cada caja que guardábamos en el pecho, se abrían y cerraban al sentir algo. Me preguntó qué caja creía en ese momento que estaba abierta al estar con ella. No supe contestarle, sentía abiertas demasiadas. Durante ese período hallé muchas más formas de emplear mi tiempo con ella (y todas muy adecuadas), porque hallé grandes ocasiones de realizar muchas cosas que no tenía forma de proporcionarme excepto a través de ella. En particular, intenté otras formas de comunicarme, de reírme y hasta de darle un carácter mágico y místico a la vida, tal y como ella me lo había enseñado. Al descubrir que mis primeras huídas con ella fueron en la primaria, imaginé fácilmente que se debía a su belleza, un terreno muy húmedo para hacer otro intento de sequía. Y sí, si a alguien le debo las letras, es a ella; fantasmal historiadora de burlas realidades. Fue una gran ventaja para mí, pues ya comenzaba con libros de Emilio Pacheco y cuentos de Paco Ignacio, mismos que ella me había obsequiado con una leyenda en la pasta trasera: “A veces mentimos más de la cuenta por falta de fantasía, la verdad también se inventa”; de ahí, no pude detenerme en memorandas e inolvidables lecturas. Comenzaba inventándome historias de obviedades ópticas: una de ellas, según su cuento, fue el nacimiento de los colores. Hasta ese entonces para mí, no existían más razones y orígenes de las cosas que no fuesen hechas por Dios mismo. Un puñetazo en el cráneo, muy sutil de su lenguaje adujó, que había un viejo extático, en los principios del mundo, cuando aún no había colores, guardaba en su casa cinco colores en un baúl viejo, separados en recipientes. Mientras él paseaba por el bosque, los colores salieron de sus frascos y comenzaron a mezclarse unos con otros hasta dejar de existir. Para cuando él regresaba, vio un tremendo alboroto en el baúl y lo abrió, pero en ese momento los colores, que ya eran muchos, saltaron del baúl para expandirse en cada rincón de su casa hasta salir al bosque e iluminar el mundo. Quisiera poder narrar de la misma forma, y si ella estuviera aquí, se reiría inmensamente de mí y de mi escaso lenguaje, pero siempre con una sonrisa; aún así, en general, ésa era su sucesión. Prometí guardar hasta el final, el cuento de los sonidos, el nacimiento del hombre y por qué hay hombres con ojos azules. Una ocasión, mientras caminábamos a su tienda de artesanías, me dijo que el hombre pasa por el mundo sin sentir la vida en cada momento, que todo lo que el hombre científico trata de explicar está dentro de él, que las etiquetas de cada cosa son ilusiones de algo que nadie aprecia sin saber su nombre, me habló además de que estamos hecho de polvo cósmico. Pero nunca olvidaré lo que al final me preguntó: “¿En el universo, somos parte o excepción?”.


Eso me causó tanta impresión que, una vez pasada mi sorpresa, dejé a un lado todos mis demás hoves, la bicicleta y los patines, y me apliqué en los libros y textos que ella misma fabricaba. Me costó mucho trabajo, y muchos días, antes de llevar a cabo el riesgoso y navegador viaje, sin merecer otra cosa a cambio que unos lentes graduados. En ningún momento pensé en mi propio peligro, en el hecho de que, si la caja de amor estallaba en mi pecho, yo nunca iba a saber qué me había pasado. Sentía que el corazón me daba un vuelco cuando pensaba en ella y la sentía llegar; al mismo tiempo ocurrió que, después de haber trazado mis planes para cuando la caja reventara, le pediría otra historia donde ya no hubiese cajas de madera, sino algo perenne, pues mi humildad no permitía imaginar otra cosa más fuerte. Y ahora ya no dormiría con los brazos al pecho esperando el momento del estallido, sino lleno de aproximadamente una milésima de seguridad.


Esto me decidió a poner estacas en mi caja de alegrías, con una bandera muy asaz de apego y cariño por ella. Siendo mayor, descubrimos la vida misma juntos, démonos cuenta que ya había instantes y semillas germinando por dentro de cada uno, al menos eso pensé; y que algún día darían una hermosa sombra, suficiente para albergar en la estación de sequía un pedazo de suelo fresco. Los días de Mayo eran nuestros más provisionales, y era así que me convencía que pasaría mi vida junto a ella para siempre, que a pesar de no conocer muchas cosas a mi corta edad, ya sabía al menos lo que quería de la vida, y puedo presumir que eso, cualquiera lo anhela. Sin embargo, como lo impredecible baja de un sentón a las hipótesis, yo recibí uno que hasta ahora, después de doce años, guardo su fotografía en mi caja de recuerdos, sin tablas y vigas apoyadas como aquel tiempo.


Mientras crecía la amistad, hice un pequeño descubrimiento que más tarde me resultaría inútil: tan pronto como cesaron las lluvias y el tiempo empezó a asentarse en las avenidas, lo cual ocurrió hacía el mes de noviembre, hice una visita a su casa. Cuando llegué, la casa estaba completamente vacía, vivía con sus padres, hija única de un matrimonio ejemplar. Después me enteré que se había marchado con su familia a Chiapas, a defender lo que era de nadie, y el hombre –tan imperioso como es– creía suyo. Entonces sentí, en aquel momento, que la caja de tristeza se había reventado y me arrepentí de nunca haberme preocupado por esa.

martes, 15 de septiembre de 2009

Días como navajas, noches llenas de ratas.

Siendo muchacho dividí en partes iguales el tiempo
entre los bares y las bibliotecas; cómo me las arreglaba para proveerme de
mis otras necesidades es un puzzle; bueno, simplemente no
me preocupaba demasiado por eso-
si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado
en otras cosas- los tontos crean su propio
paraíso.
en los bares, pensaba que era rudo, quebraba cosas, peleaba
con otros hombres, etc...
en las bibliotecas era otra cosa: estaba callado, iba
de sala en sala, no leía tantos libros enteros
sino partes de ellos: medicina, geología, literatura y
filosofía. Psicología, matemáticas, historia, otras cosas me
aburrían. Con la música estaba más interesado en la música y en
la vida de los compositores que en los aspectos técnicos...
sin embargo, era con los filósofos con los que me sentía en hermandad:
Schopenhauer y Nietzsche, incluso aquel viejo difícil-de-leer Kant;
encontré que Santayana, bastante popular en aquella época,
cojeaba y era aburrido; con Hegel realmente tenías que escarbarlo, sobre todo
con una resaca; hay muchos de los que leí de los que me he olvidado,
quizás con buena razón, pero recuerdo un tipo que escribió un
libro entero en el que probaba que la luna no estaba allí
y tan bien lo hizo que después pensaba, está
absolutamente en lo cierto, la luna no está allí.
¿cómo cresta va un muchacho dignarse a trabajar
8 horas al día cuando la luna ni siquiera está allí?
¿qué otra cosa
estará faltando?
y no me gustaba la literatura tanto como los críticos
literarios; ellos sí que eran verdaderos aguijones, esos tipos usaban
un lenguaje refinado, hermoso a su manera, para llamar a otros
críticos, otros escritores, unos huevones. Me
subían el ánimo
peor eran los filósofos quienes satisfacían
esa necesidad
que acechaba en alguna parte de mi confuso cráneo: vadeando
por sus excesos y su
vocabulario cuajado
aún me asombraban
saltaban hacia mí
brincaban
con una llameante declaración lúdica que aparecía ser
una verdad absoluta o una puta casi
absoluta verdad,
y esta certeza era la que yo buscaba en una vida
diaria que más bien parecía un pedazo de
cartón.
qué grandes tipos eran esos viejos perros, me ayudaron a atravesar
esos días como navajas y noches llenas de ratas; y mujeres
regateando como martilleros del infierno.
mis hermanos, los filósofos, me hablaban como nadie
venido de las calles o alguna otra parte; llenaban
un inmenso vacío.
Qué buenos muchachos, ah, ¡qué buenos muchachos!
sí las bibliotecas ayudaron; en mi otro templo, los bares,
era otra cosa, más simplista, el
lenguaje y el camino era diferente...
días de bibliotecas, noches de bares.
las noches eran todas parecidas,
hay un tipo sentado cerca, quizás no de
mal aspecto, pero a mí no me parece bien,
hay una horrible muerte allí -pienso en mi padre,
en maestros de escuela, en caras, en las monedas y billetes; en sueños
de asesinos de ojos fríos; bueno,
de alguna forma este tipo y yo llegamos a cruzar miradas
una furia lentamente comienza a acumularse: somos enemigos,
gato y perro, cura y ateo, fuego y agua; la tensión crece,
bloque sobre bloque apilado, esperando el choque; nuestras manos
se abren y cierran, cada uno bebe, ahora, finalmente con un propósito:
su cara se torna hacia mí:
"¿alguna cosa te molesta?"
"sí. tú"
"¿quieres algo
para arreglarla?"
"seguro."
terminamos nuestros tragos, no paramos, nos movemos hacia el
fondo del bar, afuera en el callejón; nos
damos vuelta, mirándonos cara a cara.
le digo, "no hay más que aire entre nosotros. ¿algo
para cerrar el hueco?"
él se precipita hacia mí y de alguna forma es una parte de una parte de la parte.

El padre del realismo sucio.

martes, 8 de septiembre de 2009

Voces



Ayer escuché una voz en mi casa. Primero creí que salía de la pared, pegué mi oreja al muro amarillo de mi habitación y aguanté la respiración. Claramente escuché las palabras “te reconocí”. Luego ubiqué que la voz venía del techo, del hoyo que está arriba de mi foco, verás, desde que quité la otra lámpara que acumulaba polvo no le he puesto un socket, creo que así se llama a la parte que une el foco al techo, sólo sale colgando de unos cables. Me volvió a decir “te reconocí”. Primero debo decirte que me agradó, fue una buena elección de palabras, bueno, para ser las que salen de… bueno, para ser una voz en el aire.

Después realmente salí al pasillo a preguntar si alguien me había hablado, la única persona que estaba ahí me dijo que no, realmente le creí por que es de esas personas adictas a la programación de lo que sea. Regresé a mi cuarto y decidí tranquilizarme, seguramente escuchar algo de manera repetida es común para alguien que vive detrás de unos hermanos psicópatas que se odian sólo a partir de media noche, pero esa es historia para otra ocasión.

Me reí de mí misma por un momento y reinicié mi labor, ¿Cuál era? Decidía entre guardar la ropa y las cosas desarregladas, ya sabes que si no están las cosas en orden no funciono. Entonces me habló otra vez, no te rías, realmente lo hizo y no me gusta que no me creas… verás, en serio estoy preocupada, decidí sólo escuchar y no responder, ¿Te imaginas qué pasaría si te cuento de una conversación entera? No, sólo escuché y me atemoricé.

Es la medicina ¿verdad? No soy yo. Cambié de tratamiento hace poco pero, el doctor dijo que los cambios serían mínimos. No puedo estar loca, lo escuché claramente, tanto al doctor como a la voz. No sé qué hacer, la escuché pero no creo que fuera por la medicina, no así o ni tan rápido, llevo tomándola menos de una semana.

¿Sabes? También creo que es psicosomático, he estado pensando mucho en los palíndromos últimamente… sí, esas palabras que se leen igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha… sí, Anita lava la tina es el típico ejemplo famoso. Bueno, sucede que mi palíndromo favorito es reconocer, es una bella palabra que es un palíndromo. No importa de qué lado la leas, siempre significará lo mismo. ¿No es posible que de pensarla mucho tiempo, la haya invocado? Sí, sí, sé que la pensé en infinitivo pero cambiarla de tiempo verbal no es tan difícil, incluso para la mente.

ReconocereconoceR

La voz se alejó, dentro del hoyo se hizo débil, se perdía la intensidad. Creo que no son sólo el tiempo y el espacio los únicos límites del hombre. Crees que debo preocuparme y recuperarme, que de repente soy como esa canción de Serrat, la del gorrión que vuela bajo. Tranquilo, recuerda que Alberto Cortez es el que me hace llorar, Serrat sólo me hace cantar; que me gusta que crean que todo lo que les digo son historias inventadas. Recuerda también que todo puede llegar a a significar algo más; más allá de una voz en un hoyo en el techo, más que una simple elección de palabras. Hay que hacer las cosas significativas, ¿no crees?

domingo, 6 de septiembre de 2009

"Domingo"

Ésta, es una de las pocas veces que medito lo que escribo mientras pienso en la causa que me lleva a cavilar lo que procuro profundizar escribiendo. Luego caigo en la cuenta: es domingo, y siempre -desde que tuve una computadora personal a los trece años- me he sentido incomparablemente jodido cada domingo, uno tras otro sin prórroga.

El origen es simple: el domingo es un vagabundo que recoge colillas de tabaco en cada rincón de las barandillas de una coladera. El domingo es un piloto siniestrado por la caja negra de su avión, cuán más larga la picada parece. Es el domingo el periódico que dejas en la basura sin leerlo con el número de serie ganador idéntico a tu boleto de lotería. Es la pre-regla mensual de una mujer que come chocolates por su auténtica depresión nocturna. Mis domingos son el 5 en tu resultado de examen al que dedicaste tres días ensayando. Es una fractura al dedo contra el buró de tu recamara. Es una mancha tremenda en la corbata. Es tan irritante como la goma de menta, como la carne entre dientes. Así es mi domingo, escandaloso como el payaso que sube al microbús, como la toalla que olvidas en la ducha; tan desesperante como la fila del metro. Predecible como horripilante, alterno como humillante, vacío como las nubes de Sinaloa en su temporada. Tan falaz como Al Gore hablando de su “Global Warming” en una de sus tantas mansiones que producen más dióxido de carbono que una ciudad entera. Éste es mi domingo, tan pesimista y arrogante como soy yo en él.

Antes comprendía que los domingos no eran para mí, ahora sé que son para meditar, reflexionar, es el momento en el que uno se queda sin nada, todo se para, la ciudad de neutraliza y los comercios se llenan. Es cuando puedo ver -aún con la televisión apagada- fútbol a diestra, reality shows de vulnerables tonterías y vómitos de incontrolables mercancías. Todo huele distinto, el polvo toma mayor fuerza para que pueda contemplarlo más nítido. El espejo se quiebra en una corta afonía. Y qué decir de la Hora Nacional a las diez de la noche, la basura que rescatas de la radio para sentirte culto, y si alguien te observa desintonizarla piensan en la ignorancia que llevas por bandera.

He decidido no asistir más a las reuniones familiares que hacen en la casa de mi abuela cada domingo, siempre los mismos rostros, llenos de jactancias, impávidos de sus nuevos automóviles, carteras hinchadas nomás por no dejar; las mismas pláticas de siempre, las mismas presunciones de cada domingo, los nuevos diplomas de mis primos, las nuevas novias de ellos mismos, carne asada para desfigurar sus dietas, temas centrales de la reunión: la mitología del amor y sus posibles variantes a visión de cada uno, la filosofía de Jodorowsky y la perpetuidad del tarot en nuestras vidas, mi licenciatura y mis proyectos, el ejemplo de los tíos doctores y la venganza de los abogados. Sin inmiscuir en las preguntas forzadas que me hacen: “¿Cómo has estado?, ¿Cómo te ha ido?, ¿Por qué no habías venido?, Tengo un problema legal, ¿me puedes orientar?” Hay que guardar un poco de discreción en cada pregunta, sin caer en lo absurdo ni en lo verdadero, responde lo primero que te venga en gana, así notarán tu fingida apatía y se irán. Luego viene la pasarela de moda, las tías presumidas de sus hijos que lograron entrar a la UNAM, las enojosas bromas del tío, la clarividencia de mi madre, la extraña sensación de salir corriendo a fumar un cigarrillo que se ve nublada por la colateral y afectiva frase de los tíos hacía los primos menores “tienes que dar el ejemplo, no fumes”, la amabilidad de unas cuántas travesías. He ahí que se dejan venir los primos “intelectuales” con nombres de libros y de documentales igual de rancios que su soberbia (Había dicho antes, en algún texto, que odio que hablen de libros tanto como quien sea yo que los escuche), por diligencia me guardo las ganas de gritarles: ¡El hombre instruido lleva en si mismo sus riquezas! Nos evitaríamos mi saliva si hablamos de lo natural en los malditos: la verdadera realidad subastada en una vida normal. Después todo es parsimonia. Te miran de arriba a abajo, más al fondo hasta que descubren tus nuevos tenis, tu pantalón, tu sweater y te regalan una sonrisa acompañada de una pregunta: “¿Dónde los compraste?, están bonitos”. Las vetadas discusiones que entablas con los demás te hacen pensar en la necedad que dejó el ADN en tu vida. Una elocuencia conocida ya de hace muchos años me separaron de eso, de la menor oratoria conocida como familia en un domingo agradable, por decir. En la vacilante huída de esas reuniones se acercan las recetas médicas, los asuntos legales de los evasores fiscales que tengo por tíos, las posesiones a titulo gratuito adquiridos por décadas. Mi labor como integrante, se representa en la nada, como el tigre que espera el momento indicado para arrojarse sobre la presa. A la abuela es a la única que extraño.

Imaginable domingo, te llevas todo, me dejas frito. El día séptimo de Dios, igual de caótico que su creación. No hay caso.

martes, 1 de septiembre de 2009

"La Metafísica de Internet"

Es de mañana cuando Oscar se sienta en el sofá reclinable de su estudio y enciende su portátil con la esperanza de que algo bueno habrá. Está harto de correos en los que su simple nombre, le hacen desconfiar. Lee cautelosamente el spam y el correo no deseado, sin echar de menos las invitaciones a facebook, twitter y hi5. Esta vez llegó un mensaje con remitente de España. Nunca, en su bandeja de entrada, se había sentido tan impaciente y hasta de buena manera, importante. Su decisión de dobletear con click en el mensaje, le hace una bulla tremenda en el pecho. A Oscar siempre le ha gustado hacerla de emoción, como dicen en su casa. Sabe que no encontrará nada que le haga sentirse mejor en ese correo, como también sabe que no perderá nada de la misma manera, así que disipa en leer las revistas y periódicos virtuales sin coincidencia de encontrarse con una ciudad progresiva al salir del apartamento al día siguiente. Le aterran las notas caóticas y de espectáculos, que con la misma claridad y entrega que les apuestan a los futbolistas, terminan por sacarle una sonrisa de la cara por la clase política de su país.

Así es como Oscar –con un poco de tedio– enfrenta su lap, sin distinción, con ventanas auxiliares que enlodan su pantalla y enlentecen su procesador, con productos prodigiosos a los que él no tiene necesidad, ni envidia, con un mercado a las manos de nadie, con un balance económico irregular al que se somete día a día desde su casa. De no tener otra opción, se solidariza con asociaciones on line para sentirse afectivo y humano con una sociedad a la que está obligado a ayudar; con campañas tremebundas que entibian una cultura de acción precedente. Asimismo, Oscar no deja de sentirse solo, y bendice a diario que la poligamia no se regule ni penalice en internet. Es su cuarto matrimonio en red, desde que la chica argentina no tuvo para pagar la excesiva renta inalámbrica. No hay nada más, que le guste a Oscar, que su trabajo en línea; se siente gacetillero de su propia vida, de su ferviente labor como bloggero de actualizaciones nocturnas a las que pone empeño por su público. Lo único a lo que él guarda voto, es al virus cibernético, lo deja entrar para sentirse vivo y no distante.

Es todo un modo de vida –pero también una tontería– piensa.

"Día tras día, de la primavera al otoño, se renueva el interés que uno tiene...". Gregor Mendel.

lunes, 31 de agosto de 2009

Entre dos paisajes


Si le dedico tiempo ¿Significa que me interesa? Si ya estoy haciendo esto significa que al menos el tiempo que me está tomando escribir cada palabra está dedicada a su presencia. Estoy actuando de lo mejor, estoy llevando la fiesta en paz. No sé si pensará en mí, me gusta creer que sí. Yo sé que pienso en ella pero no me permito profundizar mucho; aún así, heme aquí.

Sólo recuerdo esa semana como una de las mejores en mi vida. Fue tan emocionante como increíblemente estúpida. Después de que me dijo que ya era hora, conseguimos un automóvil y condujimos hacia el norte. Teníamos menos dinero de lo suficiente como para llegar demasiado lejos. El coche era automático así que se le facilitaba aunque a mi no me hacía del todo feliz. Tomamos lo que pudimos de casa de Estela cuando paramos a que se despidiera. Al hacer un inventario teníamos cuatro latas de atún, tres de verduras, una barra de pan blanco y un sólo juego de cubiertos. Antes de salir volando decidí pasar por mi casa, casi nunca hay gente ahí. Terminamos de pertrecharnos con limones, cuchillo para cortarlos, aderezos, una lata de palmitos (nuestros favoritos) y toda la fruta que encontramos. En lo que ella juntaba todo esto yo buscaba en las hendiduras de los sillones, el fondo de los cajones, las bolsas de los pantalones y chamarras que se acababan de utilizar; de ahí junté como cuarenta pesos más.

Sin pensar en más, tomamos una cobija, la metimos a la cajuela y huimos. Pasando la caseta de Tepozotlan, el dueño del coche llamó para preguntar si habíamos llegado bien al cine. Ella le dijo que no, que había un pequeño problema pero que por favor no se alarmara, que todo estaría bien y regresaríamos pronto. Así, sin más, colgó. Compartimos una tierna mirada de complicidad, nos reímos y seguimos adelante.

La primera noche llegamos a Querétaro pero pasamos primero a conocer San Juan del Río. Recuerdo que me daba tristeza pensar que esa ciudad, como todas, crece y crece, llenando el espacio que estaba vacío entre la Ciudad de México y Querétaro. Nos quedamos a dormir en casa de una amiga que hace años no veía, tuvimos suerte de que siguiera teniendo el mismo teléfono. Su madre siempre me quiso mucho y nos permitió quedarnos en la habitación de visitas. Antes de partir nos dio de desayunar y sandwiches para el camino.

A partir de ahí fuimos sólo nosotras, quedándonos encima del techo del coche, bajo la cobija que tenía pintada un paisaje. El cielo estaba tan despejado una noche que pudimos ver la mancha blanca de la vía láctea. También vimos estrellas fugaces. En ese momento recordé que ella no creía en los deseos pero sí en la magia. Platicamos de lo diminutas que éramos, insignificantes. Silenciosamente pensaba en las hormigas, las respeté mucho en ese momento. Luego ella jugaba a delinearme con su dedo índice, comenzaba por la frente, mis párpados, la nariz, mis labios, jugaba en mi barbilla. Sus pies estaban calientes y los juntaba a los míos para calentarlos, yo era un hielo, pero no le molestaba.

Después de unas horas retomábamos la plática. Ella me contaba de todos sus viajes y sus vistas favoritas. Recuerdo especialmente la que de describió de Ciudad del Carmen, de como dice que veía el sol ponerse aunque en teoría debería estar del otro lado de la república. Supusimos que el efecto tenía que ver con la inclinación de la tierra; el caso es que cuando me contaba de los colores del cielo vi que comenzó a llorar. Entonces, como en cualquier otro momento triste, yo la hacía reír involuntariamente. Le contaba de mi familia, nunca fallaba. No creía que tantas personas pudieran caber en una sola casa por tanto tiempo y sin matarse. Le contaba los asuntos escabrosos de los que me enteraba cuando sólo una fina división me separaba de las discusiones maritales. Le contaba de los viajes pueblerinos que hacíamos sólo por cumplir los caprichos del abuelo. Después de empacar sólo lo indispensable, todo mundo subía al coche y juntaban dinero para la gasolina y la caseta. Ella se reía de la idea de una familia cuyos secretos flotaban en el aire para que cualquiera los atrapara.

La verdad es que su vida siempre se me hizo infinitamente más interesante. Creía en la magia que ella me decía. De noche nos enredábamos entre nosotras, comencé a creer en el tipo de magia que me platicaba. El orden de las cosas se hizo diferente. Así, entre dos paisajes soñábamos con cosas similares.

Cuando ella empeoró fue cuando se nos comenzó a acabar el dinero. Llamé a casa, necesitaba algo para al menos comprarle aspirinas. Contestó mi hermana, ella arreglaría todo. Yo conseguía hielo gratis en los bares por la mañana y lo pasaba por su boca. La ruta trazada era hacia Los Mochis, subiendo por Mazatlán. Lucía mandó más dinero del necesario, seguro eran sus ahorros. Las últimas noches encontraba hostales o casas de gente que se apiadaban de nosotras. Los momentos buenos me eran más pesados que los malos, debía sonreírle y ver las ganas que tenía ella de sonreír sin dolor, quería guardar todo en mi mente y no dejar que nada se me fuera. Cuando deliraba decía incoherencias hiladas, como Hamlet. Yo era su alondra y ella era mi paloma. Llegando por fin a Los Mochis, fuimos a la playa de Topolobampo, ahí vimos su última puesta de sol. Entre la arena y un paisaje nos dimos un último beso. Me dijo que no le dolía, que se sentía ligera, yo le dije que era porque se estaba convirtiendo en una paloma. Me recitó algo que me había escrito hace tiempo:
“¿Qué decir de vuestra sonrisa?”
yo tuve que terminar
“Si a mi vista parece que me mata cuando guiña”.

Ezequiel recibió su coche de vuelta, el único cambio fueron muchos más números en el kilometraje. La experiencia no le viene mal a nadie.
Estela me recibió con una botella de tinto y un largo abrazo.
Lucía movió todas las fuerzas del universo para que cuando llegara a casa sólo me preguntaran si tenía hambre. Dormí por dos días enteros.
Ahora sólo veo por mi ventana y me sigo preguntando si piensa en mí, si debería pensar todavía en ella; ya profundicé lo suficiente.

sábado, 29 de agosto de 2009

El mundo en un hilo


Pongamos agua en una telaraña.
Mezclemos el rocío con la fina tela.
Hagamos seda de nuestros capullos.

Crearemos cosas hermosas por dentro.
Las arañas nos cuidarán y nos abrazarán con sus patas.
Ahogarán nuestros lloros con su caminar.
Ellas extenderán sus extremidades de forma armoniosa.
El movimiento de una pata termina cuando el movimiento de otra ya ha comenzado.
Imagino sus patas tocando la guitarra; su melodiosa simetría es hermosa.

Les pediremos un favor a las arañas y nos mostrarán sus bailes.
Nos enseñarán a tejer como ellas.
Crearemos telarañas pegajosas, serán peludas y de siete hilos diferentes.
Tendrá más fuerza que el acero.
Vamos a atrapar los gestos que se quedaron en el camino.
También utilizaremos la seda para sanar las heridas.
Reconstituirá y cicatrizará el daño, ya no sangrará más.
Borraremos las equivocaciones y pediremos disculpas.

Con las telarañas a nuestro rededor nada nos dañará.
Ya no tendremos que ser precavidos y diremos la verdad.
Nos cuidarán de los golpes, dejaremos de temerle a la sensatez.
Tejeremos toda la vida y será nuestra nueva era.

A cambio les diremos uno que otro secreto.
El suicidio de la madre no será requerido, les daremos nuestro alimento.
Dejarán de devorar a su pareja y formarán familias polígamas.
Afectaremos su mundo de manera que reinen sobre nosotros.

La verdad es que le tengo pavor a las arañas.
Son más listas que yo, también más rápidas.
Tienen su propósito escrito sobre cristal,
luego lo dibujan entre los árboles para que los demás lo vean.
Intento hablar con ellas y pedirles que no entren,
pero su magia no me corresponde.

Mientras pondré agua en una telaraña
y será fresco rocío de la mañana,
y con esa seda me haré un traje nuevo.

jueves, 20 de agosto de 2009

"Pienso, luego, existes"

Te vi llegar desde afuera, caminabas lento mientras sacudías la sombrilla en la entrada. Estuve aquí la tarde entera, esperando el momento en que llegaras. Llevo dos o tres tazas de café y siento que no me pierdo en el tiempo. Una pareja ha compartido la mesa conmigo, les advertí que no tardabas, no me tomaron en cuenta; es cuando pienso en la fragilidad del ser y del no ser, se marcharon rápido y ni siquiera agradecieron.
Ahora ya, hablemos bajo y en susurro. Por detrás es un señor viejo el que se esconde, se pierde entre las flores del mantel. “VAKOG: Visual, Auditory, Kinaesthetic, Olfactory, Gustatory”, la cafetería al este del olvido. Pones tu bolso en el respaldo de la silla y tomas la oreja de mi taza, pruebas: “está hirviendo”, un gesto no ayuda. Circulas la paleta por dentro, dejas el vapor elevarse. Hay una mancha transparente en tu párpado, sé que es lágrima. Me hablas:
-Te he hecho venir porque necesito hablar contigo. Quizá ya sea tarde y no te importe, pero necesito líbrame de esto.
«La palabra no me gusta».
-Mira, me he sentido engañada por ti. No pretendo echarte nada en cara a estas alturas. Pero, sólo pretendo que sepas por lo qué he pasado. Tú y yo estábamos muy unidos, eras especial para mí. Me dijiste que era una persona en quien podías confiar, que te importaba de verdad. ¿Qué pasó para que me abandonaras?
«Esa palabra me gusta menos».
Sonríes intentando aliviar tus ganas de lamentar sin dejar la voz:
-¿Te acuerdas de cuando te fuiste a vivir a Estados Unidos? Confiaste en mí, la primera para contar. Y ahora me he tenido que enterar por otros de que tienes leucemia.
De tu bolso sacas una fotografía, me miro en ella distinto: más joven. Había una alegría reflejada en los belfos que me quita la atención. La dejas junto a la pieza del jarrón. El mesero se acerca:
-Perdona, es que ya llevo un rato mirándote y no sé, ¿estás bien?.
-Si, ya estoy bien. Gracias, te importaría dejarme sola.
-Vale como quieras.
Llevas puesta la gabardina negra y unas botas de felpa paralelas.
-Lo que quiero que sepas es que te he echado de menos. Y si hacía como si no existieras cuando estábamos tomando algo, o no te hablaba, o no te miraba; era porque me dolía en el alma. Siento que ya no eres tú, siento que te has ido y me has dejado para siempre. Y esta vez es peor que cuando te fuiste a EU cinco meses; ahí sabíamos lo que había, ahora sabemos que no hay nada. Sé que no dirás nada porque no es tu estilo, siempre fuiste igual de callado, de misterioso, incluso conmigo. Lo siento, tengo que confesarte que he sentido mucha rabia contra ti. Perdóname.
«A mí no me ha gustado ninguna palabra. Nunca supe por qué te agradaba tanto este lado de la mesa».
-Y estás mucho más lejos que cuando te fuiste a EU. ¿Te acuerdas que en vez de decirnos adiós, nos dijimos hasta luego?, ahí te sentía mucho más cerca. Sé que ya no eres el mismo, sé que ya no encontraré en ti a esa persona especial que me quería. Se me hace un nudo en la garganta. No, lo siento por qué no supe cómo afrontar lo de tu enfermedad, no supe cómo darte mi apoyo, cómo ayudarte. Y tuve que dejar a un lado mi orgullo, ir a verte, eso me costó mucho, no supe cómo hacerlo. Perdóname.
Ambos fijamos la mirada a través de la ventana, una pareja camina en la avenida. Acaricio la piel de tus dedos, no dejo de mirarte. En aflicción te extiendes en un llanto que reprimes con suspiros y un pañuelo de papel. El mesero te observa desde la barra mientras limpia la madera. Sin quitar la vista continúas.
-Bueno, éste es el final para nosotros: Y es así porque es la primera vez que estoy consciente de que no volverás a ser tú. Aunque sé que a veces cerraré los ojos y te veré mirándome fijamente… como ahora. Sé que estarás en la sonrisa de otras personas. Te digo adiós, porque siempre vas a estar en mi corazón.
De una extraña impresión calculo cada gesto de ese ahogo. Con la yema del índice trazas la espiral de azúcar que desmoronó en la mesilla. La mirada se te nubla, esa condición sensible y romántica nunca la trazaste. Te llevas las manos a la boca y te limpias el rostro. Aquella figura de niña me estremece. Los pasos del mesero se acercan a la mesa una vez más:
-Oye, ¿de verdad estás bien?, no sé que me da verte así.
Regresas a la fotografía sin atenderlo hasta que el mesero se aleja sin decir palabra. Departes:
-Lucas, sé que estaré bien. Y ahora quizá te enteres de muchas cosas que nunca te dije. ¿En qué momento nos perdimos?; no es fácil para mí. Saber que te perdí es lo peor que he entendido.
En la puerta cristalizada del café entra un hombre alto, vestido de negro, se allega a nosotros -sin dirigirse a mí- extiende la mano para que la recibas:
-Mariana, amor, es tarde, el sepelio de Lucas es en quince minutos. Sé que extrañas a tu amigo, a mí también me duele. Anda, vámonos.