viernes, 27 de noviembre de 2009

"Mientras Caigo"

Total paz. Las cosas deseadas e inmortales, los tributos de los árboles para mi inspiración. Eso que llamamos bienestar.
Aunque no dé semillas ni esperanzas al azar ¡Lavemos nuestros pensares y tallemos duro a la suciedad de sentir placer y querer seguir gozando!, Así ¿quién desea aportar lo correcto, con toda la hipocresía, solo para obtener simpatía?
Que aunque no ha sido fácil, acepto que quise alguna vez impregnar con heridas la más absurda de mis conjeturas referentes a sonreír para los demás, el facilitarme tomar el camino cercano. No hubo y no hay aplauso, ni risa. Se huele culpa y terror. Se rasca en la piel el rechazo bien merecido, se llora la falta de la dicha inmediata. Que no regresará sin humillaciones.
Fluyen, fluyen sin razón por primera vez sin excusa. Aquellas razones con las manos abiertas se dejan venir y fluyen para ser tomadas por las manos de enfrente y para aprobar su carga.
Quizá pensamos en poder persuadir a la imaginación antes de dormir para que pase a ser un sueño idéntico a la realidad; es decir, prever qué es lo que se soñará. Mi sueño tendría el tema, “Es tan fuerte el Anhelo de besar a mi Figura Musical Filosófica sin lenguaje, como el Dialogar con Dupin”. Y lo hago, lo pienso y caigo, lo pienso y no lo sueño. Extraño a Dupin y no lo beso. Mi figura musical sólo puede tocarme cuando cierro mis ojos, en ese espacio negro con puntos azules. Esperando que cante unas piezas con él sólo por haberse visto en mí como lo mejor desde la pubertad, que todo eso lo huele cuando me saluda y que lo logró sin esfuerzos. Y fue hecho, con todo el sudor de las fuerzas para conseguir saciar los labios húmedos, una noche, ahí lo dejé entrar en mí y que se alimentará conmigo de lo que siempre he sentido por él.
Ellos dos. Sólo dos. Los necesito para salir junto con ellos de nuestra fantasía, a Dupin y a mi figura que ya besé porque me ha contagiado, he sido yo para aquellos un efímero instante y no acabo de enfrentar que para mi cerebro son inalcanzables.
Cuando “caigo soñando” se apropia de mi almohada y pienso: ¿qué tan difícil se vuelve para los otros? y es lo que no aceptaré, que quieran tanto y defiendan sus raíces como lo que no son: algo que no debe crecer o salir más allá de lo real, sin despegarnos, porque me toman como mediocre, ilusa y hasta tonta. Me escupen cuando no me planto. ¡Mediocres!
Sin ambición, la misma costumbre y el conformismo caminan de frente hacia nosotros, sin nada más allá para voltear. Y qué bonito resuena en mis tímpanos la idea de ser sabios. Que la libertad sea para quien sepa nombrarla a su favor.
Cual coraje es expresado con cierto toque de lástima, bajando las miradas y tirar lágrimas de soledad. Son la falsedad inmediata al dolor. Que sin alientos esperan verme en alto. ¡Qué carentes!
¡Ya alcancemos el saber justo para dejar caer la envidia de nosotros! Sacudir los flujos y realzar los parpados. Sintiendo el bendecido don de ser oportuna tienen que aceptar mi empatía y mi alto mando para la sencillez. La común sed en mí de transmitir lo real, pocas veces se me quiere reconocer…
¿Cómo podemos ser tan vanos al usar los sentidos que no cuestan y nunca se desperdiciarían con un fin injustificado? Tan egoístas. Es dolor y coraje que quiero mostrar para desaparecer de los sacrificios propios y ajenos. Aquí con líneas, gastando mi ego. Cayendo en el suelo.
Leyendo en mis manos: Ser libres de sentir, necios para permitirlo.

Escrito Por Nanzy Emm, para La Petite Mort.

martes, 17 de noviembre de 2009



¿Qué es lo que vamos a hacer? ¿Cuál es nuestra propuesta? ¿Qué cambio vamos a sufrir para poder despertar? Hablo del despertar tras un largo letargo, un adormecimiento y entumecimiento de las ideas; después de la calma de una explosión, todo está destruido y la reconstrucción fue mínima. Me siento embarrada de petróleo que arde con electricidad, mis brazos se pegan al cuerpo y la espesa negrura impide que los despliegue. Siento que el brebaje ha logrado colarse en mi interior, mi cabeza y estómago pesan y no realizan su trabajo como solían hacerlo antes, cuando el mundo era enorme y el aire ocupaba el lugar de la materia pegajosa. Alguna vez creí que mi ignorancia era una maldición, ahora creo que en parte fue libertad y en otra parte un tiempo para tomar decisiones, para las cuales aún no me siento con suficiente madurez para tomar. ¿Cómo borrar opciones incorrectas o la falta de éstas? Desearía que el vacío y la blancura regresaran a nosotros. ¿Es posible que todavía queden restos de ella? ¿Será posible que en nuestro interior tengamos residuos de pasión que nos lleven a los extremos de esta masa viviente que tenemos por continuidad? Quiero pensar que sí. La brea no se ha solidificado aún.
¿Cómo cortarla, combatirla o deshacerla? Actualmente ni el agua limpia los pecados, sólo aguadan y facilitan un poco más el mínimo movimiento que queda. Hay que cortar lo que alimenta a este abismo que se apodera de nosotros, si no, seremos despedazados por la falta de sentimiento.

Hay que decirle adiós al eterno dormir. Primero siento que con cada exhalación una parte fétida de mi se libera. Es ácido.
Con cada exhalación se desprenden de mis piernas parte de su fortaleza.
El paso de la sangre por mis venas quema con su velocidad, pero las yemas de mis dedos de la mano agradecen su calor.
El aire que pasa por mi garganta renueva un inherente ciclo de vida regalada, no hay a quien regresarle el favor.
La fuerza de mi corazón a cada latido es enorme.
Mis nervios mandan señales que alertan y empiezan por los dedos de mis pies.
Las venas soportan un ir y venir de gasolina que fortalece mis brazos.
Las ramificaciones de mis pulmones avientan aire por mi nariz y boca,
que al fin y al cabo es un maravilloso movimiento que demuestra el triunfo de una vida sin remitente.


Ella era lo que a él le faltaba. Él era lo que ella no tenía.

Él no está dispuesto a pagar lo necesario para pertenecer, dice que no vale la pena. Ella cree que "se aguantan mucho mejor las contrariedades grandes que las pequeñas nimiedades de cada día".
Las reglas de disciplina están mal cuando limitan nuestra libertad individual. Él cree que todo se encuentra en el mapa, que sabrá llegar a donde quiera con tan solo tener la voluntad suficiente. Ella se pregunta todos los días cuándo comenzará el resto de su vida, cuándo la voluntad vencerá a las contrariedades. Lo que ellos no saben es que frente a sus manos están las herramientas y que las oportunidades pasan frente a ellos con gritos ahogados.
A él le dice su familia que no se preocupe, que todo irá bien. La verdad es que quisiera que alguien pusiera una tachuela indicando un destino en el mapa. A ella le dicen que siempre y cuando haga bien lo que sea que haga, no tendrá problema alguno, esto no la reconforta lo suficiente.

Hace varios años todo era diferente. Ahora esto es demasiado para ella. Esta justo a la mitad de la alegría inmensurable y de la agonía sin fondo. Rodeada de todo el mágico esplendor de la abundancia pero embarrada de petróleo. Los ruidos a su alrededor no moldean su estado de ánimo. La sangre que ha sido palpitada marca su paso, sus pulsaciones se sienten en su pecho y en las palmas de sus manos.

"Hay cosas que deben haceros perder la razón, o entonces es que no tenéis ninguna razón que perder."
Está ahí, a media calle con él, adentro del coche. Ventanas cerradas. Está ahí viendo al frente y no pierde más tiempo. Voltea y le grita todo, todo. Le grita que la escuche, que ahí está y que voltee a verla. Alza la voz y le pregunta porqué le tiene tanto rencor guardado, le dice que quiere estar bien, que quiere que todo esté bien, que por favor ya no la ignore, que sepa que lo necesita, que está harta de esconderle cosas y no contar con su apoyo. Le grita eso y más.
La luz se pone en verde.
¿Gritó? ¿Habló? Al parecer no. Sigue sentada en el mismo lugar, no se ha movido. Nunca va a pasar. Con él es difícil, se digna a verla con ojos desafiantes. Él no entiende y ella no quiere comprender. A ella ya no le incumbe. Él pregunta si hay café en casa.
–Sí.

Ellos no son lo mismo, para ella o él, entre ellos. Antes creían que eran tal para cual pero ya no, ahora se hacen sufrir más de lo que se hacen reír. Las reglas de disciplina no comprenden lo que significa libertad y la verdad es que tampoco quedan muchas cosas individuales en este planeta. Las acciones reverberan ya a niveles mundiales; uno ya no puede ser masoquista sin herir a un desconocido. Ellos no se han dado por vencidos, todavía no. Tal vez les gustan las reglas de disciplina.

viernes, 13 de noviembre de 2009

“Chingonométrico”

Se ha ido noviembre y tengo unas jodidas ganas de mandar todo a la chingada. «Así nomás»
Ya lo dijo Lino Sánchez: Los días malos sólo duran 24 horas. Nada tiene que ver con la cosmología ni con el helenismo, mucho menos con la filosofía del pesimismo del buen Schopenhauer; pero sería imposible la vida para los mexicanos sin chingar ni ser chingados. Es el verbo que nos define, porque para nosotros sería imposible decir que una cosa no es poca cosa; muy chingón, chingonsísimo: ha llegado al nivel último.
Nada me parece más atractivo que despertar mañana –respirar un momento–, y sin pretexto de entrar en un polémico grito, exclamar: ¡Hoy se irá todo a la chingada! Aunque después tenga que admitir que eso no es cierto. Seguramente mientras increpe, pensaré en dos o tres cosas: en el regacito de mi bajo intento, en la azúcar hecha piedra para el café diurno, o en el despertador de las seis de la mañana que me perturba tanto, o bien dicho: que me ha chingado tanto.
Yo suspiro resignado a tener que soportar otro día. En fin, me sugieren que omita el inventario de mi chingonario que guardo en una caja azul casi trasparente de mi buró. ¿No es a mí a quien se le ocurre ese absurdo?, alguna persona a la que no le causes tanto entusiasmo, sí.

jueves, 12 de noviembre de 2009

"Bajando el volcán"

Son las primeras horas de la mañana de un día jueves, 8 de septiembre. Ahí yace su cuerpo en un estado no atractivo a la vista de cualquier vanidoso. Cuerpo femenino cubierto de trapos.

Está en el mejor de los espacios para aquélla, su casa, en donde parece que nunca antes se había olido el humo sexual que ella transpira. Hasta hoy, posante y sin penas en su cama, sola.

Sin rastros de cansancio, están nítidos sus ojos pero no quiere abrirlos y disfruta sosegada. Despierta después de haber repuesto un gran desvelo.

Su mente está volviendo a la realidad recordando el día mágico que tuvo, el de ayer, pensando en aquel disparate a su aprendizaje, deseando el viaje profundo y solitario como lo es en este momento su trato con la almohada. Desesperantes sus acciones de deseo, siente fuego.

Acostada en sus ligeras sábanas quita las ropas de sus piernas, de sus senos, palpándose suavemente y permaneciendo en silencio se nota digna de no tocar los espacios húmedos, pero después de llevar los dedos a sus labios, estos terminan en la parte baja de su vientre y abren sus poros con imaginación, gime riquísimo hacia ella misma.

Es la parte de no pensar más que en el sudor, en la dependencia entre el placer y sus movimientos.

Una blusa arrancada y votada al suelo, el pantalón del pijama sin su forma, tirado en las rodillas. Ambas manos apuradas.

Quiere abrir los ojos para que, el hecho de verse, dé resultado. Mientras está todo en silencio, su mente ya siente venir esos estímulos fuertes y anhelados. Ahora es la parte intermedia, la dormidera está empezando, todo el cuerpo se levanta con mucha fuerza y los alaridos resuenan en las paredes.

El concepto de imaginación es aplicado con un rostro conocido. Quiere gritarle que no deje de tirar de sus piernas hacia él. Que las bese como cuerdas calientes. Empujándose a la misma vez. Está ahora ausente de la realidad, disfrutando. Lo siente cerca de ella, hirviendo y sentado de frente tocándose, abrazándola y hasta se entrega amándola. ¡Qué le dé más! Ella pide.

¡Aquí la explosión total! La pérdida de pupilas. La magia pura toma forma de fluidos.

El ensueño perfecto, la cama como la parte inferior de un volcán. Se acomoda sin desconcentrarse para permanecer inclinada. Buscando cada vez más la infinita delicia.

Y hasta que dos lágrimas salen de sus ojos cerrados despide una leve queja que nace de su garganta, y cae en la almohada sintiendo el sudor del cuello todo caliente y vivo.

Ha pasado lo mejor, ha quedado la imagen en la mente de él, inspirador de muchas fuentes de deseo.

Ha llegado el tiempo para pensar en los dedos agotados que se esforzaron sin parar. Ofreciéndolo todo.

Ha llegado el descanso, la paz que da el sentimiento de bienestar.

Y vuelve a dormir los cinco minutos… ya fue, ya comienza a recordar lo real y los deberes interrumpidos.

Escrito por Nanzy Emm, para La Petite Mort.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Caspar David Friedrich Der Wanderer über dem Nebelmeer

Quiero tocar todo, para que todo me toque. Verlo todo para que todo me vea.

Lo he visto mucho y él me ha observado bastante. Nos perdimos en nuestros ojos. Primero atinamos bajo las cejas, después esquivamos las pestañas y centramos la pupila, instintiva e instantáneamente nos echamos el clavado. Toda la construcción de su cara se deformó y me envolví en esa profunda obscuridad. En su cabeza, dentro de muchos caminos, el que más ha cuidado, es el de la imaginación, es su consuelo y su salvación; a través de ella se descubre a sí mismo, ahí une su consciente con su subconsciente, pero a medida que me iba acercando se daba cuenta de mi curiosidad y me cerró esa entrada, tuve que ir a otro lado. Por un momento creí que me iba a caer, que iba a resbalar por la nariz y que me tendría que guarecer en los montes de sus labios, pero no. Me mantuve dentro de su mirada seria y directa a la mía.

Él dice que dentro de la mía había una gran contradicción y me hizo un dibujo al respecto, que todo era un laberinto surrealista pero que dentro las cosas estaban muy ordenadas, todo en su estante y acomodado por orden alfabético, todo muy limpio. Él, en cambio, una maraña de pasillos, en unos no tiene nada, varios están todavía cerrados, algunos no tienen salida y otros están atiborrados de cosas: periódicos, sonidos, imágenes, sillas, palillos y plásticos.

En fin, ambos nos observamos por lo que parecieron horas. A destiempo pero los dos nos reímos, nos enojamos, lloramos... creo que estuvo bien que nos interrumpieran. El flujo de consciencia es peligroso cuando se está en su formación y no es la nuestra. Total, nos interrumpieron y salimos corriendo. Él sigue siendo un misterio y quiero ver qué hay en los pasillos cerrados, al menos ahora lo comprendo un poco más. No es una historia narrada, no tiene ilación...

domingo, 1 de noviembre de 2009

"Laguna Estigia"

Las noches de estas tierras, nuestras tierras, no tienen nubes ni son tan negras ni parecen infinitas. Los árboles vuelcan resina entre sus fracturas y de ello parecemos alimentarnos. Cada animal, sin merecer aludirnos, es extraño. Las hojas amarillas nunca caen, y si caen nunca se levantan, permanecen ahí hasta que cualquier semoviente las come. El sol nunca llega hasta el suelo. Dentro de esta hacienda inmensa, vivimos Carmen, Mariano y yo. No hay vida, sin ser animal, que habite aquí. Las únicas familias que conocemos es la del tendero y el velero, que viven en las orillas de la capital a cuatro horas a pie. Carmen dice que estas tierras nos pertenecen, que son nuestras hasta que ella y nosotros dejemos de vivir. Mariano, mi hermano, tiene dos años más que yo, discreto en todo menos en una cosa, sólo vive de día; antes que el sol se apague ya se encuentra haciendo trampas para ardillas y no sale de la cabaña hasta el otro día. Emprende en ello para que Carmen no le exija salir al río por agua, tanto Carmen y él lo saben, pero ni uno ni otro hablan de ese temor. Desde pequeño Carmen siempre me enseñó las rutas de estas praderas, los peligros que existen y los nuevos que pueden sobrevenir; nunca pierde la oportunidad de hablar del abuelo en la cena y cuando lo hace un lágrima temerosa se asoma entre sus mejillas. Se cansa de decir que si el abuelo estuviera todo sería más fácil. Yo también lo extraño, lo extraño en todo. De alguna manera siento que el abuelo quiso morir del otro lado del río y ser enterrado de este otro. Un hombre irremediable no puede morir en el lugar perfecto, pero el abuelo no fue irremediable ni murió en lo imperfecto, murió de este lado del río y de este lado todo parece cuestionable.

Hubo una cosa que tuvo inquieto al abuelo en sus últimos años, lo mantuvo sospechoso hasta el día de su muerte. Aquello que parecía traerlo de cabeza todo el día lo dejaba escapar en la primera oportunidad de nuestras conversaciones; hablaba que el hombre vino a este mundo a comérselo a bocanadas, tan grandes como las fantasías que se dejan en cualquier rincón falto de vida, Mariano se alejó del abuelo, yo permanecí en quietud escuchándolo. Dijo que el hombre que no miente tiene en su alma soberbia y fastidio. Nunca entendí, y aún en sus hazañas representadas me divertí. Una vez me contó que estas tierras eran acechadas por un animal, un animal grande y egregio que guardaba cada montaña con sus frutas y ríos, que sabía de nosotros tanto como nosotros de él y que cada noche bajaba por una cumplido de nosotros, siendo estos de su antojo y dicha. Permanecí sobresaltado mientras él hablaba; dijo luego que el animal lo había arremetido más de una vez y con penas pudo escapar, que se había comido vacas enteras de nuestro rebaño y las dejaba laceradas en las puntas de los árboles resinados para que diéramos cuenta de su existencia. Esa noche y las demás, hasta la muerte del abuelo, padecí la misma expectación de siempre.

El abuelo murió siendo un hombre de palabras extrañas, de alegría envidiable y de fuerza modesta. Murió de mañana, mientras Mariano y yo salíamos a coger la resina de los árboles. Carmen se abalanzó a su espalda cuando lo vio caer, ligero como las hojas amarillas, y así como las hojas nunca se levantó. Regresamos porque Carmen gritó desde el otro lado del río, un grito cimentado por miedos, tan fuerte como su asombro y mezclado entre las ramas llegó hasta nosotros. Cuando tornamos el abuelo yacía en el suelo con la cabeza inclinada a su hombro, con los brazos en su pecho como exigiendo un suspiro que no alcanzó, con la boca abierta y en ella bocados desmenuzados. Carmen lloró el día entero y esa misma tarde lo enterramos junto a la cabaña. En un pedazo de tierra hicimos un hoyo profundo y ahí lo metimos erguido con los pies en el fondo y la cabeza en el tope, como él lo pidió.

Postergados los días, supimos que el abuelo no regresaría y que Carmen en su desdicha tampoco, así que Mariano y yo decidimos regresar al trabajo, le dejábamos notas a Carmen por debajo de su puerta con un bandeja de comida. Salíamos todos los días temprano a recolectar y si había tiempo íbamos a la capital a venderla. Una noche antes de que Carmen se decidiera a salir del cuarto, pensé en aquella historia del abuelo, tuve miedo pero me sentí entusiasmado. Pensé ahí, como lo hizo el abuelo, en encontrar y burlar al animal. Al otro día, fabriqué una trampa de lazos en el árbol más viejo que estaba al otro lado del río, donde según el abuelo había sido la última vez que el animal había dejado a su presa desmembrada en su punta. Procuré unos lazos fuertes y de doble hechura, largos y con dos vueltas cada uno, a uno de ellos le unté veneno de ratas para sorprender al animal por el cuello. Mariano no quiso ayudar, dijo que el abuelo había muerto y sus historias se habían ido con él. Carmen con nuevos impulsos no supo nada de la trampa, y advertí a Mariano guardar el secreto hasta que el animal estuviese muerto entre el entelarañado árbol.

Carmen se recuperó más tarde de lo que creía, apenas y pudo darnos órdenes al día siguiente de las labores. Todas las tardes cayendo la noche iba a vigilar la trampa. Amarré el lazo tan fuerte como pude hacerlo. Miré el árbol desde abajo y me aseguré que la red estuviera halada desde el extremo de la rama y de nuevo la jalé hasta asegurarme del pillaje. La luna me miraba justo en el punto que permanecía más clara. La trampa era hecha con el más puro ingenio. Pasaba más de las once y desfilaban las lagartijas alígeras entre las hojarascas que rodeaban mis pies desnudos. Justo cuando terminé de hacer el último nudo al otro lado del río gritaba Carmen inquietada. Subí por el tronco hasta alcanzar la última rama, de ahí grité con fuerza hacía el río, contesté suave para no preocuparla; ya no contestó. No pude ver nada, el reflejo del agua venía violenta en pequeños espejos quebrados, estando arriba aproveché para procurar un nudo flojo y tomé del cinturón un pedazo para enmendarlo hasta arraigarlo al tronco. El árbol más frondoso y viejo de este lado del río. Satisfecho de haber terminado la asechanza, me tiré en sus ramas y cerré los ojos, nunca miré al cielo, no me importaron las estrellas, el oscuro incómodo de la noche no me atrapó. Permanecí quieto escuchando la corriente brava hasta que la resina envuelta en madrugada se cosía en mi ropa. Carmen comenzaba a gritar ahora de este lado, estaba cerca, bajé de un saltó y corrí al riachuelo. El bote estaba sujeto a las cisuras del suelo, busqué a Carmen y salió de los arbustos negreados en sombras. Sacudió con palmadas mi ropa la resina del árbol. Me llevó hasta el bote y lo desamarró con prisa.

- ¿Qué hacías, has visto la hora que es? Tres días José, tres días y no llegas temprano. Mariano llegó desde las seis, terminaron de recolectar temprano ¿y tú? La revuelta del río se embrava en la noche, ya lo sabes.

Mientras Carmen hablaba pensaba en el nudo de la rama, no sabía si estaba lo suficiente fuerte para aguantar el peso del animal. Mi abuelo dijo que el animal pesaba una tonelada, nunca entendí cuánto pesaba eso, en la capital pregunté al tendero y en tanto mi hermano vendía la resina al señor de las velas, corrí a preguntarle al abacero y contestó que eran más o menos como cuatrocientos kilos. No le creí, cuatrocientos de esos son los que guardamos en tres costales de resina. Me pareció bastante, pero si mi abuelo habló del animal y de las tres veces que tuvo que enfrentarlo mientras regresaba caminando de la capital, es porque lo conoció. Dijo además que tenía forma de tigre y que a sus vacas se las comía trepándolas a los árboles y ahí las dejaba destazadas. Una vez, cuando mi abuelo ya había muerto, le pregunté a Carmen si el animal existía y me respondió que andar por la noche solo es tan peligroso tanto como creer en esas historias. Fue ahí cuando supe que mi abuelo nunca mintió. El abuelo me contó que sus colmillos son largos y ensortijados que parecen costillas de toro, que raspan su barbilla y al abrir la boca su aliento adormece hasta al más grande rumiante. El bastón que usó por años fue del cerrazo que recibió cuando lo emboscó en la montaña al otro lado del río y como no pudo esquivarlo saltó al río y nadó tremenda distancia que llegó fatigado a casa con ganas de llorar su resina que yacía húmeda en el costal. Carmen dijo que el bote se fue con la corriente porque el abuelo la había dejado sin amarre. Yo creí más en el viejo, a partir de ahí se valió de una muleta.

Esa misma noche, cuando cruzamos el río para ir a casa, Mariano estaba en la entrada de la barraca esperándonos, me miró en reojo cuando entramos a la cabaña y disimuló no saber nada de mí y de la trampa. Al cenar, se acercó a mi lado y preguntó por la hazaña. No pude contestar nada porque Carmen se acercaba con los barros bañados de salsa. De alguna manera pensaba darle una sorpresa, quise que el secreto permaneciera entre Mariano y yo, y cuando el animal estuviese atascado entre las redes de mecate, comprobarle a Carmen que el abuelo tuvo razón. Puse el índice en mi boca para callar a Mariano. Comimos mientras Carmen hablaba de las tierras que le arrebataron los federales al abuelo con la reforma agraria y de las hectáreas que tuvo que compartir con los Corteses y los Rosales, pero eso nunca nadie lo entendió. Balbuceó luego de lo solos que estábamos en estas tierras, de lo difícil que era el trabajo y los desiguales haberes que tendría la resina en estas fechas. Encomendó a cada uno la tarea del día siguiente, Mariano a la recolecta y yo tendría que ir a la capital a buscar al señor de las velas para regresar dos costales húmedos que ya no servían; no refuté palabra, me gustaba ir a la capital, ahí veía gente y me sentía como gente. Necesitaba además más veneno para ratas, del mismo que utilizábamos para matar a las ardillas que se acercaban a roer los troncos llorados en áloe, para que penetrara en la gola del animal al momento de atraparlo. Lo planeé de tal forma que el animal se degollara con el lazo salpicado en veneno. Carmen hizo una lista de todo para dársela al tendero y me advirtió de llegar tarde.

Al día siguiente, me levanté temprano, me puse las botas de andar y salí corriendo. Mariano ya estaba en la foresta racimando, tomé el bote y crucé el río asegurándome de que Carmen no me viera. Llegué al árbol y la emboscada estaba ilesa, no encontré las hojas rotas ni surcos corpulentos como dijo el abuelo. Decidí irme antes que Carmen llegara. En la flecha para ir a la capital pensé en dejar un becerro de esos enfermos que apartaba Carmen para dejarlo de carnada. Hice todo muy rápido en la ciudad, di la lista al tendero y todo lo acomodó en un costal. Supe que tenía tiempo para dejar el cordero en el árbol.

Fragmento primero…

"Los encuentros se suceden pero nunca se parecen" Valérie Tasso.