viernes, 28 de mayo de 2010

De princípio em princípio, afinal de contas.

Qué pronto se van los meses. No habría manera de escribir sobre las tres últimas semanas. Observo el espejo: pero qué chingado estoy. El cabello creció bastante después del último corte en febrero. Bueno, de la barba mejor ni hablo.

A veces sucedía que cuando tenía cosas en qué pensar y trabajo qué dilucidar, iba y me sentaba en las bancas del parque cual nombre nunca pude aprenderme. Atravesaba la plancha de patinaje para unirme a la ciclopista y caminar en ella. Cuando llegaba al pequeño lago observaba los patos sumergirse y salir del agua para alimentarse de migajas que habían arrojado el día anterior. Le daba la vuelta y me sentaba en las primeras bancas que encontraba con tres cigarros en mano y una lista de podcast en el ipod para escuchar mientras pensaba (o pretendía). Cuando encendía el primer cigarro (a eso de las nueve de la mañana) una gran fila de personas corrían sobre la pista de bicicletas y me observaban. Tan raro era para mí verlos correr como para ellos verme sentado. Así sucedió un par de meses, incluso mi cumpleaños decimoctavo decidí pasarlo ahí hasta medio día cuando comenzaron a llegar las alertas al celular y llamadas que nunca contesté. Y bien, ahora que no siento ni el más mínimo complejo de esa locura, me atrevo a pensar que por más raro que pareciera, las imágenes extraviadas en mi memoria son un bonito detalle de mi parte para mi otra parte que ya será en otra ocasión destino o futuro; no tendría importancia ponerle nombre ahora.

Todos los martes de enero a junio pasó exactamente lo mismo.

Hay batallas que tiene tregua desde el interior, hay otras que nunca terminan, pero aprendes a vivirlas. Si era o no un problema pequeño, por tonto que parezca, le di fin desde el inicio. ¿Entonces hubo o no victoria?
Volviendo al recuento de las últimas tres semanas, me encuentro con una lista de exquisitas patologías o síntomas (Cuadros, como sea que le llamen los médicos):

-Nausea repentina y tos.
-Lesión por agente contundente en la pierna derecha.
-Fatiga crónica (¿eso existe?, bueno como sea es un síntoma)
-Pérdida de la concentración (pff… eso lo sufrí desde que nací)

Como el parque ahora es parcialmente distante de donde me encuentro, me pasé dos días buscando un lugar igual de placentero para volver a sentarme un par de minutos a pensar y a altercar sobre lo que estaba sucediendo. No tenía que ver con los síntomas, era una especie de reflejo a los días que venía consumiendo desde que me informaron: “En tres semanas terminas la universidad”

A ver a ver… ¿y es ahora cuando debo alarmarme o alegrarme? En una hora entendía que no se trataba de una felicitación sino una advertencia. Demonios, y ahora qué. Bueno, lo que sucedió después fue un cliché.

Tuve la oportunidad de conocer a varias personas en mi cambio de turno y sufrir la tensión a su lado, compartirla y terminando aquello hasta reírnos de lo que había sucedido.

Encontré un lugar igual de placentero que aquel parque al que no visito desde hace dos años. Se llama L´Barranca pero nada tiene que ver con patos y agua, más bien se trata de algo similar a La Cúspide donde se contempla desde sus ventanas la mitad de la urbe y te sientes cerca del Jardín del Edén. Ahí, pasé la mitad del sábado con un playlist que había olvidado en los rincones del disco duro, y en compañía de la vos argentina de ECDQEMSD tomé uno a uno los cabos para volver a unirlos de la mejor manera que pude encontrar.

Yebra Mosqueda entendió que si se quisieran estudiar todas las leyes, no habría tiempo material para infringirlas.

viernes, 7 de mayo de 2010

El Rincón de los Sentidos

(O de cómo se le dio el injusto nacimiento al escarabajo)

Temoc, Camila, el Chivo, Andrea, El Buen Mada, la Breaker y el Lobito, formaron parte de mi sistema educativo en proporciones extrañas después de clase en la preparatoria. Extramuros. Extracurriculares. Como quieran llamarle.

“El Lobito” (o Pablo, como era su nombre) no era más que un promotor del andaluz. Todo un personaje. El loco de la colonia (no, no estoy hablando de Jesús Quintero). Aunque después de tantos años su cara sea irreconocible a mi memoria, puedo decir que tenía el cabello negro y crispado. Muy serio. Algunos se darán cuenta que fue el último de la lista. El último por una razón: porque fue quien echó andar los cerebros con el nunca antes escuchado: “Don Durito de Lacandona” (si a unos les es ajeno, ni busquen) y sus historias; y por eso merece cerrar con broche de oro la pequeña lista de personas afluentes. Nunca nadie supo si el Lobito tenía familia hasta después de la apuesta, o si en realidad tenía una casa como muchos afirmaban. Es más, ni su nombre completo nos sabíamos.

¡Ahh... si!, cómo olvidar a Jazmín o Jazz, según quien la nombrara. Tenía la piel muy blanca, una cicatriz en el mentón diminuta y unos pechos más o menos divinos. Digo, sin apresurarme a hablar del pececito negro en el tobillo recién tatuado, y de cómo lo lucía entre chanclas ed hardy y shorts jeans en temporadas de calor (¡COMO ÉSTA!). Nunca me imaginé que tendría un “episo-pontáneo” en la prepa con ella, al menos no del modo en que pasó. Fue en un aniversario de “los cachorros” (el equipo de fut americano de mi escuela, algo así como los borregos salvajes).

En ese aniversario lo único que realmente nos unía eran las tareas, las copias y uno que otro viajecito a los bares de la prepa. De ahí, no me le acercaba, ni ella se me acercaba. No me atraía, no me gustaba, pero todo hombre tiene ambiciones por la prontitud. Lo más fácil es lo más provocativo. Como verán ella era de esas mujeres que las envuelven en rumores. Se decían muchas cosas de ella y a decir verdad, eso incita a un hombre, es el género, es el instinto. Pero al cabo, no me gustaba. Ese día tomamos mucho, se sentó a mi lado cuando yo estaba en el viejo sofá del buen Mada. Una casa vieja por todos lados que se viera. Vivía solo y sus sillones apestaban a pelo de perro y cigarro. Eran como las tres de la mañana, nadie midió el tiempo. Después de haber derrotado a los “perros negros” ya había bastantes cosas qué festejar, aumentando a eso la despedida de la prepa. Estaban las novias de los cachorros y los buenos colegas de siempre, incluyéndome. Mmm, en sí, ahora que lo pienso, nunca me gustó el fut, sólo iba por las buenas fiestas y las porristas que como la miel a las abejas, la jersey y el souvenir a las mujeres. ¿O, no? Hahaha…

No tenía la cabeza hueca para ponerme de topazos con los cascos. Más bien me interesaban otras cosas.

Jazz se sentó a mi lado. Claro, antes tuvimos una charla breve, ésas que sólo salen en la party y en una despedida preparatoriana. Recuerdo bien que me dijo:

-Che César, siempre tan serio, hasta pedo eres serio…

Yo me empecé a reír (cómo no) si no me conocía lo suficiente. Al menos hasta donde yo sabía.

De ahí bebimos y platicamos como dos amigos que no se ven en años. Según ella me estaba “neteando”, me agrada cómo le damos nacimiento a nuevos verbos. Es más, la RAE los debería asignar como palabras: googleando, parqueando, drinkeando, antreando, taqueando, supereando, mensajeando, freackando, fiestando.

En fin, no todo termina mal.

¿En qué estaba?... ¡Ahh! sí, “El Lobito”

En ese tiempo no existía el CaraLibro o el Formspring. Aunque pensándolo bien, no lo habríamos utilizado. ¿O, sí?...

Pablo Cisneros o Cienfuegos o Caballeros. Encabezaba la C en su apellido, eso sí.

Todo comenzó en la clase de Desarrollo Cultural y Humano, de las primeras clases que tuvimos ingresando a la prepa. La impartían un par de chilenos. Uno de ellos muy bajito y chino, hablaba que parecía comerse su propia lengua. Teníamos que presentarnos y decir nuestras aficiones. Cuando llegó el turno de Lobito dijo que él no tenía familia y que vivía en la calle. Pero eso sí, comenzó a hablar de “Don Durito” como un escarabajo que escribía desde la selva. &%$#!!

Nadie se acercó a él las tres semanas siguientes.

Todos decían (con voz bajita a los oídos) que vivía en al auditorio Ché Guevera porque un par de veces lo vieron entrar ahí con los de filosofía y no salía hasta al otro día que comenzaban las clases y las conferencias en el auditorio.

¿Puede vivir alguien ahí? Pues al parecer sí: él y unos cuantos.

Se le puso “Lobito” a Lobito porque siempre andaba solo y como perdido entre las jardineras de la escuela y pocas veces hablaba con alguien. Siempre mirando fijo y con una barba libanesa que asustaba, pues ninguno de nosotros había experimentado en su totalidad el crecimiento del vello en el rostro, nos era completamente infrecuente.

Eso le dio a Lobito una exclusiva y superior característica de todos los demás. Era místico e indescifrable. Bueno, no tanto, exageré. A Lobito no le gustaban las preguntas que involucraran a su familia o su vida personal, por el contrario le brincaban los ojos cuando alguien hablaba de Don Durito. Después de un tiempo y ya más aclimatados a la prepa, nomás lo hacían por fregar porque ni les interesaba el tal escarabajo. Y como ya tenía apodo, no estaba contemplado un cambio aprobado por el Consejo Preparatoriano de Apodos en la agenda. De “Lobito” a “Durito”, o “Escarabajo”. No era propio, y el Consejo no admitía desistimiento al código certificado en cuanto apodos.

La verdad es que al principio todos mostraron asombro al estilo de vida que acostumbraba Lobito y hasta aceptaron con respeto la fiel devoción que le tenía a Don Durito. Pero sólo al principio, porque después de un tiempo ese asombro y respeto se transformó en burla e indiferencia.

“Don Durito” -según él- era un escarabajo que nació en diciembre de 1985 en el sur de la selva oriental, situada en México. De nombre civil “Nabucodonosor”, por el cual nadie lo conoce por aquello de la PGR. “Durito” era su nombre guerrillero y de caballero andante, que venía siendo lo mismo en estas latitudes. Enemigo acérrimo del neoliberalismo. En veces detective, en veces analista político, en veces andante caballero y otras tantas “escribidor” de cartas. Autor de Cuentos para una noche de asfixia y Cuentos para una soledad desolada, que inició por aliviar el pecho oprimido por lo desconocido. Don Durito escogió como interlocutor primero al niño que hemos olvidado junto con la vergüenza.

No… si eso nos cayó como balde de agua fría a todos. Nos impresionó más que cuando nos dijeron (en ese tiempo) que el PRI había salido de los Pinos por un tal Fox. O que MTV había censurado Beavis and Butthead.

Al profesor chileno fue al único que le agradó la presencia que había impuesto Lobito con su oratoria y el único que conocía a Durito de Lacandona. Le dio un aplauso a Lobito exigiendo el nuestro y luego intercambiaron correos y hablaron por un largo tiempo terminando la clase del tal Durito.

Dicen que una vez siguieron a Lobito después de clases (como jugando al espía al puro estilo Dr. Watson raquítico). Dijeron que saliendo de la escuela se fue a meter a un café muy animado. La versión fue distinta de las tres personas que lo siguieron. Uno decía que pertenecía a un clan de hippies en un café de la Condesa. Otro dijo que no, que en ese café había una pequeña biblioteca y gente adulta que fumaba puros, pero lo seguro era que escondía algo. El tercero argumentó que simplemente trabajaba ahí como mesero porque tardó mucho en salir.

Cuando dieron las cinco, los tres se marcharon a su casa porque Lobito no salió nunca del café. Así que al otro día se sumaron más al acecho, por lo que hubo más suposiciones sobre su vida y sin tener al menos una clara, las conjeturas se iban haciendo escasas. Por lo que el Consejo decidió elegir a representación popular y mayoría relativa (papelitos de cuaderno) a dos que lo siguiera el día entero. “Aura” y “Álvarez” resultaron seleccionados. Ya estaban las apuestas de todos sobre Lobito, sólo faltaba conocer la verdad.

Las apuestas estaban registradas en un cuaderno especial para eso, sólo escribías tu apuesta con tu nombre –claro-, por sí salías ganador exigías el pago que ya para las doce de la tarde ascendía a seiscientos pesos.

La más ridícula que logré leer fue la siguiente: “Lobito es transexual y va al café a esperar cliente”

Entre las más ingenuas había una que decía “Yo creho k Lovito hasalta diario el café, por eso usa gorraz y el caveyo largo”

Se leían todo tipo de pronósticos. La oportunidad de escribir era hasta tres con su respectivo pago. Por supuesto, el Consejo establecía las bases para el concurso.

Había otros que aprovechaban el cuaderno y su dinero: “El pinche Lobito pasó por casualidad al café. ¿Ya hicieron la tarea de Taller?, pásenla ¿no?”

Todo oculto, y como el tal Lobito nunca entraba clases era más fácil. Yo le aposté en secreto a un epígrafe que me había convencido por completo, pues más allá de involucrarse en la vida de Lobito, me parecía buena idea:

“¿Qué tiene de raro un escarabajo o una cucaracha? Al fin y al cabo una Ceiba es una isla con aspiraciones a volar. PD. Dice Don Durito que cuándo será que a alguien se le ocurra hacer una ponencia que se llame Cómo Desmantelar Un Brassier A Una Mano. Reitero que toda opción terminante es válida”

Como estaba firmada por Gonzo nadie le puso atención ya que era el único que tenía apetito por las lecturas de Don Durito que Lobito había traído a la prepa. A parte de que nadie entendió lo que quiso decir.

Al siguiente día todos llegaron temprano a clase de siete, esperando a que se aparecieran Aura y Álvarez con la noticia. Primero llegó Álvarez con una cara de desvelado arrepentido y totalmente acosado por las preguntas de todos se negó a describir lo sucedido y decidió esperar a Aura que tenía fotos y crónicas detalladas en su libreta.

Aura explicó: Lobito es normal.

Muchos no se convencieron, pues tenían esperanzas de que sus pronósticos les dieran los seiscientos pesos.

Y aún con los cabellos pegados en el rostro comenzó a contar:

Lo seguimos hasta el café que se llama… espérenme, sacó su libreta y leyó (se llama El Rincón De Los Sentidos) pero no entramos, sólo lo esperamos afuera mientras nos comíamos un jocho de ésos que están en Reforma, por la Diana. ¿Verdad, Álvarez?

El pobre Álvarez ni la fumaba (ya, ya…atendía, pues)

-¡Eso no importa!- gritaban.

Bueno, el condenado salió hasta las seis y mi mamá ya me estaba hablando, lo bueno es que le dije que iba con Laura a hacer un trabajo porque sino me hubiera ido como en friega.

-¡Que eso no importa!-

Cuando salió lo seguimos hasta el metro Insurgentes y como pudimos nos colamos en el mismo andén que él. Total, que se bajó y transbordó en Tacubaya. Y ahí nos tienes siguiéndolo hasta Polanco donde se bajó. Luego tomó un taxi y lo seguimos en otro pero todo con cuidado, sin que se diera cuenta, le dijimos al chofer que se asegurara que no lo notaran. Se paró el taxi en una casa y se bajó, nosotros estábamos a una cuadra y nos bajamos. Vimos que Lobito sacó unas llaves y como ya era noche ni nos veía. Se acercó a la puerta y abrió. Hasta ahí pensamos que no había nada extraño en él, ya nos íbamos cuando volteó hacía nosotros y nos gritó “Aura, Álvarez, vengan” y nos movía el brazo invitándonos. Al principio pensamos que le hablaba a otros con el mismo nombre, pero era mucha coincidencia, si a esa distancia no se lograba ver que éramos nosotros.

La cara de todos -que escuchábamos atentos- era la misma de un niño al habarle del coco. Hasta la clase de matemáticas se nos había olvidado. ¿Cómo? ¿Cómo se enteró?

Cuando supimos que nos había descubierto, pues ya ni hicimos intento alguno de escapar. Así que nos acercamos a él con miedo. Estando a unos pasos tratamos de explicarle que era un juego del salón y que ya nos íbamos. De la casa salió una mujer grande y lo recibió por su nombre y un beso. Era su mamá y nos saludó.

¿Ya ven que si tiene familia?

¿Ya ven que si tiene casa?

-¡Ya llegó el profe!- alguien advirtió en susurro, pero nadie lo tomó en cuenta.

Quién sabe cómo nos vería su mamá, si con lástima porque estábamos todos apenados. Ella y Lobito nos invitaron a pasar. Si ya la habíamos regado, pues qué más daba. Pasamos. Cuando entramos nos dimos cuenta que si tiene casa, y más casa que muchos de nosotros pues hasta dos sirvientas salieron, muebles de ébano argentino, tres perros dóberman y una piscina en el centro de un patio bien grandote, lleno de árboles y arbustos bien cortaditos, un garage de mármol, en las escaleras tenía una pequeña fuente de telgopor; luces por todas partes con alfombras de persa, de Niriz, tres pisos de casa y todo bien combinadito

Nos sentamos en la antesala y le dijo a una de sus sirvientas que trajera agua; nos explicó que ya sabía que lo estábamos siguiendo desde que salimos de la prepa. ¡Qué quemón! Pero que no tenía problema alguno en eso. Somos libres de pensar y de sentir. En el centro del estudio había una foto de un señor barbado y de lentes (su padre), nos contó que era un contador y el dueño del café a donde va siempre, que su madre era escritora y estaba muy ligada a Lacandona, por eso Don Durito. Su cuarto estaba lleno de postales de Tuxtla, San Cristóbal, Guatemala y otros que no conocimos. Discos de Mycheal Nyman autografiados. Tenía muchas fotos con la Comandante Ramona y varios hondureños en la sierra. Nos dijo que faltaba a clases porque estaba a punto de terminar sus estudios en los talleres de la SOGEM (quién sabe que sea eso, ya nos dio pena preguntar). Y se había enterado de la apuesta por Gonzo a quien le encargó también escribir en la libreta su pronóstico: ésa a quien nadie le entendió.

Esa “verdad” le quitó a muchos en el salón el ánimo de seguir con el juego. Los seiscientos pesos fueron donados para los uniformes de fut americano para el próximo torneo. Al quipo se le puso el nombre de “Duritos” en tono de burla al salón.

Al principio me costó trabajo entender que un escarabajo escribía relatos y cartas desde la selva, pero luego de leerlo no fue tan peligroso. A pesar de que aquella situación se fue marchitando poco a poco entre los miembros del salón como rumor, nos habló de El Viejo Antonio (algo parecido al primero y proveniente del mismo autor).

¿Por qué escribo de El Lobito si hace mucho que no lo veo? ¿Se deberá a eso?...

Ya está la cuarta edición de la revista El extranjero” (mes Mayo). Sección Cultural “Hora de Cierre”. Con colaboraciones de los compañeros de la Escuela Libre de Derecho, Universidad Iberoamericana, Universidad de Sonora, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Navarra y Lunds Universitet.


Tal vez le parezca extraño que yo, un escarabajo que se desempeñó en la noble profesión de los caballeros andantes, le escriba a usted. No se angustie ni vaya al psicoanalista, que yo le explicaré presto y súbito…

Don Durito.

lunes, 3 de mayo de 2010

Miseria y utopía.



Estoy aquí, sentada en el piso al fondo del salón. Tengo que escuchar a cuatro personas hablar de la novela histórica con el tema del bicentenario de la Independencia y Revolución de México. Debo aclarar que no tengo ni el más mínimo interés al respecto; es más, no sé por qué la oradora actual se la ha pasado hablando de museografía. El salón es todo blanco y atrás de mí hay mesas apiladas. No hay sillas disponibles y el piso está algo frío pero no me importa, el día nublado no justifica el sopor que se siente en el ambiente.

Hay un trozo de másquin (masking) en la grieta que une dos mosaicos del piso, se ve viejo y sin sentido. ¿Habrán utilizado este mismo salón para manualidades con fines ornamentales? No lo sé, la última vez que estuve aquí tomé una clase de pintura del renacimiento, acerca de cuando el pinto comenzaba a comprender la infinitud de las dimensiones y dejaba atrás la impresión del "bidimensionalismo". Recuerdo también, que la última clase se vio interrumpida debido a que al fondo del salón, por más raro que parezca, hay un baño, y éste decidió comenzar a regurgitar sin razón alguna. El baño fue arreglado pero clausurado; ahorita lo veo atrás de unas mamparas y las mesas apiladas. Desde mi posición veo las mesas y las cabezas de los oyentes, algunos comen bostezan o escriben, las únicas poniendo atención son las mesas.

El másquin en la grieta me recuerda que uno puede estar en medio de una terrible vastedad sin ser notado pero siempre esperando una ruptura trágica y escandalosa. Ayudaré al másquin y lo enviaré en un viaje por el mágico mundo de la basura de la Ciudad de México. Quién sabe qué cosas le pasarán antes de que se deshaga pero me imagino que la pasará mejor que aquí, siendo pisado e ignorado.

Al momento de quitar el pedazo de papel engomado, un chorrito de agua a presión sale por entre las lozas. Al ponerle el dedo encima, noto lo erosionado que se siente el material, lo poroso que se ha vuelto una vez que el agua lo ha tocado. Busco algo que ponerle encima, el másquin ha escapado... ah maldito... se ríe de mí a la distancia. Mi dedo no impide que entre el agua, sólo desvía el chorro. Al aplicar presión en el agujero, un segundo chorro hace su entrada triunfal. Hasta ahora estoy comenzando a llamar la atención de la audiencia, no todos, sólo los de la última fila. Se está comenzando a encharcar a mi alrededor, el agujero estaba en el lugar más hundido del salón, tal vez había aquí antes una coladera. Debo levantar mi mochila, sino se las verá negras mi libreta que contiene los apuntes de todo el semestre. Debería hacer la letra más grande y ocupar más libretas, así podría leer mis propios apuntes más fácilmente, pero bueno, ahora no puedo pensar en ello. Oficialmente he parado la conferencia y todos voltean a verme consternados. No creo que sepan que fue mi culpa, no sabían de la existencia del másquin, pero mi cara de vergüenza y la actitud nerviosa me han puesto en evidencia.

– Piensa Ale, piensa. No puedes salir corriendo, no te quedes parada. ¿Qué necesitas? Quitar el agua, ni modo, este suéter me gustaba, allá va de absorbente de catarsis.

Alguien ya fue a pedir ayuda. Ya hay mucha agua, se está estancando en la parte trasera, al menos es agua limpia. Total, ya no son murmullos lo que me rodea, son risas y altas voces.
Todo se comienza a inundar, sigo sin poder salir de aquí. La mayoría ha huído, nadie viene, el grito por ayuda fue en vano. El agua cubre arriba de mis rodillas ya. No sé en qué momento el chorro de agua perdió dimensiones. Ya no queda nadie en el salón, de seguro todos están afuera esperando a que el culpable salga. Debí huir antes, antes de colocarme en esta posición tan evidente.
No saldré, me quedaré aquí hasta que encuentre la manera de detener la corriente del líquido vital. Debo sumergirme y meter el dedo en el orificio. No Alejandra, no es momento de pensar en asustadizas teorías anales de Freud. Como los buzos, debes respirar profundo dos o tres veces antes de sumergirte para inflar más los pulmones y aguantar más tiempo la respiración. Una, dos ¡tres! De entre las lozas se nota la presión que ha erosionado el pequeño orificio en un gran boquete. Me incorporo y el agua llega ahora a mi cintura. No sabía que el salón tuviera esta inclinación tan pronunciada. ¿Que nadie dejó la puerta abierta? Vamos, no creo que cierre herméticamente. No importa, no saldré. Sé que es un caso perdido, que no hay nada qué hacer pero, ya vendrá alguien, un fontanero o un rescatador y aquí estaré, ya sea para ayudar o para negarme a ser rescatada. Debo ayudar a arreglar esta falla que mi ociosidad abrió ¿Quién puso ese másquin? Debió de ponerle un letrero o un aviso, creyó que a nadie le importaría más no se imaginó que existía gente que, como yo, se distraería en el piso y removería viejas cicatrices.

Comienzo a flotar, el agua ya está en mi cuello. ¿Será que nadie vendrá, nunca fueron por ayuda? ¿Qué no saben que me he quedado aquí dentro? Tal vez no. Estúpido másquin, morir por una causa tan pobre y todo por la culpa de la temática de estas jornadas universitarias del colegio de humanidades:
Miseria y utopía del Bicentenario de México.


La Belleza es el inicio de lo terrible.
La completa perfección es tan inmensa que nos ahogaría, tan exacta e inmensa que al abrazarnos sólo crearía una gran explosión/implosión. (Tipo Dante expulsado del paraíso.)
Si sólo vemos una faceta de las cosas, un lado incompleto
¿qué sería de nosotros si alcanzáramos a verlo todo?
Se tendrían que considerar tantas cuestiones, como:
¿qué cosas se verían completas? ¿cómo saber que no hay más?
Podríamos sólo vislumbrar un porcentaje más y sentirnos automáticamente superiores.
Es sólo natural creer que todo valdría la pena, asando por alto los gustos y las preferencias. Después de eso, ya no se sabría lo que es importante. Lo cotidiano de hoy perdería toda razón y consecuencia; sería una gran excusa para tantos males.
Aún así, dejaríamos este plano en paz, correría por fin sólo y libre, seguro sin nuestra intromisión sería perfecto, allá iríamos nosotros a manchar la perfección sólo porque podemos (ya ni modo)
¿Cómo saber si no estamos ya en la iluminación? La hemos idealizado tanto que de verla, no la reconoceríamos. Sólo queda buscar algo más para no dejar ser y no dejar de ser, es casi natural.