sábado, 25 de septiembre de 2010

Minutario


Me he cansado de escribir y leer y volver a escribir. Llega el momento en que se detiene, se piensa sobre el pasado, se imagina sobre el futuro, se hacen cuentas, se resta, se multiplica y los números no siempre coinciden o se ajustan. No soy contador. No quiero serlo, no al menos de números o historias.

Mi amigo que vive lejos (y no es albur) me recomendó una trilogía de ideas sobre cómo escribir:

-Cuando ya no tengas qué escribir, menciona a Nueva York, siempre funciona.

-Si tus personajes van a estar divorciados, procura que el divorcio se haya producido antes de que comience el cuento. La gente ya la está pasando muy mal para que encima tú sólo escribas sobre problemas. Además, cuatro de cada cinco miembros literarios están divorciados o les falta poco.

-No trates de impresionar a nadie, pues todos los jurados han leído a Joyce, Mann, Faulkner, Proust y Nabokov. Últimamente están leyendo también a Paul Auster. No obstante, si quieres parecerles un marciano, cita a Jardiel, Conqueiro, Camba y Wenceslao. En una de esas, cuela.

Ahora que he leído (con gran pena) parte de estos textos, nunca mencioné a Nueva York porque siempre tuve algo qué decir, algo en qué pensar. Como ahora sucedo paso a paso, creo que puedo hacer una lista completa de lo que significa Nueva York para mí. No tendría importancia.

El último libro que leí fue de filosofía, me clavé en Hegel por un tiempo. No he dejado de mentir, no voy a yoga ni apetezco la dieta. Sigo sin encontrar un cabello tuyo en esta alfombra. No he barrido los recuerdos. No he dejado el café. Una gotera en la bañera te extraña. No hablo de cosas que importan. No he dejado el cigarro y los buenos comienzos porque no he aprendido la diferencia entre el placer y la locura.

Cuando restan tres minutos de treinta que como mal empleado me han dado para comer, escribo para poner fin y posiblemente me sobre tiempo para lavarme los dientes y saludar a la secretaria (con historias de baraúndas) que me confiesa gustosa el menú más barato de la plaza de junto.

Dicen que la gente es de entrada por salida, como las chachas. Dicen que las chachas se van sin despedir, entonces seré una chacha.

viernes, 10 de septiembre de 2010

"Colgar"



Me sentí mal. Era la mentira más cruel en la gran lista que le había hecho, pero no tenía por qué arrepentirme, después de todo, no era cierto. Salí corriendo a la avenida y la esperé, después de varios minutos llegó con una cara de espanto desde que bajó del auto. Al verme ahí, se percató en seguida de lo maldito que era, me tomó de los brazos y me abrazó; y como se activa un botón, me pegó con los puños en el pecho aún con la frente inclinada a mí, no terminó hasta que las lágrimas la debilitaron.

- Bobo. Por qué, por qué así.

Le encantaba decir Bobo, ese acento argentino le daba más gracia. La noche la pasamos bien, nos emborrachamos en el Vais mientras platicamos de Wicho, de la editorial y otras cosas que no tenían importancia. Me dijo que me quería, le dije que no lo dijera, ya le debía muchos favores. Se hizo una pausa y reímos. Dijo además que me extrañaría. Conociéndome, ambos sabíamos que el camino sería duro después de la universidad, y quién sabe dónde terminaríamos. Esa misma noche me dijo que estaba editando los relatos que le dí para que pronto se publicaran; de ahí se convirtió en mi verdugo. Vas a prisa, ten calma, dijo para concluir el tema.

Si había razones para que la quisiera a mi lado aquella noche, supongo que las sabía. Su vestido me ponía de cabeza, blanco y estruendoso. De Wicho no supimos, al menos yo. Le dije que estaba cansado y asintió con la cabeza, se quitó las zapatillas y las dejó en su bolso. Nunca la había visto reír tanto, me sentía contento por todo lo que dejamos. Admití en mi cabeza que si estaba satisfecho a su lado, era porque la quería, sin embargo era un mal momento para hacer reflexiones que nunca tendrían eco. Todo daba vueltas. Me pidió que le regresara el favor no diciéndole a Wicho. Te estará buscando, dije entre dientes. Hasta que llegó el momento que hablamos de nosotros. Hubiera preferido que no, siempre me sentí conforme con las partes elementales y no sentimentales.

-Si vine es porque sé que me quieres, yo también te quiero, pero te tengo miedo, no sabría estar contigo, estarlo implicaría un reto para mí y no me siento capaz de hacerlo, tengo miedo de fallarte.

Ese miedo me causó risa, luego me arrepentí porque hablaba seria. A propósito jamás nos tomamos el tiempo de hablar de nosotros, por lo que comencé a clavarme en la plática:

-Sólo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar. No hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.

Después de recitarle esa frase de Paulo Coelho a balbuceos por la peda que traía, me miró a los ojos casi cerrados y acarició mi barbilla como pulpo a su presa. Me miró los labios y me besó con mucha tranquilidad, parecía haber arcilla entre nosotros.

Cuando nos apartamos, abriendo los ojos que figuraban dicha y placer:

-Ya ves por qué te tengo miedo.

El resto de la noche no volvimos a hablar y por el contrario observábamos a las personas mirarnos sigilosas.

Había muchas cosas que compartimos juntos, pero siempre con el fantasma de Wicho entre nosotros. Nos hablábamos seguido, me invitaba a su casa a comer bife, y me torturaba pues sabía que era la segunda cosa que aborrecía, después de los fideos. Pero todo fue bien hasta entonces.

Mientras bebía me dijo que las cosas iban mal, que tarde o temprano yo estaría solo y nadie podría ayudarme. Yo sentía más lástima por el licor que terminaba entre su boca.