Me he cansado de escribir y leer y volver a escribir. Llega el momento en que se detiene, se piensa sobre el pasado, se imagina sobre el futuro, se hacen cuentas, se resta, se multiplica y los números no siempre coinciden o se ajustan. No soy contador. No quiero serlo, no al menos de números o historias.
Mi amigo que vive lejos (y no es albur) me recomendó una trilogía de ideas sobre cómo escribir:
-Cuando ya no tengas qué escribir, menciona a Nueva York, siempre funciona.
-Si tus personajes van a estar divorciados, procura que el divorcio se haya producido antes de que comience el cuento. La gente ya la está pasando muy mal para que encima tú sólo escribas sobre problemas. Además, cuatro de cada cinco miembros literarios están divorciados o les falta poco.
-No trates de impresionar a nadie, pues todos los jurados han leído a Joyce, Mann, Faulkner, Proust y Nabokov. Últimamente están leyendo también a Paul Auster. No obstante, si quieres parecerles un marciano, cita a Jardiel, Conqueiro, Camba y Wenceslao. En una de esas, cuela.
Ahora que he leído (con gran pena) parte de estos textos, nunca mencioné a Nueva York porque siempre tuve algo qué decir, algo en qué pensar. Como ahora sucedo paso a paso, creo que puedo hacer una lista completa de lo que significa Nueva York para mí. No tendría importancia.
El último libro que leí fue de filosofía, me clavé en Hegel por un tiempo. No he dejado de mentir, no voy a yoga ni apetezco la dieta. Sigo sin encontrar un cabello tuyo en esta alfombra. No he barrido los recuerdos. No he dejado el café. Una gotera en la bañera te extraña. No hablo de cosas que importan. No he dejado el cigarro y los buenos comienzos porque no he aprendido la diferencia entre el placer y la locura.
Cuando restan tres minutos de treinta que como mal empleado me han dado para comer, escribo para poner fin y posiblemente me sobre tiempo para lavarme los dientes y saludar a la secretaria (con historias de baraúndas) que me confiesa gustosa el menú más barato de la plaza de junto.
Dicen que la gente es de entrada por salida, como las chachas. Dicen que las chachas se van sin despedir, entonces seré una chacha.
Mi amigo que vive lejos (y no es albur) me recomendó una trilogía de ideas sobre cómo escribir:
-Cuando ya no tengas qué escribir, menciona a Nueva York, siempre funciona.
-Si tus personajes van a estar divorciados, procura que el divorcio se haya producido antes de que comience el cuento. La gente ya la está pasando muy mal para que encima tú sólo escribas sobre problemas. Además, cuatro de cada cinco miembros literarios están divorciados o les falta poco.
-No trates de impresionar a nadie, pues todos los jurados han leído a Joyce, Mann, Faulkner, Proust y Nabokov. Últimamente están leyendo también a Paul Auster. No obstante, si quieres parecerles un marciano, cita a Jardiel, Conqueiro, Camba y Wenceslao. En una de esas, cuela.
Ahora que he leído (con gran pena) parte de estos textos, nunca mencioné a Nueva York porque siempre tuve algo qué decir, algo en qué pensar. Como ahora sucedo paso a paso, creo que puedo hacer una lista completa de lo que significa Nueva York para mí. No tendría importancia.
El último libro que leí fue de filosofía, me clavé en Hegel por un tiempo. No he dejado de mentir, no voy a yoga ni apetezco la dieta. Sigo sin encontrar un cabello tuyo en esta alfombra. No he barrido los recuerdos. No he dejado el café. Una gotera en la bañera te extraña. No hablo de cosas que importan. No he dejado el cigarro y los buenos comienzos porque no he aprendido la diferencia entre el placer y la locura.
Cuando restan tres minutos de treinta que como mal empleado me han dado para comer, escribo para poner fin y posiblemente me sobre tiempo para lavarme los dientes y saludar a la secretaria (con historias de baraúndas) que me confiesa gustosa el menú más barato de la plaza de junto.
Dicen que la gente es de entrada por salida, como las chachas. Dicen que las chachas se van sin despedir, entonces seré una chacha.