viernes, 30 de abril de 2010

A propósito, alguien ha visto las maquinas enormes que te acompañan en todo el transcurso del periférico plantadas como gigantes acostados. La primera vez que las vi tuve la impresión de haber visto a gigantescos elefantes construyendo el segundo piso con la trompa.

Sólo he visto a tres elefantes muy de cerca y los toqué, pero sé que así se verían en la autopista. Pobres, de imaginar que estaban asustados cuando nos acercamos con el auto hacia ellos en el safari. Nomás porque tenían hambre se acercaban. A los elefantes no les gustan los cacahuates, yo llevaba varias bolsitas que nos vendieron en la entrada y se los arrojaba pero me veían de reojo y luego sacudían sus orejas y luego la trompa, y nada. Qué sentiría yo, ¿me habrán preguntado con su mirada?

Bueno, la constructora española de hecho arrendó varias maquinas para el trabajo y sí, tienen elefantitos azules como logotipo de la marca.

No quiero volver a acercarme a un elefante a menos que sepa que me dará un viajecito en su lomo, o que no están tristes. Todos los elefantes tienen cara de estar enojados o tristes, por eso no quiero volver a acercarme a ellos.

La visita número uno que le hice a uno de ellos, fue en la época de navidad. Hace muchos años, cuando pensaba que los reyes magos bajaban del cielo para acampar en Bellas Artes y vender fotografías, globos para la carta y juguetes. Qué feo se siente que te mientan. Mira que pensar en globos que llegan al cielo, en elefantes y caballos y camellos que vuelan. Shamed ¡Chin!

Hasta ese momento me gustaban los elefantes, pero que se enoja justo cuando mi madre me para a su lado y me bajan como rayo. Ya no quisimos regresar ahí, ni a ningún otro lugar que tuviera que ver con Bellas Artes o la Alameda. Después de todo fue mi idea, todos mis amigos de Kinder iban a allá y yo no me quería quedar atrás. Agradecí tanto que me dijeran la verdad de los reyes porque ya bastante tenía con pensar que los elefantes estaban enojados como para que concluyera con que vuelan.

La visita número dos que le hice a un elefante, fue en el circo. Todo iba bien hasta que salió el elefante con su rostro apagado, cansado y vestido ridículamente, cargando a un hombre igual de ridículo que todos aquéllos que les aplaudían. No me gustaba porque pensaba que estaba viejo y aburrido y a sus años lo mejor sería dejarlo en paz; pero alguien me dijo que todos los elefantes están arrugados. Aún así, no me agradaba. Prefería que salieran las hienas aunque no se rieran.

Bueno, en el safari fue diferente, fui porque quería saber si allá estaban más a gusto, si allá eran felices. Pero no. Tenían la misma cara. Ni hablar.

A ver si alguien hace el favor de quitar las maquinas del periférico.

jueves, 8 de abril de 2010

"El Extranjero"

Esta vez publicamos en la tercera edición de la revista mensual “El Extranjero” en la sección Cultural. No vale la pena que le echen un vistazo a menos que quieran ensamblar su cabeza a la jurisprudencia posmoderna o consultar la opinión de Luigi Ferrajoli sobre los principios kantianos. Si se avalientan, saquen filo a la navaja y opaquen sus anteojos.